2021: Más filosofía, menos clonazepam

  • 28-12-2020

El año 2020 será recordado históricamente como el año de la Pandemia global. En particular nuestro país, que vio interrumpido un Estallido social de alta magnitud por el confinamiento al que nos sometió el Covid 19, con un orden social estallado, con nuevas formas de relación social a medio establecer, en medio de un manejo político catastrófico de la crisis social y luego de la crisis sanitaria y ad portas de una segunda ola de la peste, el concepto que más ha estado presente en la evaluación del año es el de la angustia y la pérdida de sentido vital.

Y ¿de qué hablamos cuando hablamos de angustia?  

La angustia fue un tópico predilecto de la filosofía de la existencia y el existencialismo desde fines del siglo XIX y principios del siglo XX, específicamente en la época de la entre guerra. La filosofía de la existencia y del existencialismo no intentaron comprender a la angustia como un estado sicológico contingente y fáctico, es decir, que puedo o no experimentar, por el cual puedo ir a terapia, por el cual me pueden o no medicar, que puede eventualmente convertirse en una patología, sino que por el contrario lo comprendieron como un temple existencial necesario, es decir, entendieron a la angustia como una textura afectiva constituyente del propio ser de la existencia humana, específicamente como una textura afectiva que es capaz de revelarnos algo profundo acerca de la estructura de nuestro ser, de nuestra propia existencia. Diferenciaron a la angustia del miedo, el miedo es siempre miedo de algo concreto, mientras que lo que caracteriza a la angustia es que es un malestar sin objeto, nos angustiamos ante la nada misma, pero, paradójicamente, esa nada es algo y en ese algo tan especial que representa la nada en la existencia humana es en donde se han detenido a pensar filósofos y filósofas. Es en esta nada donde se nos revela una nota fundamental de nuestro ser: la existencia es Libertad. Según parece ser este sentimiento de la angustia nos abre a la posibilidad de poder aprehender nuestra propia Libertad. 

Jean Paul Sartre señaló que es en la pérdida de sentido en donde nos damos cuenta que de hecho nada tiene sentido por fuera del sentido que la humanidad le asigna, es decir, el hecho de que las cosas tengan sentido es algo propiamente humano. Podríamos decir que el humano es el animal que vive de dotar de sentido a la existencia y es en el temple de la angustia en donde nos damos cuenta de esa enorme tarea que pesa sobre nuestros hombros sólo por el mero hecho de que estamos existiendo.

El filósofo danés Soren Kierkegaard sostuvo que la angustia no es ningún caso y de ningún modo una imperfección del ser humano, sino que más bien un ser humano es más original cuanto más honda es su angustia y esto es, básicamente, porque cuando más nos apropiamos de esa libertad que se nos devela en la angustia, las posibilidades de acción de hecho se expanden. Lo que experimentamos en la angustia no es la posibilidad de algo determinado, sino que la posibilidad en estado puro. Es la comprensión de que tenemos abierta la infinita posibilidad de construcción de significado y de acción. 

Pero de la angustia nadie puede escapar.

Simone de Beauvoir sostenía que ya de niños y niñas cuando experimentamos los primeros destellos de nuestra Libertad, comenzamos a ocultar la angustia que ella nos provoca a través de la incorporación de valores y mandatos que nos expresan los adultos que nos rodean y que a medida que vamos creciendo, a menos que decidamos hacernos cargo de nuestra Libertad vamos a seguir recurriendo a normas, valores y explicaciones deterministas previamente manufacturadas y que se nos presentan muchas veces en forma de dogmas para ocultar nuestra capacidad de agencia en el mundo. 

¿Qué es lo que nos asusta de la Libertad? Precisamente que no todo está dado y todo debe ser construido, eso da una sensación de desamparo. Pero como no vivimos solos, sino que somos en un mundo plagado de otros y otras, esa Libertad viene con una indisociable carga de responsabilidad. No querer hacerse cargo de la responsabilidad que nuestra Libertad supone es negar lo que es propiamente humano para evitar la responsabilidad de la acción colectiva.

Entonces, ¿qué hacemos con la angustia? El aprendizaje más claro que nos deja la filosofía, al menos las filosofías existencialistas, es que no tenemos que evadirla, sino que tratar de experimentarla en lo que ella tiene para enseñarnos. La experiencia de la angustia existencial nos enseña lo que verdaderamente somos: seres libres que viven en comunidad y deben ejercer esa Libertad de modo responsable.

Quizás un modo de superar la angustia sea volcarse a la acción colectiva, elegir el camino junto a los otros y las otras: desempleados, campamentos con niños desescolarizados, ollas comunes, ola de migrantes sin hogar, niños y jóvenes presos por el Estallido Social. Acompañarlos puede ser un modo de salir de esa soledad tan angustiante que estar encerrados en nosotros mismos, dotando de nuevos sentidos las cosas, ejerciendo nuestra Libertad en la construcción de un país mejor y menos desigual.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.

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