Hoy presenciamos en todo el mundo una profunda transformación del sentido del tiempo. La rotura del tiempo cuantitativo y lineal de la modernidad: el tiempo vertiginoso de las autopistas, de las líneas incesantes del Metro, de los miles y miles de automóviles compitiendo por llegar a tiempo, el tiempo de las multitudes apuradas por llegar al trabajo, el tiempo de las marchas forzadas al trabajo servil del capitalismo, el tiempo fanático de las competencias deportivas, el tiempo del rendimiento acelerado, a todo nivel, el tiempo presidido por las metrópolis. Todo esto se ha detenido. Ese tiempo frenético lo sabíamos insostenible. Cual más cual menos cobramos conciencia que tras él se escondía un mundo lacerante, desigual, escandaloso. En Chile lo empezamos a expresar públicamente desde el 18 de octubre de 2019, cuando maduró la conciencia de un tiempo distinto, más digno, más respetuoso.
Ahora nos hemos recogido. Estamos obligados a cuidarnos, a protegernos, a cuidar de la Tierra. No como algo exterior a nosotros. Descubrimos que pertenecemos a la Tierra. Que somos la Tierra. Las urgencias del tiempo burgués nos obligaban a olvidarlo. El que apurado vive, apurado muere. Matías Cousiño era un burgués atarantado, con sus industrias y sus ferrocarriles. El siglo XIX apurado. La sabiduría popular cuenta que murió hecho añicos por la velocidad ciega e incontenible de una de sus locomotoras. Lo humano destrozado por la máquina. A Sebastián Piñera lo apodaron la locomotora. Quería llegar rápido a todos lados. Ahora lo vemos pasmado, embutido en un tiempo que jamás imaginó ni pretendió. Habita la pasmosa extrañeza de La Moneda, donde sus ministros reconocen no enterarse de las condiciones reales de la vida del pueblo.
Estamos recuperando sin querer el ritmo natural de la Tierra, el tiempo circular o circulatorio de la naturaleza. Los ciclos naturales, tan pasados a llevar por el atropello de los ricos, por el afán desconsiderado, sin tasa ni medida, de la acumulación del capital, el afán de lucro y de consumo a que nos forzaron unas elites desnaturalizadas, atropelladoras, que querían llegar hasta el cielo, como las torres babélicas de Santiago. Ahora nos volvemos más a la Tierra, sin saberlo llegamos a ser más gentes de la Tierra, originariamente Mapuches. Más atentos a la luz del sol, al rumor de la lluvia, a la escucha de todos los signos del tiempo de la naturaleza. ¡Tanto tiempo perdido! Tanto cuento de supremacía blanca, de petulancia arribista. A ella contribuyó la historiografía chilena, fuera la tradición laica o liberal del siglo XIX o la tradición católica y conservadora del siglo XX. Ni una ni otra nos enseñó la redonda verdad de la Tierra, la belleza incontenible de la madre Tierra, de la hermana madre Tierra. Espíritus eurocéntricos ambos miraron desde lejos, desde arriba, y desde fuera la vida Mapuche. Nos la hicieron extraña, mediocre, insignificante. Así nos deshumanizaron. Hasta ahora.
Elisa Loncon, colega de la Facultad de Humanidades de la Universidad de Santiago de Chile, nos llama a celebrar como sea este retorno a la vida Mapuche en este solsticio de invierno. Y pide que no le llamemos We Tripantu, porque no celebra un año nuevo, como podría imaginarse desde la concepción occidental del tiempo, sino el recomenzar de un nuevo ciclo natural. Lo llamamos Wüñoy Tripantu. El recomenzar de un ciclo natural, entre el 21 y el 24 de junio, o casi en todo este mes de junio. Confiados en que la tierra recupere su energía, que venga un mejor tiempo. No podemos tener otra celebración más importante que esta. Propone Elisa: “Cada familia se reunirá en su casa, recordando a los antepasados y convocando su sabiduría, sus palabras y el uso del mapudungun. Cada uno puede hacer su ceremonia en el patio, por ejemplo, pasadas las doce de la noche, con un poco de agua, con un árbol nativo o incluso ante una planta. Se hace una ceremonia y se pedirá a la naturaleza que nos dé fuerza para liberarnos de esta enfermedad; que nos den energía los antepasados para seguir luchando por los que son nuestros derechos, y también a la sociedad chilena y occidental para que se termine el racismo, la exclusión y el desprecio que hay hacia lo originario. Hay mucho qué hacer”. (U. de Santiago al Día, 22 de junio de 2020). Venimos despreciando, ultrajando diariamente a la Tierra. Que esta sea la ocasión de conjurar ese régimen de historicidad cruel, catastrófico, insalubre, que deja a los pobres en el lugar del sufrimiento, del hacinamiento, del hambre. ¿Cómo pudimos acostumbrarnos a vivir aplastando a los espíritus de la naturaleza? Celebremos con un entusiasmo perfectamente Mapuche la fiesta del restablecimiento circular del equilibrio de la Vida.