Es correcta la idea de no generalizar en política, especialmente en un país como Chile donde se suele llegar a conclusiones universales espurias a partir de hechos particulares. No podemos decir, lo mismo, sin embargo, del diputado Gonzalo de la Carrera, puesto que su agresión al vicepresidente de la Cámara, Alexis Sepúlveda, más que la excepción parece la norma de alguien que es violentista en las formas y también en las ideas.
El argumento es extensible al Partido Republicano, cuyas candidaturas presidenciales y representaciones en la Convención Constitucional y en el Congreso Nacional se han caracterizado por denostar a las personas y oponerse a cualquier agenda que incremente los derechos de la ciudadanía. No olvidamos que el programa de José Antonio Kast proponía cerrar el Ministerio de la Mujer y Equidad de Género, el Instituto Nacional de Derechos Humanos y denunciar el Convenio 169 de la OIT. Tampoco la sucesión de insultos contra sus pares que caracterizaron la participación de Teresa Marinovic en la Convención, al punto que fumar y desplazarse sin mascarilla por la plenaria en plena pandemia parecían comparativamente cosas nimias; ni las ofensas transfóbicas del diputado Johannes Kaiser contra su colega Emilia Schneider. Esto, sin contar a otros militantes y al propio De la Carrera, quien más temprano había sido innecesariamente grosero con la ministra del Interior, Izkia Siches, y días antes, además de adherir a teorías conspirativas sobre las vacunas y sugerir un fraude en el plebiscito del 4 de septiembre, se había burlado de los detenidos desaparecidos y de sus familiares.
De todo lo descrito hasta ahora, un golpe de puño contra otro diputado parece lo menos grave.
El Partido Republicano, en esencia, desprecia la democracia, es racista, machista y homófobo, disiente de que las personas tengan derechos, es activo agente de las noticias falsas y, por todas las razones recién descritas, es enemigo de los avances civilizatorios.
Que una tienda política como ésta, por lo tanto, exista, podría explicarse por la odiosidad, la inhumanidad y la ignorancia. Lamentablemente, que estén en la Cámara, así como en la Convención, se debe a que miles de personas lo han permitido con sus votos. Preocupa especialmente que el señor De la Carrera haya llegado al Congreso con una alta votación en el distrito 11, el más rico del país, y con la primera mayoría en Las Condes. Impacta que en aquel lugar, donde están los mayores privilegios y oportunidades, se haya elegido a alguien de estas características para que los represente en el Parlamento.
En medio de toda esta degradación, es especialmente valiosa la categórica declaración del jefe de bancada de los diputados de Evopoli, Francisco Undurraga, quien con sus dichos construyó un cordón sanitario respecto a cuáles son las conductas que deben regir la convivencia en el Congreso y entre oficialismo y oposición. Falta, eso sí, el paso mayor: romper con el Partido Republicano, no volver a apoyar a sus candidatos ni tener alianzas con ellos. Es digna de invocar la derecha francesa, cuyo compromiso con la democracia la ha puesto invariablemente en la vereda del frente de la extrema derecha de Marine Le Pen.