El sábado recién pasado se cumplieron 40 años de la Guerra de las Malvinas. Una herida aún abierta en el pueblo del país vecino que fue descrita por el presidente Boric como “una guerra que no eligieron, por un gobierno que no eligieron y que causó tanta tragedia”. Hoy sabemos que ese conflicto cambió la historia de Argentina e Inglaterra, con consecuencias aún más amplias. En el primer caso, precipitó la caída de la dictadura militar y con ello empezó el proceso de recuperación de la democracia en Sudamérica. Y, en el segundo, consolidó el liderazgo hasta entonces tambaleante de Margaret Thatcher, lo cual le dio la fuerza para liberalizar la economía de su país, desmontar las conquistas sindicales lentamente labradas y contribuir a consolidar la implementación del modelo neoliberal a nivel planetario.
Thatcher y Augusto Pinochet compartían ideario político y económico. El economista Friedrich Hayek, considerado una suerte de mentor de la líder británica, fue al mismo tiempo de gran influencia en los Chicago Boys de este lado del mundo. Adicionalmente, el dictador temía que un eventual éxito militar argentino les envalentonara contra Chile, en un momento de malas relaciones diplomáticas entre ambos países, por lo que aunque oficialmente mantuvo la imparcialidad, por debajo brindó un apoyo a Inglaterra que los historiadores han considerado decisivo para el desenlace del conflicto. Esta colaboración, que fue un secreto a voces durante muchos años y aumentó el encono contra nuestro país al otro lado de la Cordillera, fue reconocido y reivindicado por la propia “Dama de Hierro” cuando visitó a Pinochet durante su detención en Londres.
Con esta carga histórica reciente, adquiere especial significación el respaldo categórico que el presidente Boric otorgó a la aspiración soberana de Argentina sobre Malvinas, más allá de que haya sido la posición oficial de los últimos gobiernos chilenos y en general de la Región. Porque aunque el reclamo atañe a un país y a un lugar específico, alude al mismo tiempo a una cuestión de principios más general: la oposición a las expresiones de colonialismo territorial que siguen existiendo en el planeta. Actualmente, Naciones Unidas reconoce 17 territorios no autónomos, es decir, lugares cuyos pueblos no han alcanzado gobierno propio, entre los que se cuentan, además de Malvinas, Bermudas, Gibraltar y el Sahara Occidental. Así, la ocupación de Inglaterra en las islas es considerada colonial por la comunidad internacional.
El intento de Alberto Fernández por reposicionar este tema en la primera línea de la agenda internacional de su país coincide con la postura que antes tuvieron gobiernos como los de Néstor Kirchner y Cristina Fernández. Ellos han pretendido que esta demanda sea del conjunto de la Región y no solo de Argentina. El apoyo decidido de Chile a esta aspiración pacífica es parte coherente de esta administración de orientar fuertemente su política exterior hacia América Latina.