El mundo se enfrenta a una crisis sanitaria, económica, social y política sin precedentes. No obstante, el impacto no es el mismo en todas las regiones ni en todas las personas. Una mirada desde la vulnerabilidad económica y social permite analizar las múltiples desigualdades que existían antes del shock por el COVID-19, las cuales determinan los efectos diferenciados que este tendrá.
La Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) señaló que la crisis derivada de la pandemia tiene un impacto desproporcionado sobre las mujeres. Además, el Foro Económico Mundial alertó que el actual shock está deshaciendo décadas de progreso en la igualdad de género a nivel mundial.
Dichos efectos se deben a las condiciones particulares de vulnerabilidad en que se encuentran las mujeres. Según datos de la CEPAL, para 2018 la tasa de participación económica en América Latina se estimó en 53,1 % para las mujeres y en 77,2 % para los hombres. La brecha indica que existe un considerable porcentaje de mujeres que tienen la edad para trabajar, pero que no participan en el mercado laboral, lo cual les impide desarrollar sus capacidades y generar ingresos propios.
Correspondientemente, el porcentaje de mujeres sin ingresos propios en América Latina se registró en 29%, mientras que el porcentaje de hombres en la misma situación en 10,5 %. Muchas mujeres no cuentan con ingresos propios porque se dedican al trabajo doméstico y de cuidados no remunerado y el sistema económico vigente no reconoce la contribución de estas actividades esenciales a la economía.
Por otro lado, las ocupaciones de las mujeres se concentran en sectores particularmente afectados como salud, comercio, turismo y otros servicios. De acuerdo con la CEPAL, las mujeres son parte importante del personal que está en primera línea ante la crisis sanitaria, ya que representan el 72,6 % del total de personas ocupadas en el sector salud en la región.
Las mujeres están sobrerrepresentadas en empleos de menores salarios y en la titularidad de emprendimientos y empresas de menor tamaño, unidades económicas altamente vulnerables ante la crisis debido a su perfil de bajas utilidades, altos gastos, alto nivel de endeudamiento y limitaciones tecnológicas que enfrentan para reconvertir su giro de actividades.
La ralentización o suspensión de las actividades productivas afecta primordialmente a las personas ocupadas en el sector informal, quienes pierden su medio de vida de forma casi inmediata. Las mujeres están sobrerrepresentadas en el sector informal y en la cantidad de personas trabajadoras autónomas. Además, esta situación podría a agudizarse, ya que con las crisis ocurre una expansión de la economía informal, como producto del crecimiento de la pobreza, el desempleo y el subempleo.
Para enfrentar la pandemia los países han adoptado diferentes medidas de confinamiento en los hogares, lo cual se traduce en un incremento de la carga de trabajo doméstico y de cuidados, actividades socialmente atribuidas a las mujeres. Desde antes de la crisis las mujeres de la región dedicaban una mayor cantidad de horas semanales a dichas actividades en comparación con los hombres. No obstante, actualmente dicha carga se ha incrementado y las mujeres dedican más tiempo a actividades de limpieza, desinfección y reparación de la vivienda, compra de alimentos y medicinas, racionamiento, preparación y servicio de comida y cuidado de personas con dependencia de todas las edades.
Además, la carga global de trabajo para muchas mujeres ha incrementado debido a la suspensión de las actividades educativas presenciales, ya que están dando asistencia y continuidad al proceso de aprendizaje de niñas, niños y adolescentes desde los hogares.
Sin embargo, el confinamiento en los hogares no garantiza la vida, ya que muchas mujeres se ven más expuestas a sufrir diferentes tipos de violencia. La violencia contra la mujer no ha surgido con la crisis, sino que se debe a las relaciones desiguales de poder que existen entre hombres y mujeres. No obstante, el encierro en los hogares expone a muchas mujeres a pasar más tiempo con sus agresores, lo cual potencia el riesgo de que enfrenten mayores niveles de violencia, con consecuencias letales como los feminicidios.
Las desigualdades mencionadas anteriormente no surgieron con el shock por el COVID-19, sino que son de carácter estructural. No obstante, dichas brechas configuran un escenario particular de vulnerabilidad ante la crisis para las mujeres, quienes ven coartadas sus posibilidades de suplir sus necesidades básicas, lo cual se traduce en privación de capacidades, precarización de sus condiciones de vida y un menor goce de sus derechos.
Sobre este aspecto, vale la pena citar las palabras de Simone de Beauvoir, quien escribió: “No olvidéis jamás que bastará una crisis política, económica o religiosa para que los derechos de las mujeres vuelvan a ser cuestionados. Estos derechos nunca se dan por adquiridos, debéis permanecer vigilantes toda vuestra vida”.
No considerar las brechas de género desde el diseño de las políticas públicas para enfrentar la crisis tendrá un costo social y económico alto, ya que los recursos del Estado y de la sociedad no serán utilizados de manera eficiente. La igualdad entre hombres y mujeres ha sido identificada como un multiplicador del crecimiento económico y como un acelerador para erradicar la pobreza, es por ello que hablar de los efectos de la crisis y cómo salir de ella precisa de una mirada de género.
La autora es egresada de Economía de la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas (UCA) y asistente de investigación de Rimisp – Centro Latinoamericano para el Desarrollo Rural.