Chilezuela

  • 19-05-2021

Aunque buena parte de la población ya sabe que se trata de un Cuco, es decir, de una amenaza infantil que en realidad no existe, parte de la élite política y periodística sigue obsesionada con traer a Venezuela a la discusión nacional. Éste es uno de los ejemplos más nítidos, ideal para enseñarlo en las escuelas de Periodismo, de cómo opera la manipulación mediática cuando en una sociedad se pretende infundir temor, mezclar peras con manzanas y distraer a la población de lo verdaderamente importante.

Hubo un tiempo en que los canales de televisión hablaban más de Venezuela que de Chile, decisión editorial que además de absurda era altamente conveniente para quienes querían distraer de los problemas que teníamos acá. Así, hablábamos de pobreza, pero en Venezuela, de derechos humanos, pero en Venezuela, de marginación, pero en Venezuela, mientras que los habitantes de nuestro país transcurrían con sus propios pesares, hasta que un día viernes en la tarde se produjo un estallido y la élite dijo: No lo vimos venir. Aun perplejos, algunos de ellos, en vez de tratar de entender, prefirieron doblar la apuesta y atribuir las multitudinarias manifestaciones a un plan de desestabilización orquestado desde Caracas, suponiendo quizás que el presidente Nicolás Maduro tenía el poder suficiente como para juntar un millón y medio de personas en la Plaza Italia. Si aquello hubiera sido así, resultaría terrible para quienes disienten de lo que ocurre en Venezuela, pero era evidentemente falso ¿Es necesario decir lo recién dicho? La respuesta debería ser no, pero parece que sí, porque a veces la realidad supera a la ficción: la Agencia Nacional de Inteligencia emanó un informe de 112 páginas donde no solo culpaba del estallido social al gobierno venezolano, sino también al cantautor español Ismael Serrano, al actor argentino Juan Diego Botto y a los seguidores de la música coreana (del sur, por si acaso) K-Pop.

Este martes, enfrentados a la alcaldesa electa de Santiago, Irací Hassler, los periodistas de un matinal de televisión insistieron en preguntarle a la joven dirigenta por Venezuela. A estas alturas, no logro entender qué es lo que realmente quieren saber ¿Cuál es la hipótesis detrás de la pregunta? ¿Que la comuna de Santiago podría parecerse a Venezuela durante la alcaldía de Hassler? Imposible, en primer lugar, porque en esa comuna no hay petróleo salvo en las bencineras, algunas de cuyas cadenas pertenecen además a los grandes grupos económicos del país. Hubiera sido interesante preguntar, e incluso incomodar si fuese necesario a la alcaldesa electa, sobre los problemas que sí le corresponderá resolver en la comuna: la presión inmobiliaria, el hacinamiento de los migrantes, el abandono de los adultos mayores. Pero no, más les interesó ocupar el tiempo de la transmisión y de Hassler para que se refiriera a lo que pasa en Caracas.

Aunque no soy nadie para hacerlo, propongo de todos modos que no mezclemos peras con manzanas. Si vamos a hablar de Venezuela, hagámoslo y tratemos de entender. Pero el Cuco es una historia demasiado infantil como para introducirlo en la política chilena. Es tan absurdo como exigirle al alcalde Codina, de derecha, que dé explicaciones sobre la grave represión y las violaciones a los derechos humanos por parte del gobierno de Duque en Colombia. O a la alcaldesa electa socialista de Quinta Normal, Karina Delfino, sobre los errores cometidos en pandemia por el gobierno de Pedro Sánchez en España. Hay demasiadas cosas que preguntarles a las autoridades del país sobre lo que sí depende de ellos y es su obligación.

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