Comprender el mundo del que somos parte, entender aquella fracción que hemos heredado de nuestros ancestros y recibido-ocupado de la propia naturaleza, así como imprimir nuestro propio sello a esa otra porción o momento que nos corresponde vivir y que de algún modo u otro legaremos a las futuras generaciones, tal como la búsqueda de la verdad y de la felicidad, constituye una tarea insoslayable para cada época. En el mundo universitario, la creación artística y la generación de conocimiento científico en el campo de los fenómenos naturales y sociales, establecen las principales vías que nos permiten avanzar en esta incesante búsqueda.
La investigación y la creación impulsada en y desde los campus universitarios, se enfrentan en la actualidad y, desde hace casi tres décadas, a una serie de fenómenos que desafían a las disciplinas. La complejidad (y sus principales aliadas), la inter y la transdisciplinariedad, el cambio climático, la sostenibilidad de la vida tal como la conocemos hoy, el genoma humano, la clonación, la revolución científico-técnica permanente, la robótica, la automatización, la nanotecnología, la inteligencia artificial, la “partícula de dios”, las exploraciones espaciales, los alcances ético-filosóficos de estos y de otros avances, constituyen algunos ejemplos de tales fenómenos.
Otra de las funciones universitarias claves, la docencia universitaria, enfrenta también desafíos similares, tal vez, directamente proporcionales a los que enfrenta la generación de conocimiento, en su más amplia comprensión, en los diferentes campos disciplinares. La transmisión oral de información, apoyada de lecturas y acciones experimentales correspondientes a las epistemologías de cada área del conocimiento, han sido y siguen siendo todavía, los principales rasgos de la docencia en la educación superior. Prevalecen en las aulas de las universidades, por ejemplo, las denominadas “clases magistrales”, que por sí solas no constituyen lo fundamental del problema. Ellas, así como otras expresiones similares de docencia, se basan en una serie de rutinas y prácticas que a su vez se fundan en un conjunto complejo de creencias y tradiciones en las que persisten estereotipos e ideas preconcebidas, las que sí son el componente fundamental del problema que la docencia universitaria tiene.
Los proyectos institucionales de las universidades suelen declarar que la formación que imparten, busca desarrollar entre sus estudiantes el pensamiento crítico, la reflexividad, la creatividad, la capacidad de innovación, la responsabilidad y el compromiso con su actuación profesional y con los que de ella resulta. Por su parte, los grupos de investigación, desde los cuales provienen una gran parte de quienes ejercen la docencia universitaria, sostienen su trabajo sobre este tipo de habilidades y la mayoría de ellos, generan desde sus respectivas disciplinas, significativos aportes a la sociedad.
Sin embargo, cuando se observa con ojo crítico el tipo de interacciones que predominan en las aulas universitarias, así como los roles que cada quien desempeña y el estatus que a cada quien se le reconoce en dichos espacios, no logra observase con claridad la expresión de aquello que se ha declarado y que ha sido mencionado en breve en el párrafo anterior.
La necesidad de transformar los sentidos orientadores y los estilos predominantes de la docencia universitaria, con el fin de hacerla coherente y, por tanto, consistente cos las declaraciones institucionales y muy en especial, con las necesidades actuales y futuras de la humanidad, se hace cada vez más necesaria y urgente. Las universidades han venido perdiendo terreno en su propio tradicional campo de acción, en el de la generación del conocimiento, en la frontera del mismo. Tal vez este fenómeno es, como otros en la historia inevitable, tal vez. Algunas de las empresas que hegemonizan la economía global, algunas de ellas al menos, han sido creadas por personas que emigraron del campo universitario por no encontrar en ellos, los estímulos y las respuestas a sus inquietudes. Otras, han generado, y con ello privatizado, sus propios laboratorios y centros de investigación o bien han logrado cooptar a los existentes en las universidades de diversas regiones del planeta. El punto es: ¿Qué sucederá con la humanidad y esta creciente tendencia a la privatización del conocimiento, en plena “sociedad del conocimiento”, sigue su curso?
Esta es solo una de las tantas razones por las que la docencia en la universidad debe reconocer la necesidad de vivir su propia transformación. Y ni siquiera es la principal, creo. El talento, las inquietudes, la inteligencia, las comprensiones y los valores de las nuevas generaciones de profesionales y de investigadores merecen recibir una formación que logre efectivamente generar las mejores condiciones para su pleno desarrollo, para su total realización. El enfoque de derechos, los enfoques de la inclusión y la justicia educativa, así como el enfoque de género, tan urgentemente necesario en el mundo de la educación superior, han de ser marcos de referencia y de orientación de la docencia universitaria. Las y los estudiantes así lo merecen y la humanidad, así lo requiere.