Diario y Radio Universidad Chile

Año XVI, 26 de junio de 2024


Escritorio

En la memoria siempreviva de Andrés Pérez Araya

Columna de opinión por Víctor Hugo Robles
Viernes 5 de enero 2024 16:34 hrs.


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El 3 de enero de 2002, Andrés Lorenzo Pérez Araya murió producto del SIDA en el Hospital San José en Santiago de Chile. Y aunque en vida ocultó el diagnóstico seropositivo, su triste e impactante fallecimiento nombró lo innombrable. Ya han transcurrido 22 años de ese triste día donde el VIH/SIDA golpeó nuestras conciencias, arrebatando la vida de uno de los creadores más queridos, talentosos e influyentes de nuestra loca historia político-cultural.

En estos calurosos días de enero 2024, mientras se inaugura el Festival Teatro a Mil, precisamente en memoria del creador de “La Negra Ester”, he pensado en las muertes de tantos amigos, conocidos y queridos a causa del SIDA. He repasado sus biografías y mirado sus fotografías e imágenes compartidas, recordando el pasado que pasó. Y ahí aparecen bellos retratos junto a Andrés Pérez Araya y Tomás Rivera González, La Doctora de San Camilo, famosa travesti prostibular de un Santiago que ya fue. Esas fotos inmortalizan una inolvidable velada cuando celebramos el 10 aniversario del Movimiento por la Diversidad Sexual MUMS en el Teatro Carrera de Santiago, un 28 de junio de 2001. Fue una noche muy loca. Pedro Lemebel llegó pelado al rape superando cierta vergüenza provocada por un fallido implante capilar, Francisco Copello bailó su famosa danza – mimo dedicada a la bandera de Chile y Andrés Pérez apareció visiblemente delgado. Ya habíamos escuchado comentar que Pérez vivía con VIH, así que me animé a preguntarle si necesitaba ayuda, le dije que yo vivía con VIH hace años y que era posible soñar y luchar. Que existían tratamientos y que muchos convivíamos con el VIH/SIDA. Él, amable y cariñoso, me dijo que la mal llamada “peste rosa” no era su problema y seguimos enfiestados sin saber que pronto el VIH derivaría en SIDA, en muerte. Hasta ese minuto, no sabía que Andrés Pérez sobrellevaba su diagnóstico reservadamente. Desconozco las razones del ocultamiento pero ciertamente no fue el primero en reservar esa información, así como tampoco ha sido, ni será el último. El estigma y la discriminación siempre pesan a la hora de asumir tal desafío, sea pública o reservadamente.

Recuerdo que conocía a Andrés Pérez a través de queridas amigas locas como La Juan Diego y La Janny que era de su círculo homosexual más próximo. Mis amigas le llamaban “maestro”. Y lo era. Estuve en algunas fiestas con Andrés, como solidarias y positivas veladas en la Agrupación Vida Óptima de Personas Viviendo con VIH/SIDA del Hospital San José, donde Pérez llegaba invitado por el fallecido activista comunitario César Herrera. Y así fuimos conociéndonos, dialogando, acercándonos. Andrés era un ser luminoso, talentoso, generoso pero reservado. No le gustaba hablar mucho de su homosexualidad aunque alguna vez lo entrevisté para el programa “Triángulo Abierto” -de Radio Tierra del Movilh Histórico- y ahí sí habló del amor entre hombres en Tocopilla, donde Andrés vivió algunos años. Del SIDA nunca dijo nada. Y así se fue volando a los cielos, reservado, silencioso pero con bulla. Andrés Pérez fue nuestro Rock Hudson chileno, el primer rostro público local que moría producto del SIDA.

Su muerte fue noticia e impacto nacional, transformándose en la portada de diversos e importantes periódicos, La Segunda y Las Últimas Noticias, entre ellos, comunicando e informando de la muerte de Andrés Pérez a causa del SIDA. Hubo recelos y críticas por las publicaciones pero finalmente nadie pudo evitar visibilizar lo (in)visible. Yo estuve en su concurrido y popular velorio en el Teatro Providencia, ahí arribé junto Rodrigo Pascal de la desaparecida Coordinadora Nacional de Organizaciones y Personas Viviendo con VIH/SIDA, VIVO POSITIVO. Y en la volá, subí al escenario -altar para homenajearlo- y en medio de muchos regalitos en su caja mortuoria, pensé qué dejarle. Solo encontré un abre cartas con la imagen de la Virgen de los Rayos que me regaló una amiga monjita, Sor Dora Antimán. Se la dejé ahí, incluso quise enterrarlo en el cajón, volá extrema que después me persiguió como culposo fantasma. La madera del féretro -felizmente- no permitió ese delirio, así que no fue un escándalo. Hoy pienso en ese puñal que más que cartas deseaba revivir su loco y apasionado corazón.

La muerte de Andrés Pérez aconteció en otro tiempo y otro espacio social, político y cultural. Tiempo de mayores prejuicios sociales y menores libertades sexuales. Ya han pasado 22 años de ese doloroso e inolvidable hecho, acontecimiento que –incluso- ha sido estudiado y analizado como una fiesta, un carnaval popular, un festejo histórico donde se llora lo perdido pero también se valora lo que perdura, aquello que nunca muere, lo que siempre vive.

Y efectivamente, Andrés Lorenzo Pérez Araya continúa vivo en el recuerdo de amigos, creadores, artistas y activista, permaneciendo siempre vivo en la memoria social, política y cultural del VIH/SIDA en Chile. Ojalá que el teatro popular, el arte callejero, empujados por la memoria errante de Andrés Pérez Araya, colabore más activamente en la educación sexual y la prevención del VIH/SIDA e ITS en Chile.

Víctor Hugo Robles, el Che de los Gays

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.