Perú dividido por dos

  • 08-06-2021

En un escenario inédito, luego de que la izquierda fuera por largo tiempo electoralmente interdicta para el pueblo peruano, por el amargo recuerdo de Sendero Luminoso, el profesor Pedro Castillo parece haber alcanzado la victoria -reclamaciones aparte- en las elecciones de ese país. En las actuales circunstancias, tristemente, no se sabe si ganar la presidencial es una alegría o una tragedia, puesto que nos encontramos frente a una descomposición de la organización política en el país, una división entre dos partes casi iguales y antagónicas, y la conversión en un problema estructural de una dirigencia transversalmente inepta y corrupta.

Hace poco había sido destituido el presidente Martín Vizcarra por el Congreso Nacional, acusado de corrupción mientras era gobernador de Moquegua, entre 2011 y 2014. Con este acto, cuya legalidad todavía es objeto de polémica, tenemos que todos los últimos presidentes han sido acusados del delito de corrupción, durante su estancia en el cargo o posteriormente: Alberto Fujimori, Alan García, Alejandro Toledo, Ollanta Humala, Pedro Pablo Kuczynski y finalmente Vizcarra.

En 2018, cuando renunció Kuczynski, conversamos con la analista Lucía Dammert, conocedora por estudio y biografía de la realidad política peruana. Entonces, ella nos advertía que no bastaba con la salida de PPK, sino que los males del Perú correspondían a un problema institucional. El caso Odebrecht, que arrastró a varios presidentes latinoamericanos, es en el caso de Perú apenas la punta de un iceberg donde la corrupción es la forma por excelencia de establecer alianzas y avanzar en la política. No nos referimos, por cierto, a la totalidad de las dirigencias políticas peruanas, pero sí a una generalidad que ha arrastrado por de pronto a todos los últimos presidentes.

Para muchos analistas, el desastroso gobierno de Alan García, en la segunda mitad de la década del 80 del siglo pasado, y el de Alberto Fujimori, inmediatamente posterior, fueron los hitos que agravaron todavía más la situación del país. En el primer caso, no solamente por la grave crisis social y económica, sino por el inicio del deterioro de los partidos políticos tradicionales, en este caso el APRA, una tienda cuya solvencia institucional y doctrinaria fue una referencia para los partidos de izquierda de todo el continente, teniendo como uno de los ejemplos más destacados al Partido Socialista chileno. Y en el de Fujimori, porque encarnó una respuesta autoritaria y populista que no solo cometió graves violaciones a los derechos humanos, sino que despolitizó, hasta el momento de modo irreversible, al país.

Frente a este pasado, la procedencia sindical y de regiones de Pedro Castillo aparece como una opción externa a las élites. Una avalancha de votos desde los márgenes hacia Lima lo hizo ir remontando en las encuestas hasta pasar adelante. Su victoria es una reivindicación del hastío, de los hastiados y hastiadas, más ahora tendrá la dificultosa tarea de sacar adelante un país bello y pródigo en riquezas, pero totalmente fragmentado por la incompetencia sucesiva de sus dirigencias.

Como sea, y posiciones legítimas aparte, la opción de Castillo es una hoja en blanco frente a las largas y amargas páginas escritas por el Fujimorismo. Recordemos que Keiko no solo reivindica el legado de un gobierno violador de derechos humanos, el de su padre, sino que además ya estuvo encarcelada por corrupción. Hoy, el pueblo peruano está dividido en dos respecto a qué es mejor para el país. Por de pronto, solo podemos decir que la desatada campaña del Terror en contra de Castillo, que es una de las formas más bajas de hacer política por aprovecharse de la ignorancia, abundar en mentiras y desnudar la falta de méritos propios, esta vez parece no haber surtido efectos.

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