Se vive un momento singular en Chile y en el mundo producto de la pandemia. Tan singular es, que se aborda como una condición de excepción, con toque de queda y medidas que restringen la vida pública. En efecto, ello ocurre porque el resultado final de la crisis son muertes, muchas evitables y una previsible catástrofe económica.
A propósito de la especulación sanitaria, término ya acuñado desde mi pequeña tribuna, que no es más que la suerte que corren estos escritos de opinión, hay cosas que hace falta decir, porque se acumulan en el encéfalo gris, allí donde radican los pensamientos. Apelo al sentido común y a las creencias, ambos elementos constitutivos de la subjetividad. Pido excusas por ello, pero así son las opiniones.
Desde el altar de las ciencias, hay quienes se han sentido dueños de la verdad y han cuestionado las estrategias que el Gobierno ha desplegado para abordar el problema de la pandemia. Al decir de ellos mismos, la falta de datos y la falta de transparencia han representado un límite para sus posibilidades de contribuir. Pero ojo, desde tal convicción científica la descalificación ha llegado a ser brutal. Y entonces pregunto, instalado en el mismo altar ¿cómo nos está yendo? Y la respuesta es: no sé. ¿Cómo estarían las cosas -el caso base- de no estar haciéndose lo que se está haciendo o de estar haciéndose otras cosas en su lugar, o de haberlo hecho antes o después? ¿Dónde está la evidencia de que podríamos estar mejor y de que no lo estamos porque desatendimos los consejos de éste y de aquel? ¿Está acaso en la experiencia de otros países que son, a su vez, otros mundos y otras culturas? ¿Acaso no tenemos a los más importantes científicos expertos en estas materias epidemiológicas de Chile, conectados en línea con la OMS y aconsejando al Ministerio de Salud, con un espacio abierto en la página web institucional para que todos los ciudadanos puedan conocer tales consejos, sin que sea necesario arremeter destempladamente a través de la prensa para emitirlos? ¿Se cree acaso que la prudencia en el actuar de estos consejeros expertos es una subordinación condescendiente con el gobierno, como se ha sugerido?
El caso de las proyecciones para Chile de la Universidad de Washington, que nos hace perder nuestra fe residual en las ciencias, es completamente impresentable. Quise calificar las proyecciones realizadas por aquel centro académico como “campaña del terror”, pero preferí omitirlo. Se trataba de unas proyecciones de mortalidad dentro de rangos invalidantes para la utilidad de las mismas, las que fueron corregidas el día domingo 7 de Junio, ahora con números muy distintos y quizás más probables. Pero en medio de estas especulaciones, el académico responsable dio una entrevista a página completa en un periódico local, fijando posición y defendiendo sus proyecciones. El gringo ni se arruga y tampoco se arrepiente. Resultado de aquello, el terror se expande. Cabe preguntarse, entonces, ¿quién responde por esto?
Que estén cursando estos temas en condiciones de excepción, porque se trata de un fenómeno verdaderamente excepcional, debería llevarnos a una profunda meditación. Este no es un momento de diseño y realización de políticas públicas para la normalidad. Es un momento para enfrentar la anormalidad y aquello, para que resulte en algo eficaz, debe ser hecho colectivamente, con las contribuciones de todos pero con generosidad, modestia y prudencia, para así salir adelante. Y aquí va el corolario: pero bajo una sola dirección.
Si se pregunta por las razones de los niveles de contagio y de muertes que hemos estado observando y sin certeza de si pudo ser mejor o peor; más aún, sin siquiera saber del todo si lo mejor será, desde un punto de vista estrictamente sanitario y reservando la cuestión económica, llegar rápidamente al peak para empezar a descender de una vez en las tasas de crecimiento de los casos, versus aplanar la curva para contener la expansión y prevenir la saturación de nuestra respuesta asistencial y evitar muertes, cabe mencionar cuatro razones que creo que influyen mucho en los resultados:
- Primero, en la medida que la pandemia ha cursado sobre las comunas más pobres del gran Santiago, donde la población vive en condiciones de hacinamiento, los contagios nuevos han crecido mucho.
- Segundo, agregado a lo anterior, se ha hecho necesario crear condiciones para que contagiados y contactos estrechos puedan realizar sus cuarentenas en condiciones de aislamiento efectivo, porque en muchos casos esto no está ocurriendo.
- Tercero, las personas andan dando vueltas por la calle, a veces justificadamente pues van tras recursos que les permiten subsistir, pero muchas otras veces lo hacen de manera innecesaria, como ocurre en las comunas más ricas, cuyos niveles de circulación se han reducido mucho menos que lo deseado.
- Y cuarto, el elemento más novedoso que suele eludirse en el análisis pero que cuando se trata de gobernar algo de esta envergadura resulta ser un factor muy importante, es la falta de colaboración de organizaciones relevantes, muchas académicas y ONGs con vocación científica, que podrían estar más cerca de la autoridad sanitaria, actuando de manera sobria, prudente y contributiva, como el propio rector Vivaldi lo ha hecho a nombre de la Universidad de Chile. Quizás estas organizaciones no hayan sido suficientemente escuchadas, como ellas mismas alegan y así justifican su actitud tan crítica y a veces beligerante. Sin embargo, en ocasiones pareciera ser que es el afán de protagonismo o la necesidad mesiánica de poder influir de los líderes de esas instituciones lo que los pone en esa posición, con la televisión y la prensa como entusiastas amplificadores. Surge entonces la desconfianza, el más serio problema para el devenir, lo que confunde a la población y compromete la posibilidad de diálogo, cosa que en nada ayuda cuando se trata de enfrentar una condición de excepción.
Los tres primeros puntos están sobre la mesa y siendo abordados con la contribución de la Atención Primaria de Salud en la contención, la implementación de residencias sanitarias para garantizar las cuarentenas y una mayor fiscalización en las calles unida a criterios más restrictivos para el otorgamiento de permisos. Si se pone el dinero que hace falta a las familias -hoy tenemos un acuerdo-, tales medidas concretas deberían converger hacia una mayor efectividad sanitaria, tarea ahora en manos de un nuevo Ministro de Salud. Pero el punto cuarto es en sí mismo un tremendo y quizás el más importante desafío, a la base de la estrategia. El nuevo Ministro tendrá que lograr que los diversos actores e interesados converjan también hacia un espacio de colaboración que el mismo en su gestión habrá de crear, para salir adelante.
Marcos Vergara es académico de la Escuela de Salud Pública de la Universidad de Chile.