Por las feroces quebradas
¡Ay, Salar de Punta Negra!
corre la sed en las ancas
de tres guanacos de esperma
Andrés Sabella
Fui convocado por la Investigadora Cristina Dorador y su equipo en una expedición a conocer algunos de los Salares más emblemáticos de nuestra región, en el marco de la formación de la organización Halófilos cuyo fin es la divulgación científica y la protección de los salares, como ecosistemas frágiles que deben ser protegidos. Sin embargo, es valido preguntarse ¿Por qué un antofagastino le podrían importar los Salares? ¿Por qué merecen ser protegidos? La observación a simple vista podría llevarnos a pensar que se trata de una costra blanca, inerte y sin vida; nada más lejano a la realidad, pues en nuestro viaje pudimos observar que un Salar es un enorme espacio lleno de biodiversidad que va mucho mas allá de la clásica postal turística donde aparecen los flamencos a lo lejos; hablamos de una cadena trófica que va desde grandes animales hasta pequeños microorganismos todos adaptados a vivir en condiciones climáticas extremas y con alta presencia de salinidad, éstos mismos microorganismos son una ventana a la tierra primitiva, es decir a partir de ellos podemos entender el funcionamiento orgánico de las primeras formas de vida en nuestro planeta hace cientos de millones de años atrás. El cambio climático es otro espacio de estudio, pues los salares son parte de un delicado balance hídrico dado por la lluvias y la evaporación, al haber menor cantidad de lluvias y mayor temperatura se afecta la cantidad de superficie inundada, es evidente que los salares son ecosistemas irremplazables e irrepetibles cuya diversidad es única a nivel mundial, si existe una alteración importante en sus condiciones hidrológicas y en los equilibrios antes mencionados, las consecuencias para la biodiversidad podrían ser devastadoras.
Por otra parte, este entorno fue la cuna de los primeros habitantes de nuestros territorios, dado que el modelaje geológico producido por el volcanismo Terciario y Cuaternario había concluido hace millones de años, cuando los primeros Likan Antay llegaron a la cuenca del Salar de Atacama, sus ojos vieron prácticamente el paisaje que vemos hoy. Este espacio constituyó un anfiteatro que por su potencialidad se convirtió en una probeta donde la materia humana germinó en un proceso sociocultural único, desde grupos cazadores recolectores hasta culminar en complejas manifestaciones con una identidad muy propia, es imposible entender su desarrollo sin la vinculación directa con su entorno, “un relato que nos habla de logros técnicos, económicos, artísticos, culturales y sociales de gente que tuvo que pasar por duras pruebas de sacrificio respeto y afecto para conquistar a la diosa madre y ser aceptados y adoptados como hijos de la tierra”.
Cómo Profesor de Historia me parece fundamental relevar estos conocimientos con nuestros estudiantes, hacerlos parte del currículum en diferentes asignaturas y a partir de ellos generar una identidad con nuestro norte, pero también un compromiso global; pues de lo contrario corremos el riesgo de seguir visitando estos espacio como cualquier turista que ansía sacarse la foto flotando en estas aguas milenarias, tal como si fuera el Mar Muerto, sin tener conciencia del enorme daño que provoca su inmersión en este frágil ecosistema. Tomar conciencia y ser partícipes de la apreciación de la belleza de estos espacios desde una distancia contemplativa, consiente, ecológica e informada.
Todas estas problemáticas nos interpelan como docentes a ir más allá de las salas de clases y vincularnos con el territorio y sus comunidades. Al culminar este viaje vuelvo a mi ciudad cargado desafíos, pero también con un nuevo amor, Amor por los Salares.
Cristhian Campos Marín
Profesor de Historia y Geografía