La centralidad e importancia que han adquirido las imágenes en nuestras formas de vida actuales es innegable. Producimos, compartimos y recibimos cientos de ellas cada día, en distintos formatos, plataformas y soportes. Configuramos nuestros pensamientos, expresamos nuestras emociones y entendemos nuestro entorno a través de ellas, y con ellas, y en ese sentido no son sólo un medio de transmisión de informaciones sino una forma de ver y pensar el mundo.
De allí la necesidad de tomarnos un minuto y reflexionar sobre ellas, no sólo en su relación con el presente inmediato sino también con lo que queremos dejar y transmitir a generaciones futuras. Esto pues no solo construimos nuestra identidad individual gracias a las imágenes, sino que también lo hacemos a nivel social. A través de ellas dejamos huellas de nuestro paso por el mundo y los aprendizajes que como sociedad realizamos, las que generaciones futuras, más adelante, podrán tomar de nuevo como insumo para interpretar su presente.
¿Cómo recordaremos entonces esta catástrofe sanitaria?, ¿cuáles serán las imágenes que conservaremos para ello?, ¿serán las de ataúdes de cartón de Ecuador?, ¿las canastas volantes de Italia?, ¿los helicópteros llevando a pasajeros vip a sus segundas casas en la playa?, ¿las calles desiertas en Nueva York?, ¿los cielos limpios en distintos lugares del mundo? Estas preguntas no están solo destinadas a un sujeto individual, sino más bien dirigidas a los medios de comunicación por varias razones.
Primero, porque no todas las imágenes que recibimos y que se generan en el marco de esta catástrofe de la pandemia (al igual que en muchas otras ocasiones) serán conservadas. Son tantas las que recibimos que las vamos olvidando, las más actuales van cubriendo las más antiguas, las más llamativas van reemplazando a las triviales. En el tiempo y con el uso vamos olvidando cuáles eran o dónde estaban. Las que tienen más probabilidades de ser conservadas son las que están almacenadas y resguardadas en bancos de imágenes como los que poseen las agencias de prensa y algunos medios de comunicación.
Segundo, porque para acceder a esas imágenes conservadas y catalogadas hay que estar suscrito a esas agencias y, por tanto, para que este pago se justifique hay que utilizarlas continuamente. Los medios deben hacerlo, necesitan las imágenes, y estas deben ser de calidad, certificadas (que se garantice su veracidad) y que cumplan criterios periodísticos (que sean informativas).
Tercero, porque para que estas imágenes sean recordadas en el tiempo, es necesario volver a utilizarlas con relativa frecuencia. La repetición sistemática de estas imágenes, ojalá vinculadas con algún hito conmemorativo, facilita su permanencia en el tiempo. Esto, junto a su circulación y reconocimiento en otros espacios como exposiciones, premios, publicaciones en libros de fotografía y su uso en otros ámbitos, como libros y material de estudio, producciones audiovisuales de ficción y no ficción, obras de arte, entre otras. Permiten reforzar su presencia. En la difusión de todas estas instancias, los medios de comunicación son aliados importantes y fundamentales.
Por todas estas razones, los medios de comunicación deben tomar hoy especiales precauciones para la utilización de las imágenes. Ya lo están haciendo en relación con los derechos de propiedad de las mismas, con la atención prestada a la certificación de su autenticidad y la rigurosidad de su catalogación y conservación, sólo resta tomar con igual responsabilidad la elección de las que utilizan cotidianamente en el entendido de que estás no son únicamente un complemento de las noticias. Situaciones como la denunciada por la Cátedra de Racismos y Migraciones Contemporáneas de la Universidad de Chile ante la portada del diario La Segunda del 7 de abril de 2020 -que relaciona la migración con la pandemia, mostrando a una madre y su hijo- no pueden repetirse, porque violan los derechos humanos, incitan al odio y dejan huella.