Cada 18 de diciembre se conmemora el día del migrante fecha que recuerda la promulgación de la “Convención internacional sobre la protección de los derechos de todos los trabajadores migratorios y de sus familiares” (resolución 45/158) por la ONU en 1990. Año a año las organizaciones migrantes y promigrantes, así como los centros de investigación preocupados por el tema, advertimos del aporte de los y las migrantes a la economía y a la sociedad receptora, de los estigmas que cargan producto de la criminalización del fenómeno o de las condiciones en que llegan y viven, especialmente en el contexto de pandemia. Esta vez no quiero poner el foco de la atención en las personas migrantes, sino en nosotros, en lo que la literatura llama sociedad de acogida o receptora que somos la contraparte del fenómeno.
Existe amplia evidencia científica acerca de la importancia que tienen las sociedades receptoras a la hora de entender el alcance de la movilidad humana. Al respecto en un texto de Portes y Böröcz (1998), que a pesar de los años no pierde vigencia, advierten del lugar que tiene la actitud de la población nativa, de los y las empleadores, de los gobiernos y de la sociedad en su conjunto. Ellos indican que existe al menos tres escenarios posibles a los se enfrentan los recién llegados, realidades que actúan como hechos consumados, que alteran sus aspiraciones y planes y que pueden canalizar sus trayectorias en direcciones diferentes. El primero es el contexto de recepción desfavorable que se caracteriza por una baja receptividad de la sociedad receptora, gobiernos que ven con malos ojos a los recién llegados y intentan detener o reducir los flujos. Cuando esto ocurre la migración tiende a volverse clandestina y temporal, el patrón de asentamiento es precario y las oportunidades de movilidad social quedan permanentemente bloquedas. Un segundo caso es el de sociedades neutras, es decir, donde la migración es permitida pero no es estimulada activamente y donde operan modelos individualistas de oportunidades profesionales y económicas. En estas situaciones los y las migrantes son capaces de competir libremente con los nativos sobre la base de sus capacidades, niveles de educación y habilidades personales. Y el tercer caso, es el de las sociedades de acogida favorables, es decir, sociedades que reciben a los migrantes con asistencia activa legal y material, donde encuentran posibilidades muy favorables para capitalizar sus habilidades y experiencias y pueden verser recompensados por los nativos. Estos casos son excepcionales.
Chile se incorporó al mapa migratorio actual desde los años 90. Antes recibió población migrante por dos vías. La primera en el siglo XIX por programas estatales para colonizar territorios “desocupados” en una lógica de incorporarlos a través del poblamiento y, la segunda, desde fines del siglo XIX y principios del XX por migración atraída por los ciclos económicos regionales, como es el caso del norte del país. Sin embargo, la migración reciente, especialmente la que se ha desarrollado en contexto de pandemia es la que más ha preocupado a la sociedad receptora. Ello por las condiciones de precariedad y vulnerabilidad en que se desarrolló y continúa desarrollando, por la marginalidad en que viven muchos de ellos, por el marco jurídico vigente que impide acceder a la regularización y por la gestión con que se administró ese flujo hasta inicios de este año.
Hoy nos enfrentamos al reto de corregir esas situaciones y pensar qué sociedad receptora queremos ser. Si seguimos el camino desfavorable no nos deberá extrañar la pobreza, la mendicidad y la situación de calle en la que se encuentran muchas personas en la actualidad. Las trayectorias de marginalidad, estigmatización, exclusión y criminalización que se describan desde ahí será el escenario más probable. La segunda, es un poco la que imperó hasta la pandemia, pero con ingredientes de la primera, pero que permitió que muchos de quienes llegaron hasta la pandemia se incorporaran en la sociedad buscando los acomodos y las oportunidades.
Este año que termina hemos buscado aportar e incidir desde distintas plataformas, entre ellas, la Cátedra de Racismos de la Universidad de Chile, el Sector de Integración del GTRM de la Delegación Presidencial de Tarapacá, el Observatorio de Migración y Movilidad Humana del SJM, IDEA, Centro Vives de la UAH e INTE y desde el Observatorio Transfronterizo del INTE de la UNAP. Estos espacios tienen en común un compromiso con los derechos de las personas y su promoción, independiente de su nacionalidad, así como una preocupación por sensibilizar y avanzar en la construcción de una sociedad más cohesionada. Reflexionar sobre la sociedad receptora que somos o queremos ser es central porque la interacción de los factores que actúan en movilidad humana puede conducirnos a escenarios futuros diferentes. Con todo, lo que hagamos hoy tendrá impacto en el futuro, especialmente en las niñeces migrantes, que captan y absorben lo que ocurre alrededor, por lo que cada acción cuenta.
La autora es investigadora del Instituto de Estudios Internacionales INTE-UNAP e integrante de la Cátedra de Racismos y Migraciones de la Universidad de Chile.