Tratando de entender lo que se esconde tras la polvareda política del último año, el concepto de tierra arrasada describe a la perfección el estado del territorio. No es solo una metáfora del presente –su dimensión más obvia–, sino también un buen reflejo de las dificultades que habrá en el futuro para repoblar el espacio común. Ese espacio donde fructifica la política, justamente la dimensión que parece ausente para nuestros representantes.
Hoy, el sistema político está enfrascado en un tironeo constante entre facciones. El ansia ciega por destruir cada atisbo de vida con tal de hacer daño al del frente. Bajo estas condiciones, el triunfo de uno implica arrasar todo el territorio. Como si el fuego solo fuera a quemar al adversario. Pero tras esa victoria pírrica por el poder no hay nada, solo la aridez yerma de la antipolítica.
Lo sintetiza bien que la única agenda opositora sea quitar ministros del frente. Ni hablar de un acuerdo para llenar la mesa de la Cámara de Diputados, un cargo administrativo perdido por las desavenencias, los dimes y diretes entre partidos, la incapacidad de operar coordinados. Ni qué decir de la incapacidad programática de ambos bloques, girando en banda frente al proceso político –la convención constitucional– más relevante de los últimos 30 años. Por si fuera poco, el diputado Gabriel Silber amenaza con acusar constitucionalmente al ministro de Hacienda por una cuña desafortunada, con el mero fin de rasguñar algunos puntitos extra de conocimiento ciudadano.
Otro ejemplo son los sucesivos retiros de las AFP: ya se anuncia el tercero, ad portas de aprobar el segundo, hasta dejar vacías de ahorros todas las cuentas. No hay, siquiera, un esbozo de propuesta para reponer esos fondos; ni hablar de un nuevo sistema de pensiones. Se me ocurren pocas formas más mezquinas de desmontar un sistema.
Y aunque la crítica cae sobre todo a la oposición, la derecha no lo hace mejor. El presidente cojo –un fantasma en La Moneda, a decir de Pérez Ciudad– parece resignado a un rol simplemente ornamental. Pero con “iniciativa”: nombró a Alberto Espina en el CDE, cuyos méritos políticos podemos discutir, pero que decididamente no cumple los estándares jurídicos para el cargo, en una muestra de impudicia pitutera. No parece importarles. Entre ambos sectores, lo están rompiendo todo.
Cuando la política es incapaz de ofrecer nada a nadie, es inevitable que la mirada se vuelva hacia quienes sí pretenden jugar el partido, aprovechándose del peladero en que se convierte el espacio común. Son solo espejismos de proyectos, un sucedáneo que se hace tolerable únicamente por el vacío en que nos movemos. Pero con todos sus defectos y limitaciones, ha sido tremendamente eficaz en ganar elecciones y desmontar las certezas del establishment. Hay que actuar a tiempo. No seamos Jiles.