Junto con la idea de “partido ganado” que reina en relación a las elecciones presidenciales del domingo, impera también la sensación de incertidumbre inyectada por el aumento del padrón electoral y el voto voluntario y, por cierto, acrecentada por los altos niveles de abstención que se registraron en los comicios anteriores.
Antes, los candidatos y expertos electorales podían predecir casi con certeza el comportamiento de la ciudadanía en las urnas y la propaganda se enfocaba en los votantes ideológicos, en los “personalistas”, en el voto duro, en los indecisos, etc. Ahora, ni siquiera las encuestas pueden considerarse como moderadamente acertadas predictoras de los resultados.
Pero, junto con la incertidumbre, el voto voluntario introdujo también un fenómeno que ya advertían los expertos cuando se discutió su aprobación: la elitización de los electores. Las estadísticas indican que son los habitantes de las comunas más ricas del país quienes más concurren a las urnas.
Así las cosas, es el mismo grupo el que toma las decisiones políticas, económicas y hasta “valóricas” en el país. El resto, se queda en la casa viendo tele. Sin duda un gran triunfo para la política mediocre o de continuidad, a la que no le interesa una ciudadanía que cuestione, que interpele, que se manifieste.
La política se ha vaciado de ideas, y eso se ve claramente en la campaña. No sólo en los vagos letreros sonrientes de la calle, también en el mensaje. A muchos los han convencido que lo que realmente importa es lo que les afecta el bolsillo, que se podría resumir en tener trabajo, ganar cada vez más plata y que no te la roben, el resto, es una pérdida de tiempo. Es por eso que sin empacho la candidata de la Alianza se atreve a decir que no importa quién gane las elecciones porque usted va a tener que levantarse a trabajar al otro día, la vida no le va a cambiar, entonces, lo que sí le debería importar es ganar más dinero y no enfrascarse en discusiones políticas que no le sirven a nadie. “Le pregunté a las señoras acá si una nueva Constitución va a hacer que sus acelgas crezcan más rápido. En realidad, la nueva Constitución a ellos no les va ni les viene”, dijo en una comunidad rural de la séptima región.
Estimulan la llamada desesperanza aprendida, ese estado de ánimo donde la superación no es una posibilidad, donde se muere como se nace porque es lo que tocó y nada ni nadie lo puede cambiar, salvo políticos mesiánicos con soluciones milagrosas, pero nunca a través de procesos que requieran cambios profundos en las estructuras personales y sociales.
Y es así cómo a la gente la convencen de que, por ejemplo, la Constitución le da lo mismo, y es así cómo el llamado duopolio político se eterniza en el poder gracias al sistema binominal consagrado en esa misma Constitución y aplica las mismas medidas económicas que la población dice que la oprimen aunque regalan un poco de plata de vez en cuando) y gobiernan con personajes que no tienen pudor en presentarse una y otra vez a la reelección y contar decenios en cargos públicos (Seis diputados postulan para completar 28 años en sus cargos). Y obvio que las acelgas de la señora seguirán creciendo a la misma velocidad, pero quizás su vida podría haber mejorado un poco, o empeorado, quién sabe, pero ella hubiera tenido algo qué decir al respeto.
Pero además de los burlados por el paternalismo y la frescura de una clase política que no quiere que las personas discutan y decidan sobre los caminos que debe tomar su nación, en otra vereda hay quienes defienden su derecho a no votar como una manifestación de su disconformidad. Personalmente creo que esa es una fórmula poco efectiva. Aunque un gobierno electo por un bajo porcentaje de la ciudadanía puede carecer de toda la legitimidad que quisiera, esa no es una condición que suela enrostrarse más allá de un par de semanas posteriores a las elecciones. Una oposición contundente, un movimiento social organizado, representación política amplia de sectores minoritarios, fiscalización ciudadana aguda, creo que podrían ser mejores soluciones que simplemente restarse, amurrarse.
Una reciente editorial del periódico estadounidense Wall Street Journal anunciaba la inminente izquierdización de Chile con el regreso de Michelle Bachelet a la presidencia – “autodenominada admiradora de Fidel Castro”, dice la columna, que se alía al Partido Comunista y busca ampliar el Estado Bienestar- y critica duramente el gobierno de Sebastián Piñera calificándolo de “populista” y a quien “la oposición se dio cuenta de que lo podía devorar mediante manifestaciones callejeras”.
Esa sería la “tercera vía ciudadana”. Para algunos la discusión ya no está en votar o no, eso da lo mismo, el análisis pertinente a este momento radica más bien en cómo encausar las movilizaciones ciudadanas en el próximo gobierno, uno que ya sabemos tiene a su favor la inteligencia comunicacional y el chantaje emocional, dos factores difíciles de combatir.
Claro que antes de salir a marchar hay que salir a elegir y, de paso, no perderse la oportunidad de marcar AC en la esquina derecha del voto presidencial, una nueva forma de expresarnos.
Hay cuatro papeletas. Nueve opciones presidenciales, más el nulo. Hay mucho que decir y las mordazas ya son muchas para estar amarrándoselas uno solo.