Trabajadores de la salud, héroes anónimos

  • 23-06-2020

En los últimos días hemos tenido la ocasión de conversar con varios funcionarios de salud, los cuales han estado sometidos a una presión nunca antes vista, en el contexto de la expansión más o menos descontrolada del Covid-19. La emergencia ha alargado las jornadas laborales, ha sobre-exigido a los equipos como consecuencia del repliegue obligado de parte de sus compañeros, ha supuesto el traslado a otras ciudades y regiones para atender ahí donde más hace falta y ha provocado alejamientos de la familias, para no exponerlas a contagios.

Es decir, se ha tratado de vivencias límite para poder contribuir con el compromiso de dar salud a los demás.

Esta conducta, que convierte a estos miles de trabajadores en verdaderos héroes, y que incluso se ha traducido en la pérdida de vidas humanas entre ellos, no ha sido además del todo reconocida por la comunidad. Cuentan con pesar que los taxis suelen negarse a recogerles de los hospitales y otros recintos de salud, que son tratados con distancia en los quioscos de toda la vida, que son mirados con hostilidad en los barrios y edificios donde viven. En fin, que son parias ahí donde deberían ser aplaudidos.

Decimos esto porque son tiempos comprensiblemente crispados. Donde el miedo, la angustia y el descontrol tienden a apoderarse de muchas personas. En esas circunstancias se hace más difícil aún la empatía -esto es, ponerse en el lugar del otro-, pero se hace al mismo tiempo imprescindible. Así como se ha denunciado la mala utilización de los permisos para empresas esenciales, con la consiguiente obligación a miles de trabajadores a asistir a sus trabajos sin que sea estrictamente necesario, por otro lado están estas personas cuya labor es imprescindible y ayudan a revertir la curva al alza de los contagios. Anónimamente, denodadamente.

En el epílogo de su libro Antes del Fin, llamado Pacto entre Derrotados, Ernesto Sabato señala lo siguiente: “Vivimos un tiempo en que el porvenir parece dilapidado. Pero si el peligro se ha vuelto nuestro destino común, debemos responder ante quienes reclaman nuestro cuidado”. Es el desafío que han asumido estas personas por covicción; recordemos que en estricto rigor no están obligadas y que nada les impide desertar, pero siguen.

Si bien es probable que la Humanidad no aprenda demasiado de esta encrucijada y no escale a un estadio más alto en el futuro, las postales nos demuestran que es la solidaridad y no el individualismo lo que nos hará salir a adelante. Las olas de generosidad espontánea con que importantes sectores de la población se han autoorganizado para cuidar a los grupos de riesgo de nuestra sociedad deben, por cierto, alcanzar para quienes están enfrentados más directamente al riesgo del contagio.

Nuestra comunidad no puede y no debe permanecer indiferente ante el testimonio de estos miles de integrantes de nuestra comunidad que merecen gratitud, como lo hizo el cantante Manu Chao, quien concurrió a cantar en homenaje a la entrada de un hospital en Barcelona. Cada cual tendrá un talento y una forma de expresar apoyo, para que el ánimo y la salud les acompañe y no se atrase el día en que la pandemia empiece a quedar atrás.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.

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