“Nosotras y nosotros, el pueblo de Chile, conformado por diversas naciones, nos otorgamos libremente esta Constitución, acordada en un proceso participativo, paritario y democrático”
Solemos decir respecto de los comienzos, ‘esto es sólo el preámbulo’. Sin embargo, a veces el preámbulo basta, incluso sobra. Mucho estamos discutiendo, a ratos de manera beligerante, acerca de la propuesta de nueva Constitución que el pasado 4 de julio fue presentada al país. Enconadas disputas, mentiras descaradas, defensas férreas, posiciones extremas y polarizadas respecto de su contenido, de lo que quedó dentro y lo que quedó fuera. Hacemos ficción respecto de sus futuros alcances, de posibles impactos y del cómo logrará o no mejorar nuestra cotidianeidad. No obstante, el cambio más profundo y significativo está ya presente en su preámbulo.
La actual propuesta constitucional es producto de una convención que no logró llamarse Asamblea Constituyente. La misma posibilidad de constituirse debió asomar como resultado de una crisis profunda, primero sostenida y contenida, luego desbordada y violenta. La opción formal y legal se logró tras tensas, y muy circunscritas, negociaciones entre pocos, quienes vieron en ello una suerte de descompresión a la furibunda frustración de las mayorías. La verdad, y eso lo sabemos, es que lo que no vieron venir fue la arremetida de participación e ímpetu democrático que se avecinaba. Esa pequeña rendija que se abrió el pasado 15 de noviembre de 2019 permitió que se colaran, al selecto mundo de las decisiones políticas, dos principios, los que vendrían a modificar en lo profundo nuestro anquilosado modo de hacer lo social. Me refiero a la lógica paritaria y a la posibilidad de postulación de independientes.
Lo paritario y lo independiente arrasaron con fuerza en contra del elitismo clasista, patriarcal y racista, que nos ha gobernado por largas décadas. Apenas se instalaron dichas nuevas condiciones, se conformó entonces un conglomerado muy diferente a los que históricamente ha constituido la flor y nata de nuestros dirigentes (sí, así en masculino). No deja de impresionar que dichas aperturas echaran por tierra de una sola vez la pretendida democracia que la representación tradicional sostiene sobre sí misma. Nunca sonó más vacío eso de ‘elegido por votación popular’ respecto de quienes antecedieron a la constituyente. Se hicieron pocos los colores para representar las diferencias que se dibujaron entre los y las constituyentes. Escasas las palabras que teníamos para significar agrupaciones, tendencias y posiciones. Estrechos los afectos para hacer sentido de las disidencias, las distancias y los desacuerdos. Total y absoluta falta de experiencia para lidiar con lo diverso cuando ello implica algo distinto a la subordinación. Desgraciadamente, ahí comenzó, y terminó, todo esfuerzo por enfrentarse a lo ‘otro’. Se insistió con majadería, ignorancia y mala educación para volver a colocar afuera a lo distinto. Quienes se empecinan en rechazar, no han levantado más argumentos que la negación al derecho de participación. Se criticó falta de experiencia, falta de conocimientos, en fin, se criticó la carencia de recursos de todo tipo. Obstinadamente se presentó una muy reducida consideración de la patria para enfatizar que sus cierres son más importantes que sus aperturas. Lo que se evidencia es una clara aspiración por demoler lo que se propone, no para escribir otros contenidos, sino para volver a expropiar, y hacer exclusivo, el privilegio de la enunciación.
Sin embargo, y a pesar de todo, la propuesta que hoy nos desafía es fruto de ese mosaico que ‘somos’. Disparejo, fluctuante, en tensión tal vez, claramente inacabado, pero por primera vez en nuestra historia recogiendo voces múltiples. Es el fruto de un ejercicio democrático que aspira a dejar atrás el ‘estrecho pasillo’ del que con tristeza habló Bolaño desde el autoexilio. Todos y todas, diversas naciones, libremente y en acuerdo, hemos escrito una nueva propuesta de pacto social buscando construir aquí un mundo donde quepan todos nuestros mundos. Tenemos preámbulo, ojalá no votemos por un epílogo.