La Comisión estuvo integrada por seis expertos encabezados por el psiquiatra Pedro Strecht, especializado en investigaciones sobre pedofilia, instancia que reunió 424 testimonios de víctimas aunque -advirtió- el número total de víctimas es “mucho mayor”. Los hechos denunciados revelaron “situaciones graves que persistieron durante décadas, que se hacen más evidentes cuanto más se retrocede en el tiempo y que, en algunos lugares, adquirieron proporciones verdaderamente endémicas”, había concluido el equipo en octubre, durante un primer balance. Allí se adelantaba que “situaciones graves que persistieron durante décadas se hacen más evidentes cuanto más se retrocede en el tiempo y que, en algunos lugares, adquirieron proporciones verdaderamente endémicas”. En su inmensa mayoría, el crimen fue perpetrado contra niños cuyo promedio de edad apenas superaba los 11 años.
Los abusos se registraron en todo el país, con especial incidencia en las ciudades de Lisboa, Oporto y Braga, y afectaron a menores de todas las clases sociales. El silencio protegió a los abusadores: el 77% de las víctimas nunca presentó una queja ante la Iglesia y solo en un 4% hubo una denuncia ante la Justicia. La mayoría de los crímenes denunciados han prescrito pero del total de las denuncias recibidas unas 25 acusaciones fueron transmitidas a las autoridades judiciales, que abrieron las respectivas investigaciones. En paralelo, los expertos preparan una lista con los abusadores todavía activos que podría estar terminada en las próximas semanas y que no se hará pública sino que será enviada directamente a la Fiscalía.
La investigación determinó que el 96% de los abusadores eran sacerdotes que perpetraban sus abusos en el marco de seminarios, escuelas o instituciones deportivas. Fue el caso de Alexandra, una mujer de 43 años que prefiere permanecer en el anonimato y que fue violada por un sacerdote cuando se preparaba para la vida de monja a los 17 años. “Es muy difícil hablar del tema en Portugal”, un país en el que el 80% de la población se define como católica, explica esta madre de familia, que trabaja actualmente como auxiliar de cocina. “Llevaba muchos años guardando este secreto, pero sentía que era cada vez más difícil gestionar eso sola”, cuenta durante una entrevista telefónica con la agencia France Press. Alexandra añade que se sintió “ignorada” porque tras denunciar a su agresor ante las autoridades eclesiásticas, éstas solo enviaron una queja al Vaticano. Pero la santa sede jamás respondió. Tres años más tarde, los expertos de la comisión independiente le ofrecieron escucharla y proporcionarle un apoyo psicológico.
Fue en abril pasado cuando el cardenal de Lisboa, Manuel Clemente, máximo prelado y patriarca de la Iglesia católica portuguesa, se declaró dispuesto a “reconocer los errores del pasado” y a “pedir perdón” a las víctimas. Por su parte, el arzobispo auxiliar de Lisboa, Américo Aguiar, indicó recientemente que el papa Francisco viajará a la capital portuguesa en agosto próximo con motivo de las Jornadas Mundiales de la Juventud, agregando que aquella podría ser la oportunidad de propicia para reunirse con las víctimas señaladas por la investigación. Hay que recordar que en 2019 Francisco prometió luchar contra de la pedofilia en el seno de la Iglesia, después que salieran a la luz miles de casos de abusos cometidos por miembros del clero católico. De hecho, países como Francia, Irlanda, Alemania, Australia o Países Bajos han publicado informes que fueron arrojando luz sobre este fenómeno.
Así estarán las cosas cuando los obispos portugueses se reúnan a inicio de marzo para sacar conclusiones del informe y “erradicar -en la medida de lo posible- esta lacra de la vida de la Iglesia”, como declaró en enero el secretario de la conferencia episcopal, el obispo Manuel Barbosa. Asimismo, los expertos pidieron hoy una modificación de las leyes portuguesas que permita que estos delitos no prescriban durante 30 años.
Los investigadores advierten, al mismo tiempo, que “los testimonios recabados son emocionalmente muy intensos” y manifestaron su esperanza de que puedan ser útiles para superar “una larga noche de silencio, vergüenza, miedo y culpa”. Mientras tanto, Alexandra ve el trabajo de la comisión como un “buen inicio” para quienes buscan “romper el muro” de obligado silencio que les rodeó durante tantos años.