Javier Diez Canseco era un dirigente socialista cuya honestidad, consecuencia y radicalidad (del sentido mismo de ir a la raíz) lo hicieron ser respetado más allá de las fronteras de la propia izquierda en vastos sectores de la sociedad peruana.
Como parlamentario era temido por los grandes poderes económicos y fácticos pues fue intransigente en la lucha contra los corruptos y la corrupción. Fue contundente y eficaz en la investigación de los grandes desfalcos y delitos económicos producto de las privatizaciones que se impusieron en el Perú de la mano de las políticas neoliberales de ajuste estructural.
Javier fue también un tenaz defensor de los derechos humanos, asumió la voz de los que no la tenían y la defensa de las víctimas y familias frente a las violaciones a los derechos fundamentales que afectaron a tantos peruanos durante los años de la violencia del terrorismo polpotiano de sendero luminoso y del terrorismo de Estado que cobró miles de víctimas en el sur andino entre los más pobres y humildes.
Luchó como pocos frente a la dictadura disfrazada de democracia de Alberto Fujimori. Cuando la izquierda peruana, diezmada y fragmentada se batía en retirada y se imponía el pensamiento único neoliberal, Diez Canseco junto a un puñado de hombres y mujeres levantó las banderas de la izquierda, reivindicó el mariateguismo y el socialismo como posibilidad de construcción de un nuevo proyecto de transformación social basado en la decencia y la justicia, la soberanía económica, la participación popular y la democracia participativa y redistributiva.
Pero su discurso no fue puramente intelectual, lo encarnó con su práctica y testimonio más allá de su incansable labor parlamentaria en su compromiso militante al lado de los marginados, discriminados y discapacitados.
Diez Canseco era de aquellos políticos que escasean y que se mencionan con mayúscula. Entendía la política como un compromiso solidario y verdadero al servicio de proyectos colectivos y liberadores. Podía sostener en público lo mismo que sostenía en privado y por lo mismo, vivió en coherencia a sus valores y convicciones.
Javier era tenaz y sólido en el combate por las ideas y en la defensa de sus convicciones. A pesar de su firmeza tenía una gran tolerancia y un profundo sentido humano como base de su compromiso militante. La pobreza, la explotación y la injusticia le dolían de verdad. El abuso, la discriminación y la arbitrariedad lo hacían revelarse intelectual y políticamente.
Javier era un humanista, un marxista profundamente amante del Perú, de su pueblo y de su cultura. En pocas personas y dirigentes que he conocido se conjugó tan coherentemente aquella consistencia que debe tener un revolucionario como señalaba Antonio Gramsci: el ejercitar el “Pesimismo de la razón y el mantener el optimismo de la voluntad” para encarar la vida y la lucha por la transformación socialista solidaria y democrática.
No tengo dudas que Javier como dirigente alcanzó en su fecunda vida el nivel y la estatura de los grandes líderes y luchadores que forman parte del patrimonio e inspiración de nuestra izquierda latinoamericana y que han abierto nuevos rumbos de futuro en nuestro continente como Salvador Allende, el Che, Fidel y Hugo Chávez.
Lamentablemente, luego de una larga y consistente trayectoria de lucha alcanzó su más alto nivel de madurez como socialista y dirigente político en tiempos de una feroz y poderosa hegemonía neoliberal y del reflujo de la izquierda y del movimiento social y progresista peruano y por tanto no pudo ser electo Presidente del Perú.
Diez Canseco fue como pocos un internacionalista que trascendió las fronteras del Perú. Fue uno de los fundadores y principales impulsores del Foro de Sao Paulo en la búsqueda de reconstruir la fuerza, coordinación y el rearme de la izquierda socialista. Fue un latinoamericanista convencido de la necesidad de la lucha común de los pueblos frente al gran capital depredador y al imperialismo. Fue solidario con la revolución cubana, amigo desde las primeras horas (a la diferencia de muchos que se acercaron cuando ya habían accedido al gobierno) de la lucha del Partido de los Trabajadores y de Lula en Brasil. Fue solidario como pocos con las luchas de liberación en Centroamérica y acompañó activamente a los hombres y mujeres del Farabundo Martì de Liberación Nacional FMLN en el proceso de paz luego de la cruenta guerra civil e injerencia extranjera que afectó a el Salvador. Fue un compañero cercano de las luchas de la izquierda y del Socialismo Allendista de Chile.
Luchó contra todo neocolonialismo por la autodeterminación de pueblos más allá de nuestro continente sin dejarse abatir con la misma consistencia y perseverancia que lo caracterizaba en su trabajo como congresista y militante. Hoy en el África del norte en el todavía ocupado Sahara Occidental, Javier es recordado con afecto y agradecimiento por el pueblo saharaui y los dirigentes del Frente Polisario, quienes enterados de su fallecimiento expresaron de corazón su profundo pesar por la partida de “un hombre integro, honorable y solidario”
Asistí a sus funerales. Fue un día de sol radiante y doloroso pero lleno de energía y de afecto del pueblo pobre y de miles de personas hacia Javier Diez Canseco. Fueron miles los que lo acompañaron en su último viaje con dolor, con rabia,desconcierto y tristeza. Me impresionó ver a tantos jóvenes marchando a su lado, caminando junto a su compañera Liliana, sus hijos y familiares, marchando en medio de gritos y cantos junto a sus compañeros y compañeras de lucha de tantos años compartidos.
Recorrimos con Javier y su pueblo desde la Casona de la Decana Universidad de San Marcos la ruta hacia la plaza del Congreso donde fue reivindicado por miles en respuesta a la ignominiosa y arbitraria suspensión que como venganza política por sus convicciones inquebrantables le impuso una espuria mayoría circunstancial en el Congreso.
Luego de las palabras de justo reconocimiento y homenaje a una vida entera al servicio de los oprimidos y de la justicia, continuamos caminando hacia la sede de la Central General de Trabajadores del Perú CGTP donde fue sentidamente despedido por las organizaciones de trabajadores y campesinos para llegar finalmente a la Plaza Bolognesi a la sede del Partido Socialista su partido. Al son de la internacional, de cantos y bailes andinos, del llanto y el afecto más profundo retumbo el grito recordando a Javier:”cuando un revolucionario muere, nunca muere”.
Me resulta imposible hacer una semblanza de su compromiso político sin vincular los afectos y la emoción, pues para mí fue despedir a un amigo y compañero, fue despedir a un hermano mayor y acompañarlo en su último viaje junto a los que lo quisieron y a miles quienes lucharon junto a él por un Perú más justo y solidario.
Nidia Díaz dirigenta del FMLN y yo hablamos junto a su féretro en la sede de su partido en nombre de todos los hombres y mujeres de izquierda de nuestra América que aprendieron de Javier el valor de la consecuencia, la honestidad y el compromiso revolucionario por construir “un socialismo sin calco ni copia sino que como creación heroica”.
Como me dijo Lucia su hija al despedirnos en Huachipa ya al terminar el día luego de su cremación: “Fue todo un honor tener un padre como él”. En verdad, fue todo un honor haberlo conocido y haber luchado junto a Javier.
Javier es de esos muertos que nunca mueren, uno de esos imprescindibles. Su legado es ahora patrimonio de nuestros pueblos, de la izquierda y el socialismo latinoamericano. No te decimos adiós querido Javier sino hasta siempre.
Esteban Silva Cuadra
Presidente del Movimiento del Socialismo Allendista de Chile.