Gálvez visitó el pasado domingo 22 de agosto el puerto de Chancay, 100 kilómetros al norte de Lima. “Aquí fue hundido el barco chileno (…) es un patrimonio marítimo y cultural que está en territorio peruano”, añadió el ministro. La Covadonga había sido botada en Cádiz, España, en 1859 e integrada a la Armada Real, que la utilizó en la breve guerra hispano-sudamericana (que enfrentó a España, Ecuador, Perú, Chile y Bolivia entre 1865 y 1866). La Armada chilena se apoderó de la goleta tras el combate naval de Papudo y posteriormente combatió con la bandera chilena en la guerra del Pacífico (1879-1884). En esta ocasión, el ministro del Presidente Castillo señaló que la iniciativa forma parte de una serie de medidas para revalorar el patrimonio cultural de la zona de Chancay.
Aunque llamativa como información, la propuesta no es nueva. La misma ya había sido hecha en 2010 por el entonces líder opositor Ollanta Humala, aunque con una variante: el político planteaba canjear la Covadonga por el monitor Huáscar, capturado por Chile en la guerra del Pacífico y mantenido como museo flotante en Talcahuano. Pero, una vez que Ollanta Humala llegó al Palacio Pizarro, su pedido fue olvidado y, posteriormente, descartado por las autoridades peruanas.
Lo cierto es que cada cierto tiempo el tema de la recuperación de los barcos y otras reliquias históricas de una guerra fratricida como aquella vuelve a saltar al primer plano. Sucedió también este año, durante la campaña electoral peruana, cuando el candidato presidencial Yonhy Lescano prometió que, si ganaba los comicios, pediría al gobierno de Chile devolver el histórico monitor.
Por su parte, la Asociación Nacional Promarina del Perú, formada por descendientes de combatientes de la guerra, rechazó la iniciativa de Lescano pero bajo una consideración distinta que juega al empate: postulan que el Huáscar debería ser hundido en el lugar donde perdió su última batalla en octubre de 1879, en Punta Angamos, en el norte de Chile, donde murió el comandante Miguel Grau, máximo héroe naval peruano.
Pero la loable motivación actual del ministro de Cultura del Perú y del gobierno del presidente Pedro Castillo resultará prácticamente inviable. Hay que recordar que, ya en los días posteriores al hundimiento de la Covadonga, los propios marinos chilenos fueron los primeros en bucear y explorar sus restos, extrayendo clandestinamente parte de la artillería y otros objetos de valor del buque para finalizar dinamitando lo que quedaba de él a fin de evitar que fuera visitado por buzos peruanos.
Después, en 1885 y ya concluida la guerra, el Gobierno peruano otorgó permiso para que privados extrajesen diversos objetos de la nave y terminaran de demoler sus restos para limpiar el fondo marino y evitar que fuese un peligro para la navegación. Aún casi 70 años más tarde, en 1959, la Capitanía de Puerto del Callao autorizó la extracción de aquellos objetos que aún pudieran existir, los mismos que luego fueron entregados, en mayo del mismo año, al Museo Naval del Perú para su restauración y exhibición. En la ocasión se encontraron dos cañones y el cabrestante de la nave chilena.
Y todavía en 1987, la Marina del Perú dispuso que el Servicio de Salvamento, en conjunto con la Dirección de Hidrografía y Navegación, inspeccionaran lo que todavía quedaba de la Covadonga a fin de determinar la viabilidad de su reflotamiento. Como resultado de esa inspección, los especialistas informaron que las posibilidades de recuperación del buque resultaban absolutamente imposibles por ausencia total de superestructura, cubierta principal, compartimentos, así como la inexistencia del forro del casco y estructuras en ambas bandas, existiendo solamente la quilla, los maderos de la roda, el codaste, la parte inferior del casco y algunas cuadernas que se hallaban bastante débiles. Y de ello han transcurrido 34 años más.
Tal vez lo más prudente como signo de hermandad y de paz entre Perú y Chile sea dejar que las reliquias históricas descansen, precisamente, en paz.