Una tercera caravana de migrantes conformada por centenares de haitianos, venezolanos, salvadoreños, hondureños y guatemaltecos, salió este 1° de septiembre desde Tapachulas, en el suroriental Estado de Chiapas y fronteriza con Guatemala, hacia el norte de México. En muchos casos, se trata de hombres, mujeres, jóvenes, niños y ancianos que han esperado infructuosamente durante meses algún tipo de documento de las autoridades mexicanas que les permita validar su presencia en ese país o que les autorice para atravesar México y llegar a su frontera norte con Estados Unidos.
Después de que la Guardia Nacional y otras autoridades federales y de la policía mexicana disolvieran violentamente las dos primeras caravanas en días precedentes, cuando ya habían alcanzado a avanzar varias decenas de kilómetros, tres importantes estamentos de la ONU -el Alto Comisionado para los Refugiados (Acnur), la Organización Internacional de Migraciones (OIM) y la Comisión de DD.HH. de las Naciones Unidas- exigieron a las autoridades mexicanas “respetar los derechos humanos de los migrantes”. Al mismo tiempo, la UNICEF (el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia) expresaba su “preocupación” por la seguridad y el bienestar de los niños y adolescentes que, en ingentes cantidades, viajan con sus familias, advirtiendo acerca de los peligros que corren en esas caravanas.
Ciertamente, una es la conducta de las autoridades mexicanas en el terreno y otra muy distinta la de los campesinos y habitantes de los pueblos alejados, quienes, en muchos casos, han sabido brindar su cálida solidaridad popular a los migrantes que consiguen escapar de los operativos de seguridad, dándoles refugio en comunidades de la zona desde donde, en una semiclandestinidad, vuelven a reagruparse para nuevamente intentar avanzar.
Es que casi sin excepción, la gran mayoría de esta masa migrante busca una panacea, un “El Dorado” que, probablemente, no encontrarán: buscan llegar a Estados Unidos para pedir refugio humanitario y conseguir la anhelada calidad de vida que imaginan. Les incentiva el hecho de que, a partir de la llegada del demócrata Joe Biden a la presidencia de Estados Unidos, se ha multiplicado el número de migrantes que intentan cruzar ilegalmente desde México, muchos de ellos menores de edad.
Pero la primera gran barrera para, siquiera, llegar a tocar el alto muro que emplazó Donald Trump sobre la frontera con México con el propósito de evitar y contener la migración ilegal hacia su país, son los más 27.000 efectivos armados que el gobierno de Manuel López Obrador mantiene desplegados en sus fronteras sur y norte. Es precisamente por eso que se agrupan: el disuasivo policíaco-militar los obliga a marchar en caravana como el único modo para seguir avanzando hacia su quimera. Ni la fuerte lluvia que se ha presentado en la región desde la madrugada de ayer ha podido hasta ahora detener su marcha a pie forzado.
Un drama que continúa en el próximo capítulo.
(Imagen: Un grupo de migrantes llega a El Ceibo, Guatemala, el 18 de agosto de 2021, luego de ser deportado de Estados Unidos y México. RFI – Johan Ordonez AFP)