Los emos ahora escribimos

  • 08-02-2022

Un trend de moda en TikTok por estos días cuestiona la extinción de los emos. Treintañeros médicos, psicólogos, profesores, estilistas -he visto incluso a un sacerdote y a un carabinero- intentan a través de una fotografía de su adolescencia demostrar que aquello no fue así, sino que más bien se trató de una migración hacia diversos ámbitos de la sociedad laboral. Todo esto mientras de fondo, José Madero, vocalista de la banda mexicana Panda, parece desgarrarse en “Procedimientos para llegar a un común acuerdo”.

No es casual este amor confeso y desmesurado hacia lo que quizás, en su momento, fue parte de lo vergonzoso y hasta marginal de la contracultura latina a finales de la primera década de los dos mil. Cosas de la nostalgia. Su ingratitud con el presente le obliga a buscar belleza incluso en los horrores del pasado. Así, por ejemplo, gracias a la red social china en parte, en los últimos meses, la generación Z ha sabido resucitar fenómenos como la estética Tumblr de 2014, los audífonos con cable resistidos a morir, y un poco más atrás, a una banda por la que muchos hijos de los noventa, cercanos ya a los treinta, conocimos las llamadas “tribus urbanas” y la “contracultura”.

Con ya más de una década de distancia, aún soy capaz de recordar los hoy cuestionadísimos versos de José Madero en las canciones de “Para ti con desprecio”, puedo recordar también cómo y quién me mostró ese disco y hasta a quienes se los pasé yo, pero al alero está siempre esa sensación extraña de, por años, no querer admitirlo. Tenía no más de doce cuando escuché, por primera vez, “Cita en el quirófano”. La encontré en un CD que un novio le obsequió a prima Karen, tres años mayor que yo. Estaban allí también “Disculpa los malos pensamientos” y “Mi huracán llevaba tu nombre”, entre otras canciones de lo que posteriormente los críticos incluirían en el pop punk. En ese momento, para mí, la diferencia con la versión gringa de esta corriente que conocería después y que incluía a representantes como My Chemical Romance, Green Day o incluso Abril Lavigne, estaba netamente en el idioma. Nunca sentí igual el golpe del we are the very hurt you sold” en Helena al de “Róbame el dolor / quiero que sepas que se siente / para que me pidas perdón” que cantábamos con Karen en las madrugadas mientras mezclábamos pena con latas de Coca Cola.

Ni ella ni yo nos reconocimos nunca como emos, pero en el fondo lo éramos. La tristeza nos chorreaba a borbotones y estábamos lejos de ocultarlo. Después de aplicarse kilos de base en la cara y delinearse los ojos, me pedía tomarle fotos para llenar el Metroflog, adornando las descripciones con frases como “tal vez así es mejor / ódiame” o “ahí te va mi dolor”. Yo aprendí a estar siempre detrás de la cámara y a usar el flash a su favor. La luz, como un destello golpeado, acrecentaba la palidez y los huesos de nuestros rostros adolescentes, en donde el marrón de la piel y el cabello rizado nunca supieron como encajar.

Pese a esto, es probable que no exista ninguna otra época de mi vida en el que le haya pertenecido tanto a las letras de un grupo musical como cuando conocí a Panda. Pero no pasó mucho tiempo para que de pronto los mexicanos empezaran a invadir los reproductores mp3 de más adolescentes. El éxito de su siguiente álbum, “Amantes sunt amentes”, fue rotundo y con ello llegaron sus nominaciones a los premios MTV, al Grammy, y su súbita fama. No solo la originalidad empezó a ser un problema, también lo eran quienes cuestionaban las ridículas bases de nuestra supuesta “contracultura”, y entonces, los menos avezados, optamos por camuflarnos.

El problema lo retrata muy bien el capítulo “Punks vs emos” publicado en 2021 por Radio Ambulante. En México, como en cualquier ciudad de Latinoamérica, los emos vivimos una suerte de purga por parte de otras tribus urbanas, muchas de ellas con violencia de por medio. Recuerdo que un entrevistado de ese podcast dijo algo así como que el verdadero sentido revolucionario de la cultura emo fue su apuesta por concentrarse en las emociones que nos dañaban, por más cuestionables que estas sean.

Me sentí vengado y explicado cuando lo escuché así. Somos muchos quienes, sin el acceso a la cultura musical de algunos privilegiados, nos formamos teniendo a Panda como un referente incluso poético. Decirlo es lo mismo que decir que “Sangre de campeón”, del también mexicano, Carlos Cuauhtémoc Sánchez, fue el primer libro que leí en la vida. Pero lo fue.

Hace tres años, en 2019 quizás, decidí con fervor repasar cada disco que dejó Panda. Salía entonces con una chica que me dijo ponía su logradísima presentación acústica en el MTV Unplugged al menos una vez al mes. Un día, recuerdo, después de una reunión con unos periodistas de la radio que duró hasta la madrugada, caminaba con un colega por la calle Portugal con dirección a la Alameda. De pronto, me detuve en una caseta de periódicos, saqué un lápiz permanente del bolsillo y escribí en el metal escarchado por el frío un retazo de la letra de “Procedimientos para llegar a un común acuerdo”.

Desde entonces, empezó a llamarme “el reportero emo” de la radio. No era la primera vez que pasaba, pero sí la primera en la que lejos de sentir vergüenza, me sentí justamente explicado. En el fondo, todo lo que quiero escribir hoy está atravesado por la nostalgia, aunque, como con las letras de Panda con los años, pudiera ser un espejismo. Fue la sensación que sentí al escuchar ese capítulo de Radio Ambulante o la que siento ahora con el trend de moda en TikTok. Capaz solo falta uno en el que se diga que los emos no nos extinguimos, ahora también escribimos.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.

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