Warnken. Violencia y pensamiento mágico

  • 26-10-2021

Al parecer la violencia sí es la partera de las sociedades. Desde octubre de 2019 se ha convertido en el tema medular de declamaciones y rogativas. Muchos caen rendidos ante su influjo embriagador. Unos la ejercen en la calle, otros desde los cenáculos del poder.

Desde siempre, pero últimamente con más intensidad y vesania, ciertos referentes intelectuales se esmeran en establecer intrincadas relaciones entre violencia y reflexión política o jurídica. Se trata, la mayoría de las veces, de nexos espurios y oportunistas, aunque también es posible toparse con arrojadas novedades teóricas.

Pero el decurso del tiempo histórico nos ha prodigado páginas célebres sobre la violencia —y mucha violencia— y no es menester reseñar acá tan extensa bibliografía (esa enumeración, seguramente, la encontraremos en alguna columna del rector Peña).

En estas tierras, la tarea de asociar violencia con reflexión política y jurídica tiene básicamente un origen, una impronta y un destino: la violencia es un producto —¿o un subproducto?— del pensamiento de “la izquierda” (esa es la nomenclatura de moda).

Resulta, entonces, que son los libros y las aulas de izquierda (las otras son espacios de verdades objetivas) las incubadoras de la barbarie; es allí donde se gestan los actos de “violencia destructiva y nihilista” que asolan la patria toda.

Es curioso el argumento. Atribuir a ciertos referentes intelectuales los hechos de violencia es dotarlos de un poder con el que difícilmente siquiera han soñado, a la vez que implica restar a otros intelectuales la misma capacidad.

En Chile varios ejercitan esta actividad relacional, pero un factótum de esa argumentación es Cristián Warnken, quien fustiga y endilga al convencional Fernando Atria ser el “alma pater” de los violentitas, el Dr. Frankenstein de los atrabiliarios.

Señala Warnken que es fácil justificar la violencia desde un barrio acomodado y con un vaso con güisqui; pues bien, Warnken emite sus dichos desde “El Mercurio”, que bien equivale a un barrio acomodado. Contra lo que quizá desearía Warnken, un medio de comunicación no es un ágora impoluta.

De alguna manera, lo de Warnken se acerca a una suerte de pensamiento mágico (que en sí no tiene nada de reprochable). El reverso de su argumento propone que si los intelectuales de barrio acomodado e ingesta de güisqui rechazaran y “condenaran enérgicamente” la violencia, ésta, por el efecto performativo de la sentencia condenatoria, desaparecería tal cual emergió cuando fue invocada.

Curioso.

Como señalara Borges, “el concepto de texto definitivo no corresponde sino a la religión o al cansancio”.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.

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