Susan Sontag, en su famoso libro Sobre la fotografía, señala que convivir con las imágenes fotográficas del sufrimiento no necesariamente fortifican la conciencia ni la capacidad de compasión. “Las imágenes anestesian”, dice. “El vasto catálogo fotográfico de la miseria y la injusticia en el mundo entero le ha dado a cada cual determinada familiaridad con lo atroz, volviendo más ordinario lo horrible, haciéndolo familiar, remoto (‘es solo una fotografía’), inevitable”.
Esta semana se difundieron imágenes de un reciente bombardeo israelí en los alrededores del Hospital Al Aqsa, en Gaza, en el que murieron varias personas que se refugiaban en carpas, y decenas resultaron heridas, creyendo que estar cerca de un hospital sería un lugar un poco más seguro. Vimos cuerpos humanos agonizando, quemados vivos, entre ellos el del joven Shaban al-Dalou, de apenas 19 años, mientras se encontraba conectado a un dispositivo de goteo intravenoso.
Hace poco, el médico Gabor Maté, sobreviviente del Holocausto nazi, sostuvo en una entrevista que actualmente es como si estuviésemos presenciando “Auschwitz a través de Tik tok“. El Holocausto también fue documentado. Muchas de las fotos que se conservan fueron tomadas por los mismos soldados de la Alemania nazi, aunque tuvieron una circulación relativamente acotada durante la guerra. Fueron miembros de las SS, por ejemplo, los que registraron con sus cámaras la derrota del levantamiento del gueto de Varsovia. Las imágenes más conocidas de los campos de concentración, a su vez, fueron en parte tomadas por fotógrafos que llegaron con las fuerzas aliadas al momento de la liberación de dichos centros, circularon con mucha más notoriedad hacia el final de la guerra, y sirvieron sobre todo como evidencia en los juicios por los crímenes cometidos por los nazis. Las imágenes del genocidio que realiza Israel sobre la población palestina, en cambio, han proliferado en redes sociales, sin parar, día tras día, hace ya más de un año. Los soldados israelíes, ebrios de impunidad, han subido videos de sus abusos a sus redes sociales. Los periodistas palestinos arriesgan sus vidas en Gaza para documentar la masacre y transmitirla en tiempo real. Pero nada de esto parece inmutar seriamente al mundo que se dice a sí mismo civilizado.
En septiembre de este año, las autoridades de salud gazatíes publicaron un documento de 649 páginas, con una lista de 34 mil 344 nombres de palestinos que fueron asesinados por los bombardeos israelíes. Más de 100 páginas corresponden a niños menores de 10 años, y recién en la página 215 se ven los primeros nombres de personas adultas. En ese momento, había aún 7 mil 613 asesinados cuyas identidades no habían sido confirmadas. En la prestigiosa revista científica The Lancet fue publicado un artículo que estima que las muertes podrían ascender a más de 186 mil. Para poner el asunto en perspectiva, el general Ratko Mladic, “el carnicero de Srebrenica”, fue condenado el año 2017 a cadena perpetua por una masacre perpetrada durante la guerra de Bosnia, en 1995, en la que fueron asesinados aproximadamente 8 mil bosnios musulmanes. Tiempo después se confirmó la sentencia en que fue declarado culpable de 10 de 11 cargos formulados, entre ellos, actos de genocidio, persecuciones por motivos étnicos y religiosos, exterminio y asesinato, terror y ataques ilegítimos contra civiles, trato cruel y toma de rehenes. Israel multiplica varias veces las cifras de Srebrenica, en un contexto en que varios líderes políticos israelíes llaman abiertamente a la aniquilación y/o expulsión de la población palestina que habita Gaza – cuestión clave en el caso que Sud África presentó en La Haya. Y todo esto sin tomar en cuenta el aumento considerable en los ataques de colonos israelíes hacia palestinos en Cisjordania.
A más de un año de ataques indiscriminados, de haber destruido la mayor parte de la infraestructura civil de Gaza, y de un sinnúmero de imágenes de los efectos de los bombardeos, cabe preguntarse si no estaremos anestesiados, como decía Sontag, y la crueldad y la barbarie no se nos estarán haciendo demasiado familiares. Las cifras son más que alarmantes: más de 900 familias gazatíes fueron exterminadas por completo. Más de 17 mil niños que han perdido a alguno de sus padres o han quedado huérfanos. Más de 900 trabajadores de la salud asesinados, 135 periodistas (principalmente palestinos, pues no dejan entrar a periodistas extranjeros, y la cifra podría ser mayor), y más de 200 trabajadores de la ONU han muerto a manos de las Fuerzas de Defensa de Israel, que ha dejado caer más de 80 mil toneladas de bombas sobre Gaza. Hay falta de alimentos, de agua potable y de medicamentos, pues Israel bloquea el ingreso de buena parte de la ayuda humanitaria. Cada vez más expertos en la materia han denunciado que nos encontramos frente a un genocidio. Y por si fuera poco, en la reciente invasión sobre el territorio del Líbano, el ejército israelí ha atacado a las fuerzas de paz de la ONU, resultando heridos varios cascos azules en Naqura. Según Andrea Tenenti, el portavoz de la misión de la ONU en el sur del Líbano (UNIFIL), y en respuesta a la acusación de Netanyahu de que Hezbolá los utiliza como escudos humanos, “lo que hemos visto estos días es que las tropas israelíes han entrado en nuestra base”, lo que “ponía en peligro nuestras posiciones”, dando a entender justamente lo contrario. Todo esto, luego de que Israel amenazara con convertir al Líbano en otra Gaza. Desde que comenzó la invasión hace menos de un mes, se estima que una cuarta parte del Líbano está bajo órdenes de evacuación del ejército israelí, y que más de un millón de personas han sido desplazadas.
¿Qué más tiene que pasar para que nuestros gobernantes tomen acción seria sobre el asunto, y más allá de palabras y discursos, rompan efectivamente relaciones diplomáticas, comerciales y militares con un Estado que ha roto ya todos los límites posibles del derecho internacional humanitario? No hay que olvidar que, hace décadas, nuestras Fuerzas Armadas, sobre todo el Ejército, tienen lazos importantes con Israel, a través de la compra de armamento y tecnología militar. Lo que está en juego en Palestina no es solo Palestina: la impunidad con la que actúa Israel está corriendo peligrosamente los límites de lo que consideramos legítimo y aceptable como especie. Si no la detenemos, la destrucción actual del pueblo palestino es un anuncio de un futuro en el que no sólo veremos, como algo lejano, imágenes de cadáveres desmembrados en nuestros celulares. ¿Actuaremos recién cuando seamos nosotros quiénes nos veamos obligados a grabar con nuestras cámaras la masacre de nuestros vecinos y familiares?