Asistimos este fin de año a una extraña forma de statu quo político, que nos obliga a repetir cosas, a quedarnos en el mismo punto de análisis de hace semanas, a ser repetitivos, quizás monotemáticos. Lo último quizás podría justificarse con el inicio del poema “A los que vendrán después”, de Bertolt Brecht: “Realmente vivo en tiempos sombríos /La inocencia es locura. Una frente sin arrugas/ denota insensibilidad. El que ríe/ es porque todavía no ha oído/ la terrible noticia./ ¡Qué tiempos son estos, en que/ hablar sobre árboles es casi un crimen/ porque implica silenciar tanta injusticia!”.
Este lunes, el último del año, es políticamente sombrío como tantos otros de los últimos meses. La encuesta liderada por un cercano al presidente Piñera nos indica que su popularidad no solo está por los suelos, sino que sigue a la baja. El viernes pasado, el joven de la Primera Línea y vecino de La Pintana, Mauricio Fredes, murió huyendo de la represión policial, sumando otro nombre a la lista de las víctimas de estas movilizaciones. A 30 metros de donde ocurrió este doloroso hecho, se quemó casi en su totalidad el Centro Arte Alameda, un espacio vital para la cultura nacional en su más amplio sentido.
Los videos, los mismos que el Presidente dijo que eran falsos y grabados en el extranjero, aunque después se corrigió, nos muestran cada día los abusos brutales de Carabineros, los cuales nos dan cuenta de una institución en profundo proceso de descomposición. Da lo mismo quien y cómo se esté manifestando, como pasó ayer en Plaza Egaña, cuando un centenar de vecinos, muchos de ellos adultos mayores, fue severamente reprimido con el lanzamiento, incluso, de bombas lacrimógenas a sus cuerpos y al mall contiguo a la plaza.
Si tuviéramos un liderazgo que, incluso sin importar la gravedad del problema, estuviera en la condición de hacer los diagnósticos precisos, podríamos abrigar la esperanza de un inicio de 2020 distinto, donde efectivamente el país avanzara hacia la salida de la crisis, pero sobre la base de enfrentar sus causas profundas y no de su negación. Lamentablemente, la entrevista publicada ayer en el diario La Tercera nos muestra a un mandatario convencido de que lo peor ya ha pasado, pero sin comprender que todo lo que ha pasado está íntimamente ligado al modelo injusto que rige al país hace 40 años. Tampoco parece sopesar aún la envergadura de las violaciones a los derechos humanos cometidas bajo su responsabilidad política. La agenda social con la que se propone enfrentar legislativamente la situación actual, se vuelve insignificante por su falta de ambición y porque se ha convertido en el cuento de Pedrito y el Lobo: ya no hay confianza en que la acción legislativa del Gobierno resuelva los problemas sociales que afectan al país.
Todos estos factores, de los cuales buena parte pasa por La Moneda, nos tienen en este extraño statu quo de fin de año. Preferiríamos la abulia y que Chile fuera como esos fantasmales pueblos de Juan Rulfo, donde nunca pasa nada. Pero en este caso, en nuestro caso, sigue muriendo gente, se sigue abundando en la represión y se siguen consumando tragedias sociales como la del Centro Arte Alameda. Ni siquiera hay ánimos para invitar a la celebración de año nuevo si, por ejemplo, se sabe de antemano que la convocatoria a la Plaza Italia para este 31 de diciembre en la noche será reprimida. Sin embargo, a pesar de todo, la esperanza es porfiada y poderosa, tanto que viene a decirnos que del modo que sea, y especialmente si la gente sigue peleando por sus derechos, el tiempo que viene será mejor.