Los crímenes de la dictadura, a 40 años del golpe militar, se han instalado política y humanamente en el país.
Esta cordillera mira a sus habitantes, tal como las otras lo hacen geográfica y socialmente. Atrás o frente a ellos y de costado no deja de erigirse ante la conciencia colectiva, lanzando de vez en cuando algunos aluviones que derriban rostros y cuerpos.
La semana pasada, uno alcanzó impensadamente al general en retiro Juan Emilio Cheyre, quien como comandante en jefe del Ejército a comienzos de los 2 mil abogó por un “nunca más” en el involucramiento de la Institución en las violaciones de los Derechos Humanos, reconociendo implícitamente sus responsabilidades en la materia.
Fue una lástima para muchos que tan señera cabeza rodara -debiendo abandonar la presidencia del Servicio Electoral- por su entrega a un convento de monjas del niño de dos años Ernesto Lejderman Avalos, después del asesinato de sus padres -argentino y mexicana- por militares en Chile.
Cheyre, como teniente de 22 años de edad, se limitó a obedecer una orden del comandante del regimiento Arica de La Serena, de quien era ayudante, sin cuestionar la versión que se le dio sobre el suicidio de sus padres con dinamita.
El punto no es si el teniente se dejó engañar, sino que después, como autoridad del Ejército, no profundizó en los hechos, que seguían pendiendo en el tiempo.
El “nunca más” de Cheyre no fue acompañado de una exhaustiva investigación interna de todos los casos en que el Ejército había participado, formando, por ejemplo, una Comisión Investigadora que citara a cada posible involucrado y determinara los detalles de sus actuaciones y las autorías jerárquicas de aquellas.
Cheyre estuvo en mejor posición que los presidentes Frei Ruiz Tagle y Michelle Bachelet para empujar el esclarecimiento de la muerte de sus padres, porque ambos no pudieron o no quisieron presionar. En cambio, la cabeza de la principal institución armada pudo arbitrar un acucioso sumario y, que se sepa, no lo hizo. El fue nombrado en su puesto por el presidente Lagos y confirmado por la presidenta Bachelet , estando vivo aún Pinochet. ¿Fue una manera más de blindar al dictador?
A medida que se acerca un nuevo 11 de septiembre, la cordillera se hace más omnipresente y algunos la están cruzando, como hace poco tiempo lo hicieron relativamente Andrés Chadwick y Joaquín Lavín.El senador Hernán Larraín, un hombre de la Universidad Católica que dejó la administración del plantel poco después del asesinato de Jaime Guzmán , ingresando a la UDI y a una carrera parlamentaria, pareció resolver las dudas que transparentaba cuando uno conversaba con él, y decidió -la semana pasada- pedir perdón por lo que no hizo u omitió y por no perdonar a su vez, a los que buscaban una reconciliación.
Se haya portado humanamente o no en la Secretaría de Estudios de la UC, como senador Larraín llamó la atención por su admiración por la Colonia Dignidad y por la vida en Villa Baviera, sin reparar en el poder omnímodo del jefe, el pederasta Paul Shaeffer. Que los padres de los niños abusados no quisieron darse cuenta de lo que él les hacía recuerda a los alemanes que no querían ver los camiones de judíos llevados a los campos de exterminio. Pero que un hombre con la sensibilidad de Hernán Larraín no se diera cuenta deja perplejo,y sólo se explica por su identificación con el régimen militar chileno, que mantenía –según denuncias de la época- lazos operativos con la organización de nacistas enquistada en el país.
Que se ha avanzado mucho en la verdad, no tanto en la justicia, como dice Cheyre, es cierto, como que un centenar de violadores cumplen condena, empezando por el jefe máximo Manuel Contreras y como que las Comisiones Rettig, Mesa de Diálogo y Valech establecieron hechos irredarguibles. Es lo que ha llevado a Carlos Larraín, presidente de Renovación Nacional, a reconocer en radio Universidad de Chile que si bien se alejó de la política después del golpe, debió, como abogado, poner atención a las torturas que, a la luz de la Comisión Valech, le resultaron espantosas.
Pasarán varios años antes que gente como Evelyn Matthei cruce la cordillera y no argumenten más que ella sólo tenía 20 años en 1973 y como el candidato Andrés Allamand, que se negó, en el debate de las primarias presidenciales, a llamar dictadura al régimen militar y a pronunciarse sobre el cambio de nombre de la avenida 11 de septiembre, porque no vive en Providencia, todo por razones electorales y aunque trabaje y tuviera su comando en esa comuna.
El actor Felipe Izquierdo tenía sólo 9 años en el olpe y dijo que se acuerda de todo lo que ocurrió entonces. Matthei admitió que votó por el Sí a Pinochet, pero con la esperanza que ganara el No por un margen no muy amplio. A pesar de tanta sofisticación, en 1998 lanzó alegatos furibundos por la detención de Pinochet en Londres. Allamand también votó por el Sí, aunque se había jugado por un Acuerdo Nacional para la vuelta a la democracia.
Tal como estos líderes, muchos ciudadanos siguen acudiendo al contexto histórico que llevó al golpe militar, para justificarlo. “O eran ellos o nosotros”, se les oye decir, como si la historia que no se vive se pudiera escribir.
A esta relativización, o análisis de empate, se sumó hoy sábado el Presidente Piñera, al declarar que “hubo muchos cómplices pasivos que sabían lo que pasaba y no hicieron nada o no quisieron saber”. Pero desandó el camino cuando evocó luces y sombras del régimen militar y que muchos estuvieron en él por buena voluntad y tienen derecho a seguir en la administración del Estado y que, en fin, la democracia no colapsó por muerte súbita, sino previsible, por la destrucción sistemática de la convivencia republicana y del Estado de Derecho.
Al margen de tales disquisiciones los familiares de detenidos desaparecidos siguen muriendo sin saber dónde quedaron sus seres queridos, y otro tanto ocurre con los victimarios, sin dar a conocer sus paraderos.
Tal vez caigan aluviones que terminen por llevar al destino de hijos de los cautivos, acaso robados por sus captores, tal como ocurrió en la Argentina.
Los que no fueron tocados por la dictadura tendrán a la vista la cadena cordillerana que no se desarma y podrán mirarla por lo menos de reojo.