No pasaron días, fueron horas, el tiempo transcurrido entre las declaraciones de Javier Milei vertidas en el conclave de la extrema derecha mundial celebrada en Madrid el 18 y 19 de mayo, y la rueda de prensa del ministro de Asuntos Exteriores de la Corona española José Manuel Albares. El gobierno del PSOE informó del retiro de su embajadora en Buenos Aires, llamada a consultas. Era la manera de hacer patente su desacuerdo por el comportamiento del presidente argentino Milei, cuyos insultos hacia el presidente de gobierno y su esposa Begoña Gómez vertió en su intervención. Pero no fue el único. Todos los intervinientes destilaron su odio profundo hacia la democracia. Nada nuevo bajo el sol. Una provocación realizada a sabiendas, se transformó en Leitmotiv para iniciar un rifirrafe que sirve de plataforma para ocultar el verdadero sentido de la reunión patrocinada por VOX. El principio de la unidad entre todas las derechas. Pero los llamados partidos progresistas y la izquierda parecen despreciar, olvidando, como el nazismo logró hacerse con el poder. Hitler no será nombrando canciller sin la alianza con Franz von Papen, la derecha conservadora y la anuencia del entonces presidente Paul von Hindenburg. Luego Papen será un muñeco en las manos de Hitler y cuando el Führer de deshizo de su persona, enviándolo como embajador primero a Austria, antes de la anexión, y entre 1939 y 1944 a Turquía. Hermann Göring ocuparía su lugar. La derecha cuando está amenazada no duda en recurrir a sus extremos, fomentar el odio y la violencia. La historia no se repite, pero guarda semejanzas. El conglomerado del capitalismo financiero, industrial-militar, sabe a quienes recurrir cuando se trata de restablecer el orden o refundarse. Así financia a partidos de extrema derecha, les permite su ascenso, pensando que los tiene en sus manos, cuando es todo lo contrario. Parafraseando a Radomiro Tomic, cuando se gana con el nacismo es el nacismo quien gana.
Nos guste o no, Milei ha sido elegido por una parte no despreciable de argentinos. Su discurso en Madrid no iba dirigido a los demócratas, estaba destinado a los militantes de la derecha de todo el mundo. Hacerse eco de sus palabras y construir un discurso enfatizando sus salidas de tono, es profundizar en lo evidente. No es la mejor forma de combatirlo. Recordemos las descalificaciones a los presidentes de México, Colombia Brasil, el Papa Francisco, tanto como sus peroratas contra el socialismo, la democracia, la justicia social o el feminismo. Tal vez, nos sorprendería si sus palabras hubiesen sido un alegato a favor de Palestina, atacase a Donald Trump,despotricara contra Meloni, Marie Le Pen o Jose Antonio Kast, su amigo chileno.
Para responder a sus bravatas aumentando los decibelios, es caer en su trampa, ahí tiene ganada la partida. Su respuesta es generar más ruido, y así ha sido. En Argentina, la ola de patriotismo nacionalista cierra filas con su gobierno y en España la derecha se desmarca de una condena. ¿Pero se esperaba otra cosa? Si algo podía modificar el escenario hubiese sido que el rey Felipe VI hubiese tomado la palabra. Pero eso es impensable. El ¡Por qué no te callas! de su padre, dirigido al presidente Hugo Chávez, nunca tendrá como blanco a uno de sus aliados estratégicos, Javier Milei, cuando se trata de proteger las inversiones de los empresarios españoles en Argentina. Ya lo hizo avalando al gobierno de Mauricio Macri.
La conducta de Milei, como la del resto de invitados y su anfitrión, Santiago Abascal, responde a una propuesta articulada para forjar identidad y articular un proyecto de nuevo totalitarismo. Hoy lo comprobamos con la reunión que se celebra a puerta cerrada entre empresarios y los tanques de pensamiento de la derecha mundial en un lujoso hotel de Madrid. Dos maneras de actuar. Hoy, la extrema derecha está en las instituciones y sus críticos solo atinan a menospreciarlos, caricaturizarlos. Son primeros ministros, presidentes de República, cuentan con medios de comunicación y plataformas digitales, amplificadas por sus usuarios. Mientras tanto, la socialdemocracia en crisis, junto con una izquierda descabezada, plantea apoyar a la derecha democrática (sic) para evitar su ascenso, un catedrático de ciencia política, Daniel Innerarity, disque teórico de la democracia, lanza la propuesta. Hoy la izquierda debe ayudar a la derecha a recuperar su virtud democrática. ¿Alguna vez lo ha sido? Nunca. Pero ahí están pidiendo abrazar a la derecha.
Para apoyar lo dicho, no hay diferencias de fondo entre la derecha y la extrema derecha, recurro a dos clásicos, Richard Sennett y Víctor Klemperer. El primero en su obra La cultura del nuevo capitalismo, al referirse a la publicidad de las marcas en el nuevo capitalismo, señala: “la plataforma consta de un objeto básico al que se le imponen cambios poco importantes y superficiales con el propósito de convertirlo en un producto (…) Los fabricantes llaman dorado a estos cambios para vender algo básicamente estandarizado, el vendedor magnificará el valor de las diferencias de poca monta y diseño rápido y fácil, de modo que lo que cuente sea la superficie”. Dicho análisis lo podemos extrapolar al espacio de la política contingente.
La derecha y la extrema derecha, en la actualidad, comparten el 90% de su ideario, pero están obligadas a diferenciarse, tanto como entenderse, y lo hace en el tono y sus palabras altisonantes. El lenguaje emerge como campo de batalla. La introducción de adjetivos es un aliciente para establecer lo que marca el dorado en el discurso político de la derecha. Así logran diferencias superficiales sobre los cuales construir su agenda en el debate público. Capitalismo libertario, anarcocapitalismo o los eslóganes ¡Libertad carajo!, ¡libertad o comunismo!
No por otro motivo, hablan de emprender una batalla cultural contra la izquierda. Necesitan fanáticos para bloquear la capacidad de juicio y la conciencia crítica. Se trata de resignificar las palabras. Así lo explica Víctor Klemperer en La lengua del Tercer Reich: “Fanático, durante la era del Tercer Reich fue un adjetivo que manifestaba reconocimiento en términos superlativos. Significaba la exacerbación de conceptos tales como valiente, entregado, constante o para ser más preciso, una concentración gloriosa de todas estas virtudes y hasta el más mínimo matiz peyorativo desapareció del uso habitual de la palabra(…) En los días festivos, en el cumpleaños de Hitler o en la celebración de la toma del poder, no había artículo periodístico, ni felicitación, ni proclama dirigida a una unidad militar o alguna organización, que no incluyera un juramento fanático o una profesión fanática de fe, que demostrara una fe fanática(…) cuanto más sombría se mostraba la situación, tanto más se manifestaba la fe fanática en la victoria final…”
Si analizamos la reunión de los aspirantes a führer en Madrid, dirigen sus discursos a forjar fanáticos convencidos de luchar contra la amenaza de inmigrantes, musulmanes, negros, colectivos LGTBI, identificados como los auténticos enemigos de occidente y sus valores judeo-cristianos. Para ellos, Europa está en peligro, necesita héroes y luchadores por la libertad. Se trata de cambiar la correlación de fuerzas en el parlamento europeo y convertirse en una fuerza decisoria en las políticas de la Unión Europea. Úrsula Von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea, ya da pasos en dicha dirección, señalando que buscará el apoyo la extrema derecha para seguir al frente de la Comisión. No olvidemos, la convocatoria de VOX marcó el comienzo de la campaña electoral al Parlamento Europeo donde acudirán a las urnas cuatrocientos cincuenta millones de votantes para elegir 720 diputados el 9 de junio. Sus eslóganes están dirigidos a votantes, futuros fanáticos, que lentamente se suman a su ideología. Mientras tanto la izquierda, los partidos socialdemocracia y progresistas, solo atinan a bailarles sus chascarrillos. En medio de la crisis global, un escenario de guerra y genocidio, no articulan propuesta, ni proyecto, salvo gritar ¡que viene el lobo! Y debaten sobre Milei y sus perros, el peinado de Donald Trump o la edad de Biden. La crítica centrada en la persona es sinónimo de mediocridad y falta de propuesta política. El cuarto Reich está a las puertas.