Con su victoria en la pasada edición de los Premios Oscar, la directora de origen chino Chloé Zhao se transformó en la segunda mujer en ganar el premio a Mejor Dirección, y también convierte a “Nomadland” en la segunda película dirigida por una mujer que gana el Oscar a Mejor Película. La primera cinta en obtener ambos galardones fue “The Hurt Locker” de Kathryn Bigelow en 2010. En 93 años sólo 7 mujeres han estado nominadas a mejor dirección –dos de ellas este año- mientras que más de 450 varones han competido por el mismo premio. Dos películas, dos directoras en toda las casi diez décadas en que la Academia de Ciencias y Artes de Hollywood viene organizando esta ceremonia.
Los Oscar son un premio que la industria del cine creó para felicitarse a sí misma. Para promocionar y celebrar las películas que, según la misma industria, son las mejores representantes del cine de calidad de ese momento. Estos premios, como todos los premios, también tienen un importante componente político al transformarse en una especie de declaración de principios de parte de los miembros de la academia -hoy cerca de diez mil profesionales del cine- respecto a los valores que esta institución quiere proclamar y defender, en muchos casos, en resistencia a los discursos más conservadores que vienen desde la Casa Blanca. No es casual, entonces, que en los últimos años hayamos visto una presencia cada vez mayor de la diversidad étnica, de genero e identidades sexuales en las premiaciones de Hollywood. El mundo del cine desde sus inicios se ha entendido a sí mismo como portador y difusor de mensajes que pueden tener un efecto en la sociedad. En la primera mitad del siglo XX esta potencialidad estuvo fuertemente controlada por el Código Hays, pero hoy –por razones éticas, pero también comerciales- la industria cinematográfica se vincula con los pensamientos más progresistas y de allí que movimientos como #Metoo y #timesup –que inicialmente buscaron denunciar la violencia de género y la inequidad al interior de la industria – o #blacklivesmatters hayan tenido un eco en la manera en que se otorgan y distribuyen estos premios.
Considerando todo lo anterior la victoria de “Nomadland” se puede leer desde varios lugares. Es un reconocimiento a una directora de origen chino, en momentos en que los asiáticos en Estados Unidos están siendo víctimas de acoso y violencia, como consecuencia de los dichos xenófobos del ex presidente Trump en el contexto de la pandemia. También es una afirmación a un equipo conformado mayormente por mujeres: Chloé Zhao no sólo dirigió y editó la película, sino que también trabajó en la adaptación del guión a partir del libro Nomadland: Surviving America in the Twenty-First Century (País Nómade: sobreviviendo a la America del siglo XXI) escrito por Jessica Bruder; y de sus cinco productores, tres son mujeres, incluyendo a la misma Zhao y a Frances McDormand, protagonista de la cinta. Y por último, aunque quizá debería ser lo primero, “Nomadland” es una gran película.
La cinta es una denuncia de como el tan publicitado “estilo de vida americano” hizo crisis, generando que miles de personas en todo Estados Unidos – después de haber trabajado toda su vida- no tengan ingresos que les permitan seguir viviendo bajo un techo. Este fenómeno se ha traducido en la generación de una población flotante que vive en sus autos y que se va moviendo a partir de las posibilidades de trabajo, climáticas y de encuentro con personas de estilo de vida similar. Este material podría haberse transformado fácilmente en una película de propaganda, pero lo que logra Zhao es generar un relato sobre el duelo de la protagonista y sus posibilidades de re encontrarse con otras y otros en un nuevo contexto. La crítica al sistema neoliberal está presente, pero resulta especialmente eficiente porque está instalada desde la cotidianeidad de los personajes y es esa humanidad la que nos conmueve.
La mayor parte del elenco son personas nómades reales que con sus historias y maneras hacen que el filme respire honestidad, de allí que lo logrado por Frances McDormand sea especialmente difícil porque requirió hacer desaparecer los gestos actorales para moverse con la naturalidad de sus compañeros y compañeras. Al apostar por irse al corazón de los personajes y situarlos en las carreteras y los amplios espacios del desierto, la audiencia puede entrar en ese tiempo distinto de habitar y detenerse con ellos en los silencios. Es esa complicidad la que nos permite vincularnos y hacernos preguntas sobre nuestra propia manera de habitar, nuestros límites y posibilidades y por ese regalo de conmoción el equipo de “Nomadland” merece todos los premios y más.