Cuenta la historia que en la segunda década del siglo pasado, un hábil dirigente italiano llamado Benito Mussolini supo identificar, como ninguna otra fuerza política de la época, la frustración y el resentimiento de los diezmados veteranos italianos de la Primera Guerra Mundial. Los trató con la consideración que otros no les daban y acto seguido los puso en contra del creciente movimiento sindical en ese país. Y como a veces las repeticiones de la Historia son macabras, otro gran factor fueron los efectos devastadores de la gripe española, que solo en Italia mató a 600 mil personas, además de otras consecuencias catastróficas en el país.
Así, el rencor y el miedo fueron aglutinados políticamente sobre la base de la pulsión nacionalista y del desprecio a la política existente, con lo que de modo vertiginoso el fascismo italiano se hizo del Gobierno e inició un periodo totalitario y megalómano, que pretendió ampliar sus territorios y catalizó la Segunda Guerra Mundial, más aún cuando en Alemania otro hábil dirigente llamado Adolf Hitler llevaba a cabo un proceso parecido.
Ya es sabido que la caída de ambos, en 1945, trajo consigo la promesa del Nunca Más, pero aquello es solo retórico si la sociedad y sus organizaciones políticas no toman las prevenciones adecuadas. Así, en 2022, el partido neofascista Hermanos de Italia ha ganado las elecciones y su lideresa, la periodista Giorgia Meloni, está a punto de encabezar el gobierno. Con un enorme apoyo popular, tal como otros líderes de extrema derecha de nuestro tiempo.
Este sector se ha valido de todas las incertidumbres que ha producido la sociedad actual para crecer, sin ofrecer a cambio nada demasiado preciso ni razonable, salvo una supuesta empatía por el miedo y la frustración de las personas. Por de pronto, han embestido contra los migrantes culpándolos de todos los males que existían desde antes; contra la globalización, las normativas internacionales de derechos humanos y las identidades distintas al Estado nacional, exacerbando las emociones que produce la bandera; contra los políticos, especialmente los de izquierda, porque hablan mucho y en lo concreto nada cambia. Y mientras realizan todas estas embestidas, en el fondo nada efectivamente cambia, porque su irrupción política ha contado en todas partes con el apoyo, a veces por debajo, de los sectores que han acumulado poder y defienden el statu quo. Aquello, por cierto, es ocultado convenientemente ante el pueblo.
En un día como hoy, cuando hemos presenciado los aprietes de Pancho Malo y su barra brava “patriota” a los dirigentes de la UDI, habría que preguntarse si no se están incubando acá las condiciones para un gobierno de extrema derecha. No olvidemos que José Antonio Kast estuvo hace apenas algunos meses a punto de ganar la elección presidencial. Ciertamente, Pancho Malo no es el líder, pero su presencia en la política es una representación casi simbólica de cómo los grandes poderes pueden contar con quien les haga el trabajo sucio, aludiendo a eslóganes vacíos y escondiéndose detrás de una bandera chilena que no les pertenece, ya que ésta es también de todos nosotros.
Para finalizar, una mención: hace cien años Benito Mussolini concentró buena parte de sus esfuerzos políticos en la propiedad de medios de comunicación masivos que reprodujeran su discurso. Todos los proyectos actuales de extrema derecha en el mundo cuentan con un poderoso aparato mediático -a veces de medios tradicionales, otros de redes sociales y por lo general de ambos-, donde parte de la simplificación de los discursos es la utilización de mentiras a gran escala ¿Qué han hecho otros sectores políticos mientras ello ocurre desembozadamente?