La conmemoración del 11 de septiembre de 1973 tiene simbolismos difíciles de separar entre sí: el ascenso al poder de civiles y militares y los consiguientes crímenes de lesa humanidad; sumado a la muerte de Salvador Allende, evidencia la interrupción de un proceso transformador popular, masivo y de futuro.
A cincuenta años de esa fecha, hemos escuchado a voces minoritarias que niegan los tormentos a personas y a la sociedad en su conjunto y, con desparpajo, afirman que volverían a ser sediciosos si un gobierno pretende construir un sistema para el bienestar de las mayorías y no de regalías para unos pocos. Voces rabiosas amplificadas por los medios de comunicación y las redes sociales, tratando de justificar las sistemáticas violaciones a los derechos humanos.
Ante un clima político mediático áspero y polarizado, el pueblo de Chile ha hecho uso de su capacidad creadora para autoconvocarse y con emoción reflexiva realizó acciones y discursos que ponen la dignidad de la persona al centro, por sobre las mezquindades y los cálculos insignificantes de quienes viven presos por pronunciar frases tan vacías como transitorias, alimento para su fanaticada y la circulación mediática. Cautivos del lenguaje vulgar e hiriente de Augusto Pinochet.
Al contrario, las agrupaciones por la defensa de los derechos humanos impregnaron de futuro la conmemoración, evocaron el pasado de las víctimas y las y los sobrevivientes, de los y las luchadoras/es sociales, con amplitud y estatura moral nos hablaron de verdad y justicia como elementos fundamentales para la democracia.
La sociedad civil realizó actividades testimoniales, manifestaciones y dispositivos artísticos que, agregados a las consagradas expresiones como la danza, el teatro o el cine, evidenciaron otros discursos, otros modos de ver, otras sensibilidades.
La consagración del documental sonoro presentado con el anglicismo Podcast, fue un insumo de denuncia y reflexión; el trabajo de archivo y la incorporación de voces diferentes a las oficiales, testimonian un periodo marcado por la radio y la capacidad informativa que tuvo durante el golpe: radio Magallanes y Corporación y durante la dictadura, entre otras, radio Chilena y Carrera.
El trabajo performático realizado por agrupaciones que integran la calle como parte de la creación, espacios públicos simbólicos y expresivos como La Moneda, el Cementerio, el Estadio Nacional, la Casa Central de la Universidad de Chile y todos y cada uno de los sitios de memoria, que avergüenzan al Estado y sus agentes represores durante la dictadura.
La exhibición de archivos audiovisuales de TVN, en particular, el equipo de 24 horas develó lo que se sabía, pero no era documentado: la injerencia de EE. UU, la tortura y el asesinato como una práctica fundante de la dictadura civil y militar. Tuvieron que pasar 50 años para que el Canal público, cumpliese con su deber público.
El arte y la cultura esparcida por todo Chile mostró que el pueblo se auto convoca, se multiplica, dinamiza, crea y genera conciencia. A pesar del clima y las instituciones que obstaculizan, al igual que ayer, el recogimiento y reflexión sobre nuestra principal tragedia tuvo como principal motivador al pueblo de Chile, su arte y su cultura.