A marzo de 1985 ocurrían cosas muy graves en Chile. El 29 de ese mes, fueron degollados luego de ser secuestrados los profesionales comunistas José Manuel Parada, Manuel Guerrero Ceballos y Santiago Nattino. Y también fueron acribillados por una patrulla de Carabineros los hermanos Eduardo y Rafael Vergara Toledo, vecinos de la Villa Francia. En una investigación judicial que se realizó recién 19 años después (el atraso de la Justicia es otra forma de impunidad) se estableció que estos últimos fueron objeto durante esa noche de una verdadera cacería por las patrullas de Carabineros que entraron a la población. La orden era, lisa y llanamente, matarlos. Primero cayó Eduardo, mientras Rafael, a pesar de los ruegos de su hermano agonizante y a sabiendas de cuales serían las consecuencias, se quedó a su lado. Fue brutalmente golpeado por los policías y luego ejecutado con un balazo en la cabeza, al lado del cadáver de su hermano.
El hecho que estos últimos fueran víctimas jóvenes y populares, oriundos de Villa Francia, los convirtió en símbolos de la lucha contra la dictadura primero, y contra las políticas neoliberales después.
Con un aplomo que siempre me ha llamado profundamente la atención, los padres de los hermanos Vergara Toledo, Manuel y Luisa, prefirieron asumir una actitud combativa en vez de la de deudos, y se erigieron ellos mismos en una voz de la resistencia. Luego de la salida del dictador de La Moneda vino la década siguiente, la de los Noventa, la década exitista, donde los medios de comunicación y la política se olvidaron de los pobres, incluyendo a la izquierda o a parte importante de la izquierda. Son los tiempos en que la organización popular pasó a ser un concepto supuestamente en desuso o anticuado. Cuanta ignorancia hubo en esa creencia, puesto que la organización popular nunca pasará de moda y siempre seguirá siendo necesaria. Y cuanta lucidez en Luisa y Manuel, que siguieron ahí, junto a los pobladores de la Villa Francia y especialmente junto a los jóvenes, alentándolos a continuar construyendo tejido comunitario.
Hasta ahora, con más de 80 años, Luisa Toledo ha seguido siendo un ejemplo de lucha, consecuencia y rebeldía. Para quienes portan el valor de la conciencia social, pero muy especialmente para quienes lo han hecho desde abajo, por convicción y además por necesidad. Su lucidez política la ha hecho comprender desde el principio que el asesinato de sus hijos y su lucha posterior no son un asunto entre personas, sino consecuencia de un sistema económico que ella y su familia han tratado de combatir y cambiar. Por eso murieron sus hijos y por eso ella ha seguido trabajando.
Con motivo del llamado “estallido social”, el sector que ha ejercido el poder volvió a ver el país real y a tantos lugares abandonados en nuestra comunidad. Ahí surgió nuevamente la voz de Luisa Toledo, quien dijo a Revista de Frente lo que se puede leer a continuación: “Viene el estallido social de forma tan fuerte como un grito que se escucha en todas partes. Fue maravilloso, como un resucitar, un volver a creer, un volver a tener a mis hijos presentes. Volver a sentir que todos los sacrificios que uno haga por cambiar esta sociedad son válidos”.
La voz de Luisa Toledo, desde el corazón de la Villa Francia, sigue y seguirá siendo una referencia para el país y para su anhelo de un futuro mejor.