Un tema recurrente al hablar de las consecuencias de la pandemia ha sido, sin lugar a dudas, los kilos de más. Solo unos pocos privilegiados se pueden jactar que se han mantenido o bajado de peso, el resto de los mortales hemos subido, 5, 7, hasta 10 kilos de pura pandemia, siendo para algunos privilegiados una situación temporal. Pero el problema no termina ahí, aquí recién comienza y es que la pandemia pareciera haber llegado a justificar los preocupantes niveles de obesidad en la población, tanto infantil como adulta, situación que debería alarmar a varios, sobre todo a la clase política y el nuevo gobierno.
La obesidad se ha convertido en un asunto de salud pública, pero también en una paradoja que representa la inexplicable superficialidad con que se ha tratado la temática alimentaria a lo largo de la historia y ha sido reflejo de las ineficientes políticas públicas y programas aplicados hasta el momento.
Se trata de un asunto que se traduce en paradoja y que enfrenta a la obesidad con la desnutrición, la seguridad alimentaria, y un último punto no menos importante como es el desperdicio de alimentos. Mientras los hospitales se llenan de enfermos crónicos como consecuencia de la sobre alimentación, tantos otros están en las camas aledañas por falta de comida. Desnutridos y obesos, pasan a formar parte de un complejo escenario del que nadie se hace cargo con la rigurosidad que necesita ser tratado. Lo que entra en nuestras bocas pareciera ser exclusivamente responsabilidad de cada uno. Y el problema es que no todos tenemos ni los medios, ni el conocimiento, ni el acceso a alimentos de calidad, sanos y frescos, pues ni siquiera el derecho a la alimentación se encuentra en la actual constitución, situación que esperemos que cambie con la nueva carta que está en gestación.
La paradoja no termina aquí. Mientras más nos preocupamos de la seguridad alimentaria y reflexionamos cómo hacer para solucionar la mala calidad de comida que tiene a la población obesa y enferma con políticas para llegar con alimento a los sectores más vulnerables, sucede que en Chile y el mundo -según datos de la FAO- un tercio de todos los alimentos que se producen terminan en los vertederos, lo que equivale a 1.300. millones de toneladas por año. Es tal la cantidad de alimentos aptos para su consumo que se desperdician a diario que se podría dar de comer a millones de personas con déficit alimentario. Pero hay más: cuando hablamos de desperdicio alimentario, no solamente estamos botando el alimento, hay una pérdida en todo sentido, de agua, energía, trabajo, recursos, transporte y contaminación que se va literalmente a la basura. Solamente en Chile se desperdician 63,3 kg de pan al año por familia, lo que corresponde al 16,7% del consumo promedio en la población.
Si consideramos los factores mencionados y vemos a la alimentación como una problemática integral que se conecta con la sociedad, la política, la economía, la salud, los estilos de vida, pareciera que la paradoja se esclarece. El problema deja de ser exclusivamente la obesidad y más bien se deberá centrar en las políticas integrales inexistentes hasta el momento y que debieran abarcar todos los aspectos que posibilitan el desarrollo de la obesidad.
Se suma a esta falta de políticas públicas bien pensadas, la imposibilidad de aplicar programas como lo es “Elige Vivir Sano” en una población vulnerable que no tiene los recursos para comprar alimentos de calidad o que, después de tardar dos horas para llegar a casa del trabajo, se pretenda que salga a hacer ejercicios. De no haber cambios al fin de esta pandemia, los resultados podrían ser catastróficos.
Habrá que agregar la falta de espacios públicos seguros que inviten a una vida sana, además de las condiciones de la gran mayoría de la población vulnerable, ubicada geográficamente en un área denominada de desierto alimentario, donde no existen negocios que vendan comida fresca de calidad, frutas o verduras cerca de su hogar y solo encuentra establecimientos que ofrecen alimentos ultra procesados.
Parecieran ser demasiados los factores a considerar pero que permiten superar la idea de que la alimentación es un tema que solo importa a los gastrónomos, desde una perspectiva sofisticada y placentera. Se trata de un tema complejo y conectada con espacios de conflicto entre el goce y excesos, encontrándonos también con enfermedad, hambre y escasez. Sin duda, se trata de una conversación pendiente de la clase gobernante, sobre todo para la hora de la sobremesa de la política actual en esta interminable pandemia.
Claudia Gacitúa
Cocinera, Sommelier y Periodista
Mg en Ciencias de la Comunicación
Experta Hay Mujeres