Mucho va a ir cambiando en Brasil. Este domingo 30, 156 millones de brasileños eligieron nuevamente al progresista Luiz Inacio Lula da Silva como su próximo presidente, y decidieron entre la democracia y un futuro para todos, por sobre la autocracia de un gobierno aupado por los mandos militares, en beneficio de los más ricos. Brasil ganó en las urnas su derecho a la esperanza.
El líder del Partido de los Trabajadores, Lula da Silva, de 77 años, superó en más de dos millones de votos al actual mandatario, el ultraderechista Jair Bolsonaro y regresa así al poder que ocupó de 2003 a 2011, después de pasar 19 meses en prisión por supuesta corrupción, condena que luego fue anulada. Fue liberado por el Supremo Tribunal Federal, que en 2021 anuló sus condenas por errores en los procesos y falta de imparcialidad del juez Sergio Moro.
Bolsonaro hizo lo posible para que Lula no ganara, con su gran campaña de fake-news, mentiras, intimidaciones. Este domingo, la Policía puso retenes policiales que impedían a ómnibus con votantes poder ejercer su derecho, sobre todo en la región nordestina, mayoritariamente lulista.
A la noche, mientras la gente festejaba en las calles, Lula habló en Sao Paulo: “Hoy le decimos al mundo que Brasil ha vuelto. Que Brasil es demasiado grande para ser relegado al triste papel de paria del mundo. Recuperaremos la credibilidad, la previsibilidad y la estabilidad del país, para que los inversores vuelvan a confiar en Brasil”, afirmó.
Y prometió la reindustrialización de Brasil: “Invertiremos en la economía verde y digital, apoyaremos la creatividad de nuestros empresarios y emprendedores. También queremos exportar conocimientos”, señaló.
Afirmó que su Gobierno está dispuesto a retomar su papel de líder en la lucha contra la crisis climática, protegiendo todos los biomas, especialmente la selva amazónica. “Nuestro compromiso más urgente es acabar con el hambre otra vez. El desafío es inmenso, es necesario reconstruir este país en todas sus dimensiones. Necesitamos reconstruir el alma de este país, el respeto a las diferencias y el amor al prójimo”, afirmó, tendiendo la mano a todos en un país extremadamente polarizado.
“Estoy aquí para gobernar este país en una situación muy difícil, pero con la ayuda del pueblo vamos a encontrar una salida para que el país vuelva a vivir democráticamente.A partir del 1 de enero de 2023 gobernaré para 215 millones de brasileños, y no sólo para los que me han votado. No hay dos países. Somos un Brasil, un pueblo, una gran nación.”
“A nadie le interesa vivir en un estado permanente de guerra. Este pueblo está cansado de ver al otro como enemigo. Es hora de bajar a las armas. Armas matan y nosotros escogemos la vida”, manifestó.
Las prioridades
La cuestión social, un lastre de las políticas neoliberales, será prioridad para Lula a su regreso al Planalto. Hoy 33 millones de personas viven en pobreza extrema: no tienen qué comer todos los días en un país que había salido del mapa del hambre tras los gobiernos de Lula da Silva. Brasil es uno de los mayores productores del alimentos del mundo y, paradójicamente, el hambre es el asunto más urgente, ya que el Estado no ha intervenido en los últimos años para combatir la pobreza estructural.
Si bien la inflación es del 6 %, es diferenciada: por ejemplo la inflación de la carne es del 19 %. El problema más serio es la carestía de alimentos. El hambre, la miseria, personas viviendo en carpas como en campos de refugiados es una realidad de seis años para acá.
El voto de más de 60 millones de brasileños hicieron posible el retorno de Luiz Inacio Lula da Silva a la presidencia,en el comienzo del fin de la pesadilla fascista que atormentó al país, derrotando la poderosísima y criminal máquina de guerra de Bolsonaro y de las cúpulas militares contra de la democracia. Desde la redemocratización, Bolsonaro es el primer presidente electo que busca su reelección y no la consigue y lo que puede hacer es complicar la transición, para agravar la situación política y económica del país
Hasta la asunción de Lula por tercera vez el 1 de enero de 2023, pasarán los últimos dos meses del año, y todo apunta a la perpetuación de la polarización asimétrica entre una izquierda light y una extrema derecha agresiva, en un país con instituciones democráticas frágiles. La batalla no es solo entre Lula y Bolsonaro, sino entre democracia y autoritarismo, soberanía alimentaria y hambre, dignidad y servilismo, libertad religiosa y cruzada moralista pentecostal.
Ganó Lula la presidencia, pero una oscura nube de parlamentarios de extrema derecha seguirá activa en el país, ocupando el espacio de oposición al progresismo del Partido de los Trabajadores (PT). Y, seguramente, Bolsonaro será el gran vocero de este campo.
El líder del Partido de los Trabajadores sacó una ventaja irremontable con más del 99% por ciento de las mesas escrutadas (50,88% a 49.12%). “Quiero un país donde podamos estar en desacuerdo sin odiarnos, donde el pueblo pueda organizarse para defender sus derechos tan pisoteados, donde la libertad sea para todos los que la respeten”, dijo el próximo mandatario.
En un Brasil polarizado, Lula buscó amplias alianzas para aislar a Bolsonaro, quien conservó una gran base de apoyo a sus posiciones radicalizadas, de guerra fría por otros medios. Ahora deberá encarar un entorno económico menos favorable y deberá gestionarlo en un clima muy polarizado y un país dividido en dos mitades, como demuestra lo cerrada que fue la elección de este domingo.
La votación récord que garantizó su victoria en la primera vuelta ya atestiguaba que ningún otro candidato del campo demócrata sería capaz de derrotar a la criminal máquina de guerra de Bolsonaro y las jerarquías militares contra la democracia. Lula era el único oponente que la derecha y los militares preferirían no enfrentar en las urnas, sabiendo que derrotarlo dentro de las reglas de la democracia era una misión imposible.
El bolsonarismo gobernará por primera vez el poderoso estado de San Pablo, el más desarrollado y poblado de Brasil, tras la elección del exministro Tarcisio de Freitas, del Partido Republicanos, que derrotó a Fernando Haddad, del Partido de los Trabajadores (PT), por 55,3% a 44,7%. Freitas tiene formación militar y supo ser jefe de ingeniería del Ejército en la misión de la ONU en Haití (Minustah).
El primero de los líderes mundiales en felicitar a Lula fue el presidente colombiano, Gustavo Petro, quien con un con un breve “Viva Lula”. Más tarde, lo hicieron el presidente y vicepresidanta de Argentina –Alberto Fernández y Cristina Kirchner-, el de Estados Unidos, Joe Biden, quien calificó las elecciones presidenciales en Brasil de “libres, justas y fiables”, y Emmanuel Macron, el mandatario francés, hizo lo mismo.
Juraima Almeida, investigadora brasileña, analista asociada al Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, www.estrategia.la)