El largo y tortuoso camino para hacer justicia en el caso de la violación y asesinato de Fernanda Maciel ha dejado una serie de lecciones que, idealmente, deberían ser asumidas para evitar dolores adicionales a otras familias que infelizmente deban pasar por desgarros parecidos.
Durante buena parte del proceso de investigación y el juicio, tanto las policías como la justicia y los medios de comunicación no estuvieron a la altura, develando sentidos comunes patriarcales, misóginos y clasistas. A ratos parecía que la familia y seres queridos de Fernanda -por haber sido ella mujer, joven y de los sectores populares- debían ser castigados con el acoso y los prejuicios, en vez de recibir el respaldo ante la tragedia que estaban viviendo.
Qué duda cabe: en Fernanda se expresó la discriminación y el irrespeto contra las mujeres aún enquistados en las instituciones y en la cobertura informativa. Lamentablemente, ambos tienden a coincidir cuando se trata de delitos de alto impacto público como éste. De Fernanda, tal como años atrás con Nabila Riffo y con las jóvenes secuestradas y asesinadas en Alto Hospicio, se habló de su conducta sexual, se le buscó en canales de regadío, se inventaron hipótesis truculentas mientras la madre pedía lo que nunca se escuchó y que terminó siendo la verdad: que se buscara en el patio del asesino, a metros de la casa de la víctima.
En lo que respecta al proceso de investigación y administración de la justicia, hay prácticas y subjetividades que han sido denunciadas por las mujeres: desde el funcionario policial que se ríe o ningunea a la mujer que hace una denuncia por violencia contra su pareja, pasando por la aplicación restrictiva del tipo penal de femicidio o las dificultades de los aparatos investigativos para considerar la hipótesis del femicidio, cuando se trata de aparentes suicidios de mujeres. Las organizaciones que han investigado y avanzado en la conceptualización de estos temas, como la Red Chilena contra la Violencia hacia las mujeres, han referido como problemas estructurales los procesos largos de investigación -donde las Mujeres se enfrentan a la revictimización- sumados a cuestionamientos respecto de sus denuncias o el tiempo que tardan en dar cuenta de un hecho, lo cual suele explicarse por un entorno hostil o poco receptivo.
Otra manifestación del problema es la falta de compromiso con seguir indagatorias, encontrar y sancionar a los responsables. Es lo que, según juristas y organizaciones feministas, explicó en gran parte el atraso en el esclarecimiento del crimen de Fernanda Maciel.
En lo que respecta al desempeño de los medios, vimos con perplejidad el acoso inmisericorde a la familia y la conversión del crimen de una joven pobre en un show. Durante meses los matinales estuvieron hablando desaforadamente de ella, incluso con supuestos videntes. Así, hicieron caso omiso a las recomendaciones que organismos internacionales y nacionales hacen a los medios sobre cómo informar con ética en este tipo de casos.
El hecho que la sentencia acoja de manera consistente las consideraciones de género da una luz de esperanza de que al final del proceso se haya producido una autocrítica tácita. La tragedia de Fernanda y el dolor de su familia deberían servir en algo para avanzar en la transformación de las instituciones y de las coberturas de los medios.