Con la expansión del COVID-19 la sociedad ha experimentado una vuelta a la historia. Aunque nunca nos hemos escapado de ella, parecía como si los niveles de hiper conexión y los adelantos tecnológicos nos hubieran puesto en otra dimensión, la del fin de la historia, distinta de todo tiempo pasado. Hasta cierto punto, la mirada estaba más abierta a la idea de colonizar Marte que a la conexión que tiene la población contemporánea con eventos que hoy parecen lejanos, tales como las epidemias que azotaron a Egipto, Roma o Tenochtitlán.
Sin embargo, con el crecimiento de los contagios y fallecidos a escala global, apareció rápidamente la necesidad de comparar la crisis con las consecuencias que han tenido otras pandemias en la historia de la humanidad. Así, es común observar en distintos medios artículos de prensa o infografías que recuerdan epidemias como la plaga de Justiniano, la peste negra, la gripe española o el VIH/SIDA, una de las más recientes.
Al iluminar estos eventos históricos, inevitablemente América ha vuelto sobre uno de los hechos fundantes de su historia: la conquista del continente que se inició con el descubrimiento de la región en 1492. Con la llegada de los conquistadores y los gérmenes que ellos portaban, se desataron una serie de epidemias que, en los dos siglos que se sucedieron luego de la llegada de Cristóbal Colón, significó una disminución que se calcula en un 95 por ciento de la población (Diamond 2010).
Ese hecho se transformó en un factor decisivo de la conquista y un periodo de la historia regional que, aunque parezca distante, hoy vuelve como un eco recordándonos quiénes somos. Sobre todo, cuando observamos lo que está sucediendo con los pueblos indígenas de la Amazonía.
Frente al avance del virus, muchas de las comunidades han decidido cortar comunicación con los pueblos fronterizos de Brasil, Colombia, Ecuador y Perú. Por experiencia propia, saben que el impacto del virus puede ser catastrófico al interior de sus comunidades, como ha sucedido cuando se han enfrentado a otros virus al no tener resistencia genética ni inmunitaria.
El contacto con individuos del Viejo Mundo se continuó en la actualidad con los leñadores y mineros ilegales que permanentemente se introducen en sus tierras, así como con los grupos neopentecostales que, evadiendo todas las restricciones y su autodeterminación, entran a evangelizar una zona donde se encuentra la mayoría de los individuos que poseen una forma de vida prácticamente extinta en el planeta.
En estos contactos la transmisión de virus ha sido letal, como cuando la agrupación estadounidense New Tribes Mission, intentado establecer contacto con las tribus aisladas, construyó una pista de aterrizaje cerca de la aldea de una tribu zo’és, en el norte amazónico brasileño. El resultado de este evento fue una reminiscencia de la conquista: catastróficos brotes de gripe, tifus y malaria, lo que se tradujo en que uno de cada cuatro zo’és muriera entre 1982 y 1988 (Survival International 2020).
Hoy, cuando el virus se expande en la Amazonía, es imperativo que América no olvide a sus primeras naciones. Si las comunidades que ahí perviven dejan de existir, no es solo vida la que desaparece, es el derecho a la diferencia y otras formas de economía y sociedad, política, lenguaje, sexualidad, arte y religión que forman parte de la cultura humana. Este es un dilema permanente en la historia que va desde el norte al sur de América, y cruza a todos los pueblos originarios, que con la expansión de este nuevo virus ha vuelto a aparecer en la historia y memoria del continente.
Referencias
Diamond, Jared. 2010. Armas, gérmenes y acero. 5ta ed. Barcelona: Debolsillo.
Survival International. 2020. «Zo’és». https://www.survival.es/indigenas/zoe.
*El autor es Antropólogo U. de Chile, master y doctor en Sociología (EHESS)