Estamos en el año 2020 de la era cristiana, en el año 1441 del calendario islámico, el 5780 del chino, el año 12477 en el calendario del pueblo mapuche, entre otros muchos calendarios y todos ellos de sociedades sujetas a los intentos hegemónicos del proceso de globalización, que hace de su objetivo fundamental el imponer solo el calendario y visión de la cultura occidental.
Esta conducta, en el contexto de una pandemia global, está exigiendo cambios profundos. Para la perspectiva basada en la omnipotencia, soberbia y dominio de las potencias occidentales (liderado por Washington), la orden es que las sociedades se asimilen o se atengan a las consecuencias de una época de profundas transformaciones y que hoy, bajo el tremendo golpe que significan los efectos del COVID-19, nos obliga a concebir, bajo nuevos parámetros, una nueva organización política, social, económica y cultural, que supere a un proceso globalizador, elemento distintivo de un capitalismo decrépito, cansado, agotado, que no ha sido capaz de dar cuenta de las necesidades de nuestro mundo, que nos impulsan a trabajar por prácticas y conductas alejadas del individualismo extremo, que este sistema propugna.
La globalización ha intensificado un modelo político y económico, centrado más en los réditos que puede dar el capital, la imposición de ideologías políticas, con una visión y práctica tecnocrática, en desmedro del necesario beneficio al ser humano. Un modelo que solo favorece a las grandes potencias, sus transnacionales y a las castas políticas y económicas de los países donde el modelo capitalista se enseñorea, que representa a gran parte de la humanidad. El requerimiento, desde los centros de poder, es que aquellos que no son parte del poder trilateral capitalista (Estados Unidos, Japón, Unión Europea) se asimilen o se atengan a las consecuencias en esta época de profundas mutaciones, que nos obligó a concebir primero y constatar después, el triunfo de este modelo político-económico llamado globalización y que genera esta cosmovisión y el objetivo del pensamiento único de construir un mercado también único, que es el gran objetivo subyacente.
A inicios del nuevo milenio y como parte de un trabajo de tesis para una maestría, sostuve en aquel documento llamado “la globalización o el cuento del tío”, que “nunca antes la humanidad ha tenido tal potencial científico-tecnológico, con la cierta posibilidad de dar respuesta a las necesidades de la humanidad, con una formidable capacidad de generar riqueza y bienestar, como lo podría hacer en la actualidad. Pero también, capaz de presentar la inequidad, desigualdad y la brecha entre ricos y pobres, opulentos y miserables, desarrollo y subdesarrollo, futuro y estancamiento y hasta atraso, que se ha profundizado de la forma como se ha hecho en estos años. La coexistencia de contradicciones marcadas, fuertes, notorias e injustas son el rastro imborrable de los inicios de un milenio marcado a fuego por la presencia e imposición de la injusticia como peculiaridad más indeleble que agonizante, junto a la afectación de todas las instituciones con que la sociedad mundial se ha ido dotando, a través de cientos de años de práctica política”
Entre esas instituciones, que se han visto coartadas se encuentra el Estado-Nación, que ha visto mermada sus capacidades en desmedro del poder adquirido entidades como la Organización Mundial de Comercio, el Banco Mundial (BM) y el Fondo Monetario Internacional (FMI) entre otras, unido a los procesos de descentralización, a partir de los cuales se le quita alguna de sus funciones, disminuyendo sus competencias. Alguna vez se habló del conocimiento como poder, pero, en la borrachera triunfalista de un Nuevo Orden Mundial Global (NOMG) ese ideario pasó al poder del conocimiento y sobre la base de ese saber, manejado por las grandes corporaciones transnacionales, se afianzó el reino del ultraliberalismo y la globalización.
En un artículo publicado recientemente “neoliberalismo y COVID-19” señalaba que “el Banco Mundial y el FMI se encuentran al acecho de los países. Y en con esa conducta rapaz, en su momento, cuando un país o región está en crisis se presentan estas instituciones como una especie de salvador, proporcionando “facilidades” financieras para resolver los trances económicos de estos países. Las políticas neoliberales obligan a los Estados a arruinar aún más sus frágiles economías bajo las directrices de estos fondos que actúan como verdaderos corsarios. Términos como ajuste fiscal, disminución del papel del Estado, privatización del sector sanitario, educativo y de pensiones son parte de las exigencias si los países recurrentes de apoyo financiero desean acceder a esos fondos ofrecidos” esa realidad nos obliga a cambiar estructuralmente las bases del capitalismo, avanzar hacia sociedades más colaborativas.
El mundo del tercer milenio ha mostrado la imposición de un sistema de dominio “intrínsecamente perverso”, donde la riqueza social, conseguida a golpe de reivindicaciones, luchas, prisión, represión y muerte de millones de hombres y mujeres a lo largo de la historia, quedó concentrada en unas pocas manos. Un mundo donde caminamos conscientemente hacia la autodestrucción de la naturaleza. Una etapa histórica donde se ha agravado la brecha social, entre aquellos que todo poseen y aquellos que viven en la miseria (solo en Chile el 1 por ciento de la población acumula el 28 por ciento del PBI total del país) entre ricos y pobres, donde la pobreza se ahonda según se aleja de la holgura soberbia de los poderosos. Un planeta hegemonizado culturalmente y que ha quitado, bajo el resplandor de espejos y vitrinas, los ideales y expectativas de cientos de millones de seres humanos, mudos en una sociedad donde las corporaciones mediáticas imponen “lo que la gente quiere ver y escuchar”, como si de una decisión democrática se tratase.
El Nuevo Orden Mundial Global, surgido tras la caída de los socialismos reales, repite hasta la saciedad, que la panacea tiene nombre omniabarcador, es el edén soñado y a quién se debe obedecer como un Moloch ávido de subordinación y sangre fresca. La maravillosa posibilidad de comunicarnos en tiempo real, en cualquiera de las herramientas tecnológicas, ha posibilitado que, a lo menos en este campo, que aquellas fronteras que suelen separar o impedir el libre tránsito hacia mejores perspectivas de vida se difuminen y genera un estado de simultaneidad que tiene, indudablemente beneficios a un amplio sector de la humanidad. Pero también esta maravillosa visión ha posibilitado, que la hegemonía cultural de los poderosos se imponga en un mundo, donde el poder maneja el conocimiento, pero también las frecuencias, las rotativas y el people meter.
A causa de la envergadura, la amplitud y celeridad que han adquirido los cambios políticos y económicos se requiere de un permanente esfuerzo colectivo, tanto de carácter nacional como internacional, para extraer las conclusiones más idóneas, que conduzcan a establecer las mejores y más amplias condiciones de igualdad en las relaciones internacionales políticas y económicas internacionales. El rápido progreso de las ciencias fundamentales, en especial todo el proceso de cambios tecnológicos como la informática, la biotecnología, la nanotecnología y otras ramas de punta de las ciencias favorece su papel transformador, ya sea en el dominio de las fuerzas de la naturaleza como también en la conversión de la ciencia en una “fuerza productiva directa” en el sentido de la capacidad que tiene de entregar su caudal de conocimientos, para la renovación material y la resolución de numerosos problemas sociales.
La revolución científico-técnica ha desplegado, de manera poderosa, los instrumentos de producción y ha jugado un papel significativo; tanto en el proceso de globalización como en los cambios en la correlación de fuerzas en la arena mundial particularmente, con la derrota del proyecto socialista. En el momento histórico en que estamos inmersos, con el desarrollo y uso de tecnologías que no se soñaban hace un par de décadas, con un gobierno globalizador que responde al nombre de sociedades de mercados o corporaciones transnacionales y con la necesidad imperiosa de participar en el camino del desarrollo; entender, pero sobre todo luchar contra los mecanismos de dominio y las características del NOMG, junto a las nuevas formas de dominio que los países desarrollados ejercen sobre el conjunto de la humanidad, resulta un imperativo.
Un predominio que conduce a la pregunta de ¿Quién gobierna en el mundo? Aparentemente, esta interrogante queda en una especie de brumosa inquietud. Los defensores a ultranza de la globalización pretenden hacernos creer que esta viene acompañada por el canto de las democracias y la igualdad entre los seres humanos. Pero, la realidad es otra, pues aquellos que están en la avanzada del proceso y por ende reciben mayoritariamente sus beneficios, son los que gobiernan al mundo.