La sola aparición de Irina Karamanos, una joven soltera y feminista, ha tensionado la institución de la Primera Dama. Todas las preguntas que vienen después resultan anacrónicas: ¿por qué en un país donde se sanciona y prohíbe el nepotismo hay al mismo tiempo un cargo que lo promueve? ¿Por qué la pareja de un presidente o presidenta debería merecer un cargo en el Estado? Si ente caso el pololeo termina ¿el cargo debería depender de la relación de pareja o, peor aún, sería mejor guardar las apariencias? ¿Por qué el perfil de este cargo, casi siempre asociado a una mujer, es la dirección de fundaciones con un marcado perfil asistencialista?
Hacer estas preguntas da tanto pudor como imaginar las respuestas, pero la culpa no es de las palabras, sino de una institución que resulta evidentemente anacrónica. Aunque nada más lejos de nuestra intención es pautear a las autoridades del gobierno entrante, en este caso hay muchos elementos para sostener que lo mejor sería que este cargo tendiera a desaparecer, por todas las connotaciones que tiene en un país que ha tenido cambios culturales significativos en los últimos años.
Así, parece más que razonable la declaración de Irina Karamanos de aceptar el cargo, pero para reformularlo, tal como las del antes candidato Boric cuando dijo que “el cargo de primera dama no tiene ningún sentido. No puede existir ningún cargo público que esté suscrito al parentesco”. En este caso los simbolismos son cruciales y contra los que entrega la figura de la primera dama, habría que decir que: primero, el país no es una familia y no necesitamos un papá y una mamá, sino autoridades políticas capaces de dirigir el Estado en toda la complejidad del territorio y sus habitantes; segundo, que no existe un solo tipo de familia y que el matrimonio heterosexual hace tiempo dejó de ser la única manera posible; tercero, que situar a la mujer del Presidente en un imaginario asitencialista, con fundaciones que entre otras labores cautelan a los niños y los desvalidos, es reproducir un modelo patriarcal que ha sido precisamente cuestionado por el movimiento feminista a través de conceptos como la crisis de los cuidados.
Por lo tanto, desmontar el cargo de primera dama y sus connotaciones es una manera de dar cuenta de este nuevo Chile, más diverso, que legítimamente espera que los cambios culturales se vean reflejados en las instituciones.
A estas alturas, en redes sociales se debate sobre si está bien o mal, si debe o no, Irina Karamanos asumir el cargo de primera dama (discusión meramente testimonial, porque el anuncio ya se hizo). Probablemente, lo más importante no es hoy, sino lo que se haga mañana con el cargo. Y más relevante aún, es reinstalar una transversalidad de género en las políticas públicas, lo que no ocurrió durante la pandemia, cuando más se le necesitaba.