“Estoy como Hermione: en cuatro lugares al mismo tiempo”. Esa es una de las primeras frases que suelta la escritora nacional Paulina Flores, quien acaba de publicar su primera novela: Isla Decepción (Seix Barral de Planeta).
La autodefinición no está demás. Hace cinco meses la autora se instaló en Barcelona para cursar un máster en escritura creativa a la vez que inició la difusión del libro que en septiembre llegará a las librerías de España para luego ser traducido al italiano y al inglés.
“Esta semana, he estado viendo algunos chilenismos que son medio intraducibles y, no es por un afán de estandarizar el lenguaje, sino que hay algunas cosas que me gustaría que se comuniquen en términos de imágenes”, aclara la escritora, quien, además, fue destacada, recientemente, por la revista británica Granta como una de las 25 mejores narradoras jóvenes en español.
“Ha sido bastante intenso, porque estoy aprendiendo a vivir acá. No es un país tan distinto en términos culturales, pero hay muchas cosas que uno no entiende o que son diferentes de hacer y me pasan puros chascarros. Me demoro dos veces en hacer las cosas o porque no entiendo bien o porque se me pierde la billetera. Entonces, es todo más lento, pero la experiencia ha sido increíble. Extraño mucho Chile, pero me gustaría intentar probar una vida acá”, dice.
Isla Decepción surgió hace más de seis años, cuando la autora se topó con un reportaje de Rodrigo Fluxá en el que se hablaba de los marineros que huyen de la explotación vivida en los barcos-factoría que navegan por el estrecho de Magallanes. De ahí en adelante, la escritora asumió el rol de periodista para recabar testimonios y antecedentes sobre estos casos. Punta Arenas y Busan fueron dos destinos claves dentro de esa investigación.
¿Cómo nace la idea de escribir sobre los abusos que se dan en la industria pesquera?
Todo comenzó con un reportaje que leí por el 2013-2014 de Rodrigo Fluxá. Ahí hablaba sobre estos casos de tripulantes asiáticos, en su mayoría del Sudeste Asiático, que trabajaban en barcos-factoría. Eso quiere decir que están dos años en alta mar y no sólo pescan los productos, en estos casos calamares, sino que también los faenan. Allí tenían unas condiciones esclavistas de trabajo y muchas veces se arrancaban. Ahí hay abusos psicológicos, físicos, sexuales, a parte de recibir pésimas pagas. Me impactaron, profundamente, esas cosas. Uno sabe que uno vive en un mundo terriblemente injusto, pero como que pasen cosas así y que nadie se entere, fue impactante y me atrajo en términos de desarrollar una historia en ficción.
¿Qué acercamiento tenías con este tema?
Nada. No sabía nada. Yo estudié literatura, o sea, no sé nada de nada. Soy una persona súper ignorante. Yo leo, ¿cachay? Soy súper poco práctica. Trabajé un tiempo de garzona, profesora, pero soy una persona de estar encerrada leyendo y ahí tuve que empezar una investigación. Al principio viajé a Punta Arenas para hablar con pescadores artesanales, gente de la gobernación marítima, porque hay muy poca información. La mayoría de los países no se puede hacer cargo de este tipo de cosas, porque está súper desregulado lo que es el alta mar. Donde más encontré información fue en Nueva Zelanda, porque ellos han trabajado harto el tema y han creado leyes de protección, amparando a algunos tripulantes. Tuve que leer sobre la esclavitud contemporánea que existe a nivel generalizado, porque el hecho de que uno se compre ropa barata, el hecho de que uno se compre unos calamares fritos por cuatro mil pesos, habla de que otra gente está siendo muy mal pagada por manufacturar o por generar esos productos. Luego, me tocó ir a Chin y dije, bueno, tengo que pasar a Corea, a Busan, que es de donde salen estos barcos. Ahí también seguí con la investigación de las agencias donde estaban esos barcos para verlos y asimilarlos de alguna forma más práctica.
Fue un libro que se fue construyendo en harto tiempo…
Si, fue harto, porque me importaba ser responsable con el tema, porque está basado en casos reales. Hay mucho sufrimiento y violencia sistémica de por medio. Entonces, era muy importante investigar y poder transmitir una cosa sensorial al respecto. También me metí con el chamanismo coreano, con el budismo, con el chamanismo latinoamericano. Fue entretenido hacerlo. Lo disfruté mucho, pero eso hizo que el proceso fuera bastante lento.
¿Quiénes son Chico Onofre y Aquiles?
Dentro de las primeras entrevistas que hice, fui a Barranco Amarillo y conocí al Chico Onofre y a Aquiles. Bueno, hay varios pescadores artesanales más y los entrevisté y fueron muy simpáticos. Me contaron anécdotas de todo tipo y me subí a las lanchas, estuve con ellos, compartí. A pesar de que trabajé como periodista escribiendo columnas urbanas, no soy periodista de profesión, entonces siempre iba con mucha vergüenza, mucho resquemor. Uno se imagina que los marineros son gente dura, que te van a decir que no y, al contrario, te cuentan historias muy lindas. Me acuerdo haber entrevistado a otro pescador que me contaba que tenía que escribirle cartas a su polola en alta mar y yo decía: que heavy que en el siglo XXI, un marinero todavía tenga que escribir cartas de amor. Lo encontraba muy lindo y te contaban ese tipo de cosas. Fueron súper amables, súper francos, súper abiertos.
Me da la impresión de que este libro se construye mucho desde la calle, con ese contacto con la gente, impregnándose de todas estas historias, más que con esta figura súper tradicional del “escritor en su escritorio”…
Eso también pasó por un cambio. Empecé a escribir este libro como a los 26- 27 años. Entonces, viví un proceso de cambio como escritora, pero también a nivel personal. Al salir de una carrera de literatura al mundo como que te das cuenta de que no tienes trabajo ni nada. Entonces, una de las cosas que me cambió la vida fue conectar con las personas, conocerlas, hablar con desconocidos en la calle, vincularse, conversar de la nada. Yo salía al parque y entrevistaba a la gente y se generaba una intimidad súper bonita, super mágica en algún punto. Me hice una especie de coleccionista y empecé a atreverme y a hablar más. Me hice una buena conversista, aunque mis amigos me lo critican harto porque no escucho tanto. Pero creo que cuando estoy frente a desconocidos como que escucho más de lo que hablo. Eso fue un aprendizaje. También empecé a leer mucha literatura asiática y me di cuenta que, en comparación con la literatura norteamericana más clásica, había mucho diálogo, mucha conversación y mucha atmósfera.
En Isla de Decepción hay muchas de estas imágenes más pausadas, lo que además se vincula a la cultura pop coreana. Incluso, la representación del sol se asocia a las esferas de Dragon Ball. ¿Por qué sumarle estas referencias?
Ahí también traté de vincular mis gustos. Generalmente, me dicen que soy una escritora clásica o algo así, pero también lo pop permea mucho en mi y es muy natural hacerlo, pero también me da miedo, porque digo: ¿se entenderá o no? En el fondo se trata de jugar con las posibilidades del lenguaje, con las imágenes, las referencias. Para mi escribir es como estar escuchando música, leer, ver una historia de Instagram. La lectura está súper contaminada por Internet y todas las referencias que uno tiene y que a veces son abrumadoras, pero también de una riqueza magnífica y traté de que mi escritura también revelara esa mezcla y eso medio contaminado, pero desde una forma positiva.
¿Qué pasa con tu escritura cuando se viene la pandemia y ya no existe esta posibilidad de salir a la calle e ir en busca de una historia?
Por suerte, en 2020 yo ya estaba en un proceso más de edición. De hecho, la pandemia me permitió no salir y dedicarme, completamente, a la edición. Por otro lado, pude comprender lo que es el encierro, porque en el fondo estos barcos-factoría en algún punto son como cárceles. Son como especies de cárceles flotantes.
¿Qué significa para ti el libro Qué vergüenza, que terminó por dar vuelta al mundo?
Todo. Lo publiqué en 2015 en Chile y en 2016 acá en España. Pero ya es como que tiene vida propia. Esta metáfora puede sonar un poco patriarcal, pero es como una guagüita que ya aprendió a caminar, que ya sabe hablar y como que está en la adolescencia, por lo que ya no me necesita. Le tengo mucho cariño, porque aprendí a escribir con ese libro. También en esto hay mucho de suerte, contexto. Hay miles de cosas que pasan que tienen que ver con la suerte y de todo eso estoy agradecida.
Y, ¿qué expectativas tienes de Isla Decepción?
Estoy muy impactada con el fenómeno de Instagram. O sea, Instagram puede ser un infierno, superficial y todo eso, pero también es muy bonito. Como que está esta especie de democratización en donde cualquier persona puede recomendar un libro y subirlo y comentar y escribir un post de lo que te pareció. Entonces, es súper impactante publicar un libro y altiro, inmediatamente, hay gente comentando. Antes tenías que esperar un mes para que alguien dijera que lo leyó. Ha sido impactante, pero hermoso porque he recibido mucho cariño. Al final se va construyendo algo entre el lector, que es una figura fundamental para el ejercicio literario.
¿Tienes algún tema en mente del que te gustaría escribir?
Por esto de la revista Granta tuve que escribir un texto inédito, una idea que venía hace rato dándole vuelta y que está muy inspirada en el estallido social. Son las aventuras de un niñe no binario del Sename. Se llama Buda Flaite. Está muy inspirado en esta fuerza que vi en el despertar de Chile para la revuelta, pero quiero darle como mucha dignidad y quiero que tenga mucho humor. Va a ser una especie de picaresca que es lo que voy a trabajar también en mi proyecto de máster. Si todo sale bien, de aquí al final de año debería tener algo como un manuscrito.