Es muy importante que las ciudades tengan no solo una dimensión operativa, sino también patrimonial, lo cual incluye la memoria. Por esto se entiende no solo a acontecimientos políticos, sino también a hechos de toda índole que han ocurrido en el pasado y que configuran el lugar donde transcurren hoy nuestras vidas. En ese sentido, no hay una diferencia en que los espacios públicos de una ciudad y de una comuna como Santiago recuerden a los pueblos originarios, la Conquista, la Independencia, a artistas, políticos, militares o a víctimas de la dictadura.
La diferencia, entonces, radica en la reacción. Lo específico de lo ocurrido con la propuesta ayer aprobada por la Municipalidad de Santiago es el ruido que le provoca a algunos que se trate víctimas de la dictadura. Personas asesinadas a quemarropa por agentes del Estado mientras caminaban por la calle a pocos meses del término de la dictadura, como Jecar Neghme; figuras fundamentales de la historia de la danza chilena, como el exdirector del Ballet Nacional Chileno de la Universidad de Chile, Patricio Bunster; destacados abogados como el demócrata cristiano Jaime Castillo Velasco o como la arquitecta detenida desaparecida, Ida Vera Almarza. Los lugares elegidos para el nombramiento de los espacios públicos no son arbitrarios: en el caso de Neghme y Vera, donde fueron asesinados y secuestrados en General Bulnes o Namur; en el caso de Bunster, frente al Centro Espiral en la Plaza Brasil, fundado por él al volver del exilio junto a quien fuera su esposa antes de que ella lo fuera de Víctor Jara, Joan Turner.
Como es incómodo decir que la resistencia a este anuncio se debe a que hay personas y sectores que no quieren que se recuerden los horrores de la dictadura en los espacios públicos, se levantó el argumento lateral de que los vecinos no habían participado en la toma de la decisión, es decir, un impecable argumento formal de profundización de la democracia en la toma de decisiones sobre los espacios públicos. Pero la famélica protesta realizada ayer en la calle Namur, evidentemente pauteada y en donde había más periodistas que vecinos, exhibió en sí misma la debilidad del argumento. Porque resulta que, primero, la Municipalidad sí siguió los procedimientos formales de participación con las fuerzas vivas organizadas de la comuna e incluso estuvo disponible a modificar alguna decisión, como en el propio caso de Namur. Segundo, la comunidad sí que no fue consultada sobre los espacios que recuerdan a partícipes de la dictadura, como la estatua frente al Teatro Municipal del alcalde Patricio Mekis, pariente del concejal Santiago Mekis, quien fue el principal detractor de que otros espacios de la comuna recordaran a las víctimas del Régimen. Y, por último, porque en general es extraño que se reivindique la participación ciudadana justo y solo para este caso y no como orientación general del proyecto político de quienes la invocan.
Deseable sería que los vecinos de la calle General Bulnes supieran quién fue y por qué hay una calle que lleva su nombre, o que Namur es la capital de la Región Wallonia Bruselas de Bélgica, un lugar muy bonito, pero que poco y nada tiene que ver con Chile. Mucho mejor, entonces, que en aquellos lugares donde transitamos y transitaremos, se nos recuerde que alguna vez se violentó gravemente a compatriotas, avasallando el Estado de Derecho y los derechos humanos.