Decisiones trágicas

  • 07-04-2020

Una decisión trágica es aquella que obliga a tomar cursos de acción indeseados para obtener resultados insatisfactorios, en contextos de recursos escasos, elecciones inevitables y comparaciones imposibles. Quien se ve en esta difícil situación no puede negarse a decidir, los medios con los que cuenta no permiten tomar la mejor decisión y el resultado es irremediablemente deficiente. Desde un punto de vista racional, no hay un resultado óptimo ni fines adecuados, haciendo de la evaluación de riesgos un ejercicio de la más abstracta ficción. A final de cuentas, sea lo que fuere que se haga, tendrá siempre algún efecto negativo considerable.

Desde que los creadores del concepto de decisión trágica [tragic choice] Guido Calabresi y Philip Bobbitt definieran este término en 1978 para referirse a dilemas morales para la asignación de recursos, ha sido un quebradero de cabeza para los expertos en ética y filosofía moral, dada la amplitud de fenómenos que son posibles de describir en las decisiones cotidianas de las personas, pero muy especialmente en aquellas personas que deben tomar decisiones de gran responsabilidad. Como, por ejemplo, los médicos.

Los médicos y el personal de salud del país se verán enfrentados pronto a decisiones trágicas y ningún protocolo puede preparar suficientemente a una persona para tomar una decisión de este tipo. Los protocolos solamente pueden tecnificar el procedimiento y canalizar los problemas legales, pero la carga moral es imposible de dimensionar. El dilema de la “última cama” (el recurso escaso) como ha sido denominado, golpeará muy fuerte en la consciencia de la profesión médica.

Resulta cuando menos irónico que el protocolo para estas decisiones haya sido encargado a la Universidad Católica de Chile, en tanto el resultado de este protocolo tendrá un carácter paradojal para el ethos de dicha institución. Por un lado, deberá contener ineluctablemente instrucciones de un carácter utilitarista (escoger las consecuencias más favorables de una decisión) por sobre un criterio deontológico de derecho natural (el valor intrínseco de la vida humana). Dicho de manera breve: el protocolo tendrá que guiar al profesional médico a escoger qué vidas debe salvar y cuáles no, con base en criterios “técnicos” como pronóstico de sobrevivencia u otros.

El dilema tiene al menos acá dos niveles, uno práctico y otro reflexivo. El problema práctico salta a la vista: no importa la decisión, siempre habrá un daño difícilmente comparable al beneficio obtenido. El problema reflexivo es un poco más complicado (y quizá interese más a los filósofos): los criterios morales hacen cortocircuito cuando se los trata de usar para guiar decisiones sobre los mismos criterios morales. La paradoja de lo deontológico y lo utilitario muestran precisamente esta incapacidad.

En situaciones de decisiones trágicas el mejor escenario es no tener que ver con la decisión. Cuando esto no es posible, se puede simular un distanciamiento mediante procedimientos organizacionales. Por esto, protocolos, instructivos y autoridades juegan un papel central en desplazar la responsabilidad de quienes deben cargar con las consecuencias de las elecciones, no solo el personal médico, sino también las familias de los pacientes y los que pacientes que sobreviven. Los llamados comités de ética asistencial de hospitales y centros de salud son los organismos que deben asumir este enorme desafío de apoyo a las decisiones trágicas. Pero ¿en qué condiciones se encuentran estos?

En una investigación conducida durante los últimos dos años (proyecto Fondecyt Nº 11170014) el equipo de investigación que dirijo ha indagado intensivamente la situación de los comités de ética en Chile en un amplio abanico de manifestaciones, desde los comités o comisiones de ética de investigación científica, ética deportiva, ética profesional, ética política, ética empresarial y, lo que es importante acá, ética médica. La precariedad es lo que domina estas instancias en la mayoría de los ámbitos. Si bien por ley los comités de ética asistencial deben existir en instituciones hospitalarias de determinada complejidad, la situación real de estos organismos y su funcionamiento amerita una profunda reflexión. La prueba a la que serán sometidas estas instituciones será de una enorme tensión y es muy probable que veamos cuán insuficiente es el apoyo que pueden prestar para hacer frente a una situación como la que demanda el coronavirus.

Sin apoyo de una instancia competente es muy difícil establecer que el criterio que se ha usado en determinada decisión ha sido el indicado. En un país con una situación estructural de desigualdad tan aguda como la nuestra, no es aventurado imaginar la intromisión de criterios económicos o de redes de favores en las decisiones. Tampoco es absurdo imaginar que la desatención a los aspectos éticos de las decisiones médicas derive en consecuencias desastrosas simplemente por una falta de criterio o preparación. El diagnóstico generalizado de quienes participan en instancias de decisión ética en la medicina, ciencia, deporte, etc., es precisamente la falta de preparación en temas éticos.

Por supuesto que intervenir agresivamente estas instituciones en el momento actual no es recomendable. La urgencia de atender los problemas de salud es enorme y no se debe desviar la atención. Sin embargo, en algún momento tendremos que hacer el recuento de lo sucedido, de los éxitos y fracasos de la acción ante la pandemia. En ese momento tendremos que hacernos cargo de las consecuencias de las decisiones trágicas y de aquellas que no se tomaron a tiempo.

 

El autor es Licenciado en Antropología Social de la Universidad de Chile y Doctor en Sociología, por la Universidad Ludwig Maximilian de Munich, Alemania.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.

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