En el nombre de María y Belén

  • 09-07-2013

“Se suceden en procesión/hacia el altar de la sangre/estas jovencitas/con sus crías en bolsas negras…”, dice la poeta chilota Rosabetty Muñoz en el poema En nombre de ninguna. La también profesora del liceo público de Ancud conoce de cerca el aborto de jovencitas chilotas que fueron víctimas no del mítico Trauko sino que de los 37 abusos sexuales y violaciones que se consuman cada día en Chile. Rosabetty le pone rostro, nombre y apellido, a esas niñas que vestidas de escolar cargan con sus crías muertas en bolsas de basura. Son aquellas que decidieron transgredir la ley que desde 1989 les impide interrumpir de manera voluntaria un embarazo que no tenía nada de consentido.

El aborto juvenil, si es que puede llamar así a niñas de 11 años que quedan embarazadas, es lo que denuncia la poeta chilota en estos versos filosos que chorrean dolor y sangre. Esta realidad que es la costura interior, el reverso de la tasa de embarazo adolescente que en Chile alcanza el 14, 42 por ciento. El revés de la trama de las 873 menores de 14 años que en 2012 fueron madres según el MINSAL, entre las que se cuenta una niña de 13, que se conoce como “María” y que desde los siete años ha sido violada de manera sistemática por su propio padre.

El nombre de “María”, se suma a otro igualmente salvífico, el de Belén. Una chiquita de escasos 11 años, cuya abuela, asqueada por la complicidad, denunció al padrastro de aquella por la relación incestuosa que la tiene embarazada desde hace 14 semanas. La madre de Belén, sin embargo, salió pronto, a justificar lo injustificable, diciendo que las relaciones eran “consentidas”…en un país donde la edad mínima del consentimiento sexual es de 14 años. Desde entonces, las redes sociales y los medios de comunicación se han escandalizado cínicamente, como si fuera una sorpresa, como si esto hubiese sido revelado después que una comisión especial investigara un tema insospechado, como si las 873 menores de 14 años que fueron madres hace solo un año en nuestro país no existieran.

La discusión pública se centra entonces, en el aborto y sus apellidos, enrareciéndolo todo, confundiendo el fondo con la forma, el dolor con la venganza. Surge de manera engañosa el tema del aborto y se va perdiendo de vista a las víctimas, sus dolores y consecuencias. Llegan los apocalípticos a rasgar sus blancas vestiduras, llegan a hablar de defensa de la vida aquellos que aún no se arrepienten de su connivencia con un régimen que mató y torturó a personas que tenían una vida. Se entroniza la ignorancia y el cotilleo relegando a la verdad.

Llama la atención, que los abusadores sean hombres, en su mayoría heterosexuales que, no bastándoles las adultas que consienten o que legalmente trabajan en estos menesteres, solo harten su insaciable sed en las hijas de nuestra patria. Para ellos, como el padre de María, hay protección legal y se les otorga la libertad bajo fianza como si lo suyo fuera un descuido menor y no una enfermedad que no se quita y que amenaza con consumarse al menor descuido. Llama la atención que las mujeres nos quedemos perplejas y no denunciemos y exijamos un cambio drástico de todo este escenario que pasa por el aborto terapéutico o a secas, pero que en definitiva, va mucho más allá. A los chilenos, no nos bastan ni marías ni belenes, para entender el dolor que estamos sembrando y que cosechará, sin duda, muchas tempestades. Como la ira de María del Carmen García, quien el 2005, quemó a lo bonzo al violador de su hija. Un desquiciado que no contento con su salida dominical, cumpliendo su condena de nueve años de prisión por violar a la hija de María a los 13 años, al encontrarse fortuitamente en una calle de su Benejúzar natal con ella, no haya nada mejor que preguntarle por su hija en tono irónico. La respuesta de María fue terminal. Lo siguió hasta el bar y allí le roció de bencina y le prendió fuego. El hombre murió y María del Carmen fue condenada a pagar con la cárcel. Hoy, España se debate si darle o no el indulto a esta madre cuya razón quedó perturbada desde la violación a su pequeña hija.

¿Dónde está la estadística que esconde el dolor familiar de una violación? ¿Qué pasa con esas más de 800 niñas que cada año se ven obligadas a ser madres antes de los 14 años y que en su mayoría lo fueron por la fuerza? ¿Están quienes rechazan el aborto promoviendo planes de ayuda para esas niñas? ¿Quién es capaz de distinguirlas, como lo hace la poeta Rosabetty Muñoz, de aquellas pequeñas que cargan con sus crías en bolsas negras?

“Hay otras debajo de las tablas del piso/y enterradas con las flores del jardín/ En pecado mortal/están las hijas de la patria./Actúan ellas en nombre de ninguna”.

Nos falta fuerza y voluntad, para ver cómo caminan por Chile nuestras niñas cargando sus bolsas negras.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.

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