La sorpresa de la vida

  • 03-04-2021

“Como ellos no acababan de creerlo a causa de la alegría y estuvieran asombrados, les dijo: ¿Tienen aquí algo de comer?” Lucas 24,41.

En la historia de las religiones no hay nada más apasionante que la imagen de Jesús de Nazaret. En él se expresan las disyuntivas profundas de la humanidad. Es un hombre que no habla desde el poder, desde las instituciones establecidas, desde la injusticia, desde Roma. Por el contrario, su lugar, amistoso y festivo, está con los oprimidos, los abandonados, los pobres de Galilea. Su causa ha animado a los que creen en un futuro abierto para los olvidados. En nuestro país su imagen ha alentado la ardiente creencia en la vida que el Dios de la vida brinda a los excluidos y a las excluidas. Su mensaje nunca ha podido ser expresado a cabalidad por las instituciones eclesiásticas. Este prende, en cambio, en la gente más común y corriente. “La fe de Cristo fue, entre la plebe romana, y sigue siéndola para el pueblo de hoy, una doctrina de igualdad entre los humanos, es decir, una norma de vida colectiva, una política (ennoblezcamos alguna vez la palabra manchada).” Esto lo escribe Gabriela Mistral en 1925. Cuando se proclama la constitución política de ese año en Chile, sus redactores siguieron de largo con sus privilegios, sus desigualdades, sus desprecios. Así la aplicaron los Alessandri, los Ibáñez, repitiéndose el plato del poder. La igualdad humana de Jesús quedó fuera de la política oficial de Chile.

Cuando con los años el pueblo presionó e impresionó por esta igualdad entre los seres humanos, al estilo histórico de Jesús, la elite se atrincheró aún más, de manera más impetuosa que en 1925. La constitución política de 1980 fue la carta magna de los ricos, espantapájaros de la elite. Se impuso el desprecio sistemático de los pobres. Un pertinaz seguidor de Jesús, Clotario Blest, no olvidó el sentido histórico del Evangelio, la buena noticia. En medio del bombardeo neoliberal dijo en 1976: “Cristo escogió a humildes analfabetos obreros. No escogió a ningún sabio, a ningún rico. Escogió a humildes obreros de su patria. Y esos redimieron el mundo.”

Hoy el mensaje de Jesús no aparece reflejado en los medios. Las iglesias, siempre lerdas, están enmudecidas. Los pastores abandonaron a sus ovejas. ¿La opción de los ricos mantiene la voz cantante? Sólo aparentemente. El pueblo común y corriente de Chile, mujeres y hombres, han recobrado la voz. En todo el país surgen las voces valientes del sentido común del pueblo. Despierto a más no poder desde 2019. A favor de una convivencia política de igualdad humana. La presencia misteriosa de Jesús aparece de súbito, inexplicablemente jubilosa, como en su tiempo, para sus cercanos atónitos ante la experiencia increíble de una vida sorprendente: “Como ellos no acababan de creerlo a causa de la alegría y estuvieran asombrados, les dijo: ¿Tienen aquí algo de comer?” (Lucas 24,41).

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.

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