Fatiga por compasión en el veganismo

  • 12-11-2024

Tres cadáveres en la parrilla. Tomo un sorbo. Un cadáver en la mesa. Tomo un sorbo. Dos cadáveres en la encimera. Tomo otro sorbo. Se escucha de música de fondo déjame que te llame, mi vida, la consentida mientras las risas inundan el lugar.

Para la gran mayoría de los chilenos/as los asados son sinónimo de goce y placer. Sin embargo, existe un porcentaje de la población chilena que no comparte, o al menos no al 100%, este sentir: los/las veganos/as. Y es que los mil y un trucos que ocupa el o la vegana en su día a día para evadir estas escenas empapadas de sufrimiento animal -no humano- se vuelven casi inútiles durante esas ocasiones.

Se podría pensar que el malestar antes descrito se da solo en eventos especiales, pero para el o la vegana/o, esta situación es una constante en sus vidas, en mayor o menor grado. El volvernos conscientes de la crueldad animal, la que el sistema intenta implacablemente de maquillar, no es una tarea fácil, el despertar día a día convencidos/as de que el sistema genera un sufrimiento inmesurable en otros seres vivientes, no es una tarea fácil, y el decidir hacer algo frente a esta maquinaria enorme, como lo hace el o la vegano/a, es una forma de resistencia.

De esta manera, la mayor dificultad de dejar de consumir productos animales, cuando la causa es la animal, no radica en el mero hecho en sí. Como ya se ha visto, los humanos somos sumamente adaptables a nuestro contexto, por lo que dejar de, por ejemplo, comer carne, no supone un problema para nuestro organismo (Clem & Barthel, 2021). Lo realmente complejo de ser vegano/as es enfrentar la cruda realidad a la que se ven sujetos los animales no humanos para satisfacer un mercado insaciable.

En este sentido, la sensibilidad, definida como la forma e intensidad en la que procesamos los distintos estímulos externos (Brindle et al., 2015), se vuelve la mejor y peor herramienta del vegano/a. La mejor herramienta en cuanto permite valorar y resguardar otras vidas. La peor herramienta al obligarnos a sufrir con el sufrimiento, al volverlo propio y luchar.

El ser vegano/a muchas veces va de la mano con un proceso sumamente complejo y poco visibilizado: la fatiga por compasión, también conocido como estrés postraumático secundario. Si bien este concepto se comenzó a acuñar primeramente en el mundo de la salud humana por el doctor Charles Figley, actualmente se ha expandido a otras áreas. La Wild Welfare define la fatiga por compasión como un efecto físico y/o emocional causado por la respuesta empática derivada del cuidado hacia otros animales no humanos. Este desgaste emocional se ve facilitado por un sistema y sociedad ajenos al dolor y padecimiento de otros animales, en donde la mayoría de las personas aún deciden hacer la vista gorda a actos sumamente crueles y repudiables.

No quiero decir que las y los veganos/as son súper héroes y heroínas. No. Por favor no me malentiendan. Lo que quiero decir es todo lo contrario: los y las veganos/as son personas totalmente normales, sin nada extraordinario en sus vidas que los haga especiales. Por ende, lo único que los hace diferentes del resto no es una capacidad que el resto no tenga, sino la DECISIÓN que toman de no querer continuar con la indiferencia hacia los más vulnerables: los animales no humanos. Es por esto que el veganismo es también un acto de valentía, en cuanto nos acercamos y enfrentamos al sufrimiento, haciendo de este un compañero en nuestro diario vivir.

Al respecto, hay algunas medidas que pueden ayudar a alivianar la fatiga por compasión: 1) escucharse a sí mismo, 2) hacer comunidad y compartir experiencias, 3) recordar que la sensibilidad no es una debilidad, sino que también es una fortaleza, y por sobre todo, 4) recordar que ninguna lucha es posible si la salud mental propia no es una prioridad.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.

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