El hecho que Violeta Parra haya sido arrastrada al trafago electoral -involuntariamente por una senadora- nos da una buena oportunidad para constatar que puede haber muchas maneras de entender Chile y de amar a la patria. Y de cómo al mismo tiempo se puede ser universal, porque los seres humanos tenemos mucho más en común que lo que pareciera, aunque no compartamos una nación ni una bandera. De ahí la frase “Pinta tu aldea y pintarás el mundo” atribuida al escritor ruso León Tolstoi.
Violeta Parra, tal como ese otro portento de nuestra cultura llamado Margot Loyola, tenía un profundo interés por ir más allá de las expresiones clichés o estandarizadas de nuestro folclor. El invaluable trabajo de recopilación de ambas requirió, literalmente, recorrer caminos, adentrarse en los valles y subir cerros. En el Norte y en el Sur. Ellas sabían que nuestro país, incluso mucho antes de las últimas corrientes migratorias y de las reivindicaciones identitarias, ya era extraordinariamente diverso. Y que en eso residía su riqueza. Así, llegaron hasta los lugares más pobres y alejados de las grandes ciudades -hoy se diría hasta los márgenes-, para rescatar expresiones musicales que ahora forman parte de nuestro vasto patrimonio cultural.
Con toda esa retroalimentación, Violeta Parra se convirtió en la fundadora de la Nueva Canción Chilena y en una de las referencias de la Nueva Canción Latinoamericana. El registro musical del país se expandió radicalmente. El folclor chileno ya no se redujo solamente a las cuecas y tonadas de la zona central, sino que se acrecentó con otras manifestaciones más populares del centro, con los valses del sur cuya cadencia recuerda el vaivén de las lanchas y con las expresiones altiplánicas que nos hermanan culturalmente con Perú y Bolivia, entre muchas otras. Décadas antes de que reflexionáramos más profundamente sobre esto, Violeta nos enseñó que nuestra patria es diversa y que además se puede ser parte de una identidad nacional desde una identidad local.
Si algún grupo tuviera la pretensión de imponerle a otro su visión particular de qué es Chile y, acto seguido, definir quiénes serían los verdaderos patriotas, estaría incurriendo en un acto falaz. Así como Violeta, el sociólogo Jorge Larraín, uno de los mayores estudiosos del tema, señalaba que la primera expresión de identidad chilena que había operado sin contrapesos durante todo el siglo XIX había sido definida por la oligarquía masculina de la zona central. Pero los tiempos cambian y para referirse al presente, señalaba que “mientras las identidades individuales normalmente tienen un sólo relato identitario más o menos integrado y solo cambian secuencialmente en el tiempo, las identidades nacionales normalmente poseen varios discursos identitarios que coexisten simultáneamente y que responden a la gran variedad de grupos, clases sociales, intereses y visiones del mundo que cohabitan en una nación”.
Así las cosas, una forma de amar a Chile sería aceptándolo tal cual es: en su diversidad.