Diario y Radio Universidad Chile

Año XVI, 7 de septiembre de 2024


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Infancia

Niños malos. Violencia e infancia en Chile contemporáneo

Columna de opinión por Azun Candina Polomer, académica U. Chile
Jueves 5 de septiembre 2024 19:07 hrs.


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El 9 de mayo del año 2010, Cristián Monsalve, de catorce años y apodado el Loco Neco, participó en el asalto al minimarket ‘El Seba’, en la comuna de Puente Alto. Era el menor de la banda, y según los testigos de los tres robos que cometió esa noche, el más agresivo[1]. Apuntó al dueño del local con una pistola de fogueo, y éste le disparó con un arma real. Fueron dos impactos: uno en el abdomen y otro en el corazón. Pasada la medianoche, el Loco Neco fue abandonado por sus cómplices en el Hospital Padre Hurtado. Ya había muerto[2].

Cristián Monsalve vivía en la comuna de La Pintana. Según el reportaje de Arturo Galarce en la revista El Sábado, estaba en octavo año básico, pero rara vez iba a la escuela. Le gustaba el regatón y soñaba con ser un choro, de aquellos que todos temen y mueren de un balazo por la espalda. Las fotografías exhibidas en el reportaje de Galarce (donde su rostro aparece nublado, por ser un menor de edad) lo muestran imitando las poses arrogantes de los pandilleros televisivos: cabeza ladeada, chaqueta deportiva y pistolas en ambas manos, apuntando hacia arriba o a la cámara. La fotografía publicada en otra nota de prensa, donde sí aparece su cara, muestran a un niño de ojos grandes y pelo liso, parecido a tantos otros niños. Según su abuela, últimamente escuchaba una y otra vez un tema de regatón llamado Camino al Cielo, sobre un ‘bandolero de la calle’ asesinado a tiros. Tras su muerte, su hermano y sus amigos levantaron una animita en su memoria en la calle donde vivía. En su funeral, dispararon al aire en su honor[3].

Han pasado catorce años desde la muerte de Cristian Monsalve, que nunca cumplió quince años. Quién sabe si la animita que se hizo para él sigue existiendo. Sería posible afirmar, como tantos lo hacen, que su temprana y brutal muerte fue el producto de ambientes donde se ha normalizado la delincuencia y la violencia, donde niños y niñas reciben ‘malos ejemplos’, y donde los adultos no cumplen la tarea de proteger a la infancia y enseñarles valores y buenos modales. No faltarían, supongo, quienes incluso llegarían a decir que Cristán Monsalve fue una ‘mala semilla’, una suerte de traidor a la condición infantil, supuestamente caracterizada por la inocencia y la dulzura, y que, en fin, ‘murió en su ley’. Sin embargo, tambien es posible decir que ese ambiente, cultura, subcultura o como se le quiera llamar, no es de ciertos barrios o comunas de nuestras ciudades, o de ciertas familias o personas, sino del conjunto de la sociedad chilena.

Que la muerte violenta de un niño, abandonado exánime en la puerta de un hospital, que se fotografiaba con armas de fuego y que fue despedido a tiros, sólo haya motivado una breve nota de prensa y –eso ya es excepcional— un reportaje de dos páginas, habla de una sociedad tan cruel por omisión y por indiferencia, que ni siquiera se percibe como tal.  Nos dice que la normalización de la violencia y que el desprecio por la vida, que se atribuyen profusamente a los delincuentes, no su patrimonio ni su exclusividad; habitan en nosotros, en la manera en que nos encogemos de hombros, descartando a niños como Cristian Monsalve como niños malos, seguramente venidos de familias horribles y barrios siniestros,  ángeles caídos que no tienen nada que ver con el resto de nosotros y nuestros propios niños, que van a la escuela, juegan con juguetes y no con pistolas, y no asaltan almacenes. Esa crueldad distante o profunda falta de empatía, por usar un término contemporáneo, es el escudo que usamos para no ver (y no querer ver, probablemente) la conexión que existe entre un niño que creció idealizando ser un choro y morir acribillado, y los apasionados llamados a armarnos hasta los dientes, de ser posible, y a pedir a voz en cuello mano dura, cárcel para todos, balazos para todos, pues a quién le importa esa tontería de los derechos humanos o los derechos de la infancia, y para qué reflexionar sobre nuestro propio amor por la violencia.

Según la Defensoría de la Niñez, 116 menores de edad –niños, niñas y adolescentes– murieron en Chile por lesiones causadas por armas de fuego, sólo entre los años 2021 y 2023[1]. El estudio disponible en la red no especifica las circunstancias en que murieron esos niños, es decir, si fueron niños malos, o buenos.  En una sociedad menos cruel y violenta, la respuesta sería que eso no tiene la menor importancia: eran niños, y no debió ocurrir. En la nuestra, la respuesta parece ser conseguir más armas.

Por Azun Candina Polomer, académica de la Facultad de Filosofía y Humanidades Universidad de Chile

[1] “Menor participó en dos asaltos antes de morir baleado por comerciante”, El Mercurio, 10 de mayo de 2010.
[2] Los cómplices de Cristian Monsalve fueron identificados como Cynthia Cardeña Velásquez (29) y su hermano R.I. (16), a partir del reconocimiento hecho por las víctimas de los asaltos. El Mercurio, 10 de mayo de 2010.
[3] Arturo Galarce, “La noche de furia del Loco Neco”, Revista El Sábado, n° 615, El Mercurio, 3 de julio de 2010, p. 14 y ss.
[4] https://observatorio.defensorianinez.cl/wp-content/uploads/2024/01/Documento-de-trabajo-Armas-de-fuego.pdf

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.