En tiempos de cambio epocal y en medio de un proceso constituyente, urgencias climáticas, incendios, pestes y problemas políticos y económicos, surge la necesidad de pensar ciertas derivas y problemas que abren los sucesos que vivimos actualmente como comunidad. La brecha dramática de la desigualdad en nuestro país nunca quedó tan expuesta y, como pocas, veces hemos sido tan impotentes frente a ella.
Somos testigos a diario de diagnósticos, análisis, cifras y proyecciones que en nada parecen resolver los problemas urgentes a los que nos enfrentamos.
Entonces surge la pregunta necesaria, ¿es momento de seguir interpretando el mundo? ¿O lo que necesitamos es transformarlo?
La famosa Tesis XI de Marx sobre Feuerbach de 1845, señala lo siguiente: “Los filósofos no han hecho más que interpretar de diversos modos el mundo, pero de lo que se trata es de transformarlo” Este texto se trata de un debate con un filósofo materialista alemán que es Feuerbach y las once tesis giran en torno al problema del materialismo y el idealismo alemán.
Algunas ideas que podemos recuperar de este texto son plenamente aplicables a nuestra situación y a nuestro tiempo, y no sólo en lo que se refiere a quienes hacen filosofía, sino que a intelectuales y autoridades, en quienes hallamos en una actitud de lectura de la realidad que nos azota como mera contemplación y no como un ejercicio intelectual que traiga consigo una práctica humana que permita la resolución de problemas.
Marx sostiene, en el desarrollo de este texto, que el pensamiento no debe aislarse de la práctica, esto es, la crítica teórica de la realidad debe estar vinculada al compromiso concreto de cambio social, concluyendo con este gran enunciado de que no se trata de interpretar el mundo, sino que de transformarlo.
En el ámbito cultural, durante el siglo pasado, nos encontramos con Bertolt Brecht, un autor alemán que pensó una idea de teatro que apuntaba a modificar al espectador, para esto él quería cambiar una serie de procedimientos típicos del arte más conservador, minando las formas tradicionales, como por ejemplo, la idea de que me tengo que identificar con los personajes que están en el escenario, y, entonces, crea el efecto de extrañamiento o distanciamiento. Lo que él espera del espectador es que racionalice la situación y, de algún modo, desmitifique esas representaciones que sostienen un modelo ideológico y social que resulta opresivo para el hombre
Y esto es un gran problema, ya que en pleno siglo XXI, la idea de práctica política se encuentra vaciada, carente de significado. Durante el siglo XX la práctica política era muy fácil de imaginar, cosa que no sucede hoy, por la propia caída de los grandes relatos, que llevaron a Jameson a señalar que “es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo”. Uno de los correlatos de esta problemática es cuál es la práctica que, desde la cultura, necesitamos ejercer hoy.
Definitivamente, la urgencia de lo real ya no nos permite quedarnos sentados, cómodos, leyendo en el sofá.