A los 84 años falleció de cáncer esta semana la ex secretaria de Estado Madeleine Albright, quien fuera embajadora de Estados Unidos ante las Naciones Unidas desde 1993 hasta 1997, año en que el ex presidente Bill Clinton la designó como secretaria de Estado y, con ello, se convirtió en la primera mujer en ocupar ese cargo.
¿Quién fue esta mujer? Su verdadero nombre era Marie Jana Körbelová, nacida en Praga, Checoslovaquia, en 1937, de progenitores checos de ascendencia alemana. Su padre, el diplomático Josef Körbel y su madre, Anna Spiegelova, anticomunistas declarados, huyeron de su país a Estados Unidos en 1948, estableciendo su hogar en Denver, Colorado. Marie Jana Körbelová se convirtió en ciudadana estadounidense en 1957, casándose poco después con Joseph Medill Patterson Albright, de quien tomó el apellido. Se graduó del Wellesley College ese mismo año y obtuvo un doctorado de la Universidad de Columbia en 1975 con una tesis sobre la Primavera de Praga.
Madeleine Albright comenzó su carrera política como asistente del senador demócrata Edmund Muskie antes de ocupar un puesto en el Consejo de Seguridad Nacional junto con el reaccionario politólogo de origen polaco Zbigniew Brzezinski, experto en la Unión Soviética y autor -entre otros- del libro “El gran tablero mundial: La supremacía estadounidense y sus imperativos geoestratégicos”. Del mismo modo, Madeleine Albright fue una firme partidaria del poder de Estados Unidos y defensora de sus aliados, los líderes autoritarios de todo el mundo, entre ellos, Hosni Mubarak de Egipto y Suharto de Indonesia. Como Secretaria de Estado del presidente Bill Clinton, fue la artífice del bombardeo que por 78 días las tropas de la OTAN dejaron caer sobre Serbia en 1999.
Un año antes, Albright se había unido al equipo de política exterior del presidente Clinton. La ceremonia fue transmitida en vivo por la cadena CNN, aunque el verdadero propósito del acto político era defender públicamente la amenaza de la Casa Blanca de bombardear Irak para obligar a Sadam Hussein a cumplir con las demandas de los inspectores de armas de la ONU. Allí, continuó negando que las sanciones contra Bagdad hubieran sentado las bases para la invasión de Irak por parte del Gobierno de George Bush con Collin Powell a la cabeza. En la ocasión, un sencillo maestro de escuela pública de Columbus, le formuló a Albright la que fue catalogada por los medios como “la pregunta que resonó en todo el mundo”.
John Strange le preguntó: “¿Qué opina sobre los dictadores de países como Indonesia, a quienes les vendemos armas y que están masacrando gente en Timor Oriental? ¿Qué opina sobre Israel, que está masacrando a los palestinos y que les impone la ley marcial? ¿Qué tiene que decir al respecto? Esos son nuestros aliados. ¿Por qué les vendemos armas a esos países? ¿Por qué los apoyamos? ¿Por qué bombardeamos Irak cuando comete acciones similares?”. Madeleine Albright respondió: “Realmente me sorprende que la gente sienta que es necesario defender los derechos de Saddam Hussein, cuando lo que deberíamos estar pensando es en cómo asegurarnos de que no use armas de destrucción masiva”.
Armas que, ciertamente, nunca existieron. Una invención propagandística que, como ahora se sabe, Washington usó como la gran excusa para derrocar a Sadam Hussein, terminar con su régimen e invadir por segunda vez a Irak en una década, sumiéndolo en el caos.
Pero la secretaria de Estado Albright era contumaz. Esta “dama de hierro” estadounidense, que defendió tan repetidas veces las devastadoras sanciones del gobierno de Clinton contra Irak, fue entrevistada en 1996 por la periodista Lesley Stahl en el programa “60 minutos” de la cadena CBS. Allí, la profesional le preguntó: “Hemos escuchado que medio millón de niños y niñas han muerto (en Irak). Es decir, más que los niños que murieron en Hiroshima. ¿Vale la pena pagar ese precio?”. La Embajadora Albright respondió de modo brutal: “Esta es una elección muy difícil, pero creemos que el precio vale la pena”.
En mayo de 2012, el presidente Barack Obama le otorgó la Medalla Presidencial de la Libertad.