8M. El proceso de cambio en nuestras manos

  • 09-03-2022

Las feministas en Chile conmemoramos este 8 de marzo en condiciones de extrema complejidad. A nivel internacional, se encuentra en desarrollo una nueva guerra provocada por las potencias capitalistas, y a nivel local, estamos entrando a una fase decisiva del ciclo político abierto por la revuelta popular. Esta misma semana, y después de casi cincuenta años, una coalición de izquierda con vocación transformadora asumirá la conducción del Estado. Lo hará, sin embargo, en un difícil escenario: el país atraviesa severas crisis (económica, migratoria, política), dos regiones se encuentran militarizadas y sectores de las elites ya se disponen a azuzar el rechazo al proceso Constituyente que se aproxima a su recta final.

Las feministas tenemos conciencia de que el triunfo de la nueva Constitución es de crucial importancia para mantener abierto este ciclo de cambios, consagrar derechos por los que hemos luchado históricamente como el aborto legal, resignificar la democracia y consolidar el respaldo popular al proceso en curso. Sabemos también que una derrota sería fatal, pues solo produciría frustración, inestabilidad política y un fortalecimiento de la ultraderecha y sectores que no están dispuestos a ser parte de un pacto redistributivo. La responsabilidad histórica que enfrentamos es, por lo mismo, enorme.

Las feministas sabemos también que, con su diversidad, nuestro movimiento ha sido un bastión de este ciclo político y que nuestro rol fue gravitante en la inédita movilización que permitió el triunfo del nuevo gobierno. El feminismo le imprimió a la campaña un carácter épico que hizo sentido a millones de personas, sobre todo, de mujeres. La información disponible muestra que los incrementos más significativos en la participación electoral entre primera y segunda vuelta se dieron en las mujeres y en las comunas populares de la capital del país. Sin embargo, como feministas, no podemos obviar que la segunda vuelta también dejó datos preocupantes. Kast, que en 2017 había sido marginal, alcanzó un 45% de las preferencias, equivalente a 3,6 millones de votos. No es una cifra que pueda despreciarse. Por otro lado, y a pesar del peligro que este candidato representaba, un 44% del padrón decidió no participar.

La obligatoriedad del voto en el plebiscito de salida nos conmina a desplegar una táctica para esos casi siete millones que se restaron de la elección pasada y que esta vez tendrán que sufragar. Y es que, aun asumiendo que un porcentaje seguirá absteniéndose, el nivel de participación se elevará, por lo que en esta elección se van a expresar, quizás por primera vez, un conjunto de votantes que prácticamente desconocemos. Pero incluso más allá de lo electoral, el verdadero problema político que enfrentamos es la necesidad de construir una mayoría social y política que haga suyo el proceso democrático abierto y esté dispuesta a defenderlo en las urnas y en las calles. Esa mayoría, que efectivamente se viene gestando -y los feminismos hemos contribuido de manera sustantiva a ello, convocando a cada vez más amplios sectores sociales-, aún no se ha consolidado.

Como siempre, las feministas tendremos que intervenir en varios frentes. Desde el gobierno, el desafío de orientar la acción del Estado y las políticas públicas para mejorar la vida de las mujeres y disidencias y, sobre todo, para alterar las relaciones de poder sobre las que se sostienen las desigualdades sexogenéricas, es enorme. También lo es la disputa por los sentidos al interior de la sociedad, más todavía en esta fase del proceso Constituyente en que los grupos que buscan su fracaso radicalizarán sus ataques al feminismo para movilizar por el Rechazo a sectores temerosos a los cambios, no solo entre las elites, sino, sobre todo, en el mundo popular, zonas rurales y ciudades pequeñas.

Entre las muchas tareas que tenemos por delante, para desarrollar estrategias ajustadas a las exigencias de esta etapa decisiva tenemos que comprender la composición social y cultural del Chile actual, especialmente de aquellas franjas que ningún sector político ha logrado convocar. Tenemos que entender la complejidad que hace posible el hecho de que para sectores del campo popular sea compatible haber participado de la revuelta y meses después acudir a las movilizaciones contra los migrantes o haber votado por el Apruebo y luego por Parisi o por Kast. También tenemos que comprender las heterogeneidades geográficas de este largo territorio y mirar con especial atención lo que ocurre en las comunas rurales y pequeñas, donde la derecha obtuvo buenos resultados. Paralelamente, tenemos que estudiar las estrategias de los grupos que se oponen a las transformaciones y desarrollar formas de enfrentarlos. Esto pasa por entender cómo Kast logró 3,5 millones de votos, cómo se ha movido la derecha más retardataria al interior de la Convención, cómo se están comportando los grupos empresariales, de qué formas se está desplegando la campaña por el Rechazo y en qué capas de la sociedad logra calar.

Por su envergadura, se trata de tareas que solo podemos encarar de manera colectiva y poniendo todas nuestras capacidades intelectuales y políticas a disposición. Pero solo así, asumiendo estos desafíos, podemos estar a la altura que el momento exige. Lo que está en juego es mucho.

Este 8 de marzo, conscientes de nuestra fuerza y también de nuestra responsabilidad histórica, las feministas renovamos nuestro compromiso con la defensa del proceso democratizador que junto a los pueblos de Chile hemos conquistado.

Camila Miranda
Pierina Ferretti
Fundación Nodo XXI

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.

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