Ser amarillo hoy

  • 22-02-2022

Ser amarillo no tiene mucha consistencia ideológica. Solo baste decir que se trata de un grupo de demócratas que lo que buscan es salvar a la Patria y sus instituciones. Son comparables con los que siglos atrás juraron lealtad al rey de España cuando fue apresado por las tropas de Napoleón y dejado bajo las órdenes del famoso Pepe Botella. Más adelante los amarillos post coloniales estaban en el bando de los que exiliaron a O’Higgins. Años después encontraban argumentos precisos para respaldar a los que impulsaron la guerra del salitre para luego entregar esas riquezas a los británicos.

En medio de toda esa historia, tras bambalinas, está el grupo mayoritario, el populacho marginado históricamente que fue dejado como parte de las historias pintorescas en las chinganas y los barrios de acequias, esos que sin mortaja ni cruz iban a parar a las fosas comunes por no tener dónde caerse muertos.

Sin pretender hacer un examen histórico, sólo cabe señalar que de las ideas progresistas poco se habla en las aulas de las escuelas nacionales, incluso en nuestros días. Poco o nada entendemos de quién fue Santiago Arcos, Francisco Bilbao y sus correligionarios de la Sociedad de la Igualdad. Tampoco asumimos en su plenitud el significado de las ideas del iluminismo francés en los cuestionamientos del Chile de aquella época del siglo XIX. Difícil resultará también para cualquier transeúnte de la Plaza Italia comprender por qué frente a un obelisco está el rosto severo de un bigotudo ex mandatario, José Manuel Balmaceda, quien no concluyó su gobierno y terminó muerto por mano propia en la embajada de Argentina donde había pedido refugio.

Tanto las mayorías populares como las ideas progresistas son dejadas de lado, marginadas y apenas difundidas entre algunos círculos que luego son calificados de exaltados, subversivos y en las últimas décadas como terroristas.

Por eso resulta más fácil ser amarillo.

El amarillo es el rompe huelga, el crumiro que sigue con sus faenas para caerle bien al patrón, aquel que repite como mantra que no importa quien gobierne si total igual al día siguiente de las elecciones tiene que salir a trabajar.

El amarillo goza de algunos privilegios, por supuesto. Su condición de amarillo lo coloca en posición ventajosa frente a los exaltados que quieren cambios en serio.

Los amarillos se caracterizan por ser también buena fuente de conocimiento e ideas. Debo reconocer que entre los que conocimos en las últimas jornadas, uno de ellos, Felipe Berríos, me provocó siempre profundas reflexiones respecto del Chile actual.

El problema con los autoproclamados amarillos es que buscan, una vez más, acallar la voz popular afirmando que lo que ocurre en la Convención Constituyente es poco menos que destruir al país que habíamos construido… el problema es para quién estaba construido.

Solo recordar que Chile es una de las naciones más desiguales de la OCDE junto a EE.UU., Israel, Turquía y México y que parte importante de esa desigualdad se debe precisamente a aquellos que marginaron históricamente a las mayorías populares y las ideas progresistas, los que se quedan con el esfuerzo de los muchos para contratar ejércitos de especialistas en evadir los impuestos que de ser enterados a las arcas del Fisco permitirían mejorar las condiciones de vida de cientos de miles de chilenos, así como hacen otras naciones de la misma OCDE que gozan de estándares de vida superiores y no precisamente por tener condiciones geográficas o de recursos naturales mejores que las nuestras.

En el fondo, ser amarillo hoy implica defender el no hacer nada porque ese tipo de cosas cambien cuando además estuvieron tanto tiempo en el poder como parlamentarios y ministros, sin hacer una sola reforma de fondo que permitiera un mejor porvenir para la mayoría, si no que ayudaron a promover el negocio de unos pocos con la educación, la salud y la vivienda.

La “tiranía de las mayorías” o que “unos pocos están escribiendo la Constitución”, son algunas de las frases para el bronce que surgen desde la propia Convención Constituyente de quienes miran con rostro enjuto cómo se diluye poco a poco la ideología heredada de la dictadura y enmendada con algunos retoques por aquí y por allá durante los 30 años posteriores.

Sólo será el pueblo chileno en el referéndum de salida el que decida si quiere seguir siendo espectador o convertirse en protagonista del futuro del país, si sumarse al carro de cola detrás de los amarillos o conducir el tren que lleve prosperidad en igualdad para todos.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.

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