Uno de los argumentos más comunes de los defensores del neoliberalismo exacerbado, o de aquellos que propugnan la necesidad de profundizar en el actual modelo, tiene relación con la libertad que ofrece. Son comunes las resistencias de la derecha a las políticas de Estado, o al Estado mismo, porque aseguran que restan libertad al mercado y a los individuos. Las amenazas sobre los riesgos de caer en el acérrimo control de los estados totalitarios de izquierda, sobre todo de aquellos que existieron hace décadas en el mundo, inunda los medios cuando surgen propuestas que son interpretadas como un posible riesgo al status quo.
Pero al menos en Chile, y sobre todo en Santiago, cabe preguntarse qué tan libres son los paladines del modelo neoliberal. Como es sabido, son pocas las familias que componen la clase alta nacional y unas cuantas más las que se confunden en esa difusa frontera de allegados sociales. Estarán predestinados a casarse con un miembro de alguna de estas familias, endogamia voluntaria, pero que pocos se atreven a quebrantar. Irán a los mismos colegios, a las mismas universidades, vivirán en los mismos barrios, trabajarán en las mismas empresas, se vestirán todos con la misma ropa, un uniforme que sólo varía de acuerdo a la moda y que en los estratos más altos no sufre tantas alteraciones, tendrán incluso el mismo corte de pelo. Todos, con casi nula opción de apostasía, serán miembros de la misma secta donde competirán en beatitud como rasgo reafirmante de su pertenencia al grupo. Desde antes de nacer, cada hito de su vida, cada decisión relevante en la biografía de un ser humano, incluso el tiempo vital de los hechos, ya estará decidido por otros, por una clase social que no acepta que sus miembros traspasen los límites de lo que han establecido como aceptable para pertenecer a ella, a riesgo de ostracismo y ruina.
Más abajo se encuentra la clase media alta, un sector aspiracional, que sueña con ser aceptado entre los “aristócratas” y donde estas características de grupo privado y privador de la libertad de elegir llega a niveles caricaturescos. Se repite, pero esta vez con desvelos para ser incorporados, la pertenencia a los mismos establecimientos educacionales. La vida en los mismos barrios, muchos de ellos compuestos de casas idénticas, y que en algunos casos los dueños incluso tienen prohibición de transformar o pintar de otro color, a pesar de que las compraron, y caro. Viven encerrados en condominios a los que sólo pueden entrar los que son igual que tú – los GCU (Gente Como Uno, como se solía ironizar)- Aquí la vestimenta es quizás un poco menos uniformada, pero está mucho más determinada por las marcas y, por lo tanto, por la moda. La religión única sigue siendo obligatoria y la necesidad de dar muestras públicas de esa fe, también. Aunque la austeridad y la beatitud ya no es tan seria como en el grupo que los antecede. Puede que haya una que otra “oveja negra” en este sector, pero son considerados excepciones, y muchas veces, dependiendo de la astucia de ellos y sus familias y del poder que tengan dentro del grupo, hasta son valorados como excéntricos. Pero lo relevante es que no hay libertad de elegir casi nada. El valor está puesto en intentar ser lo más parecido posible al estándar establecido como aceptable. Porque si alguien decide poner a los hijos en un colegio distinto, vivir en otro sector, profesar otro credo, no cambiar el auto o no trabajar en el lugar “top”, lo más probable es que termine siendo apartado de la manada. Y ya sabemos qué le pasa a los animales que son dejados solos en la selva.
En términos figurados, por cierto, cabe cuestionarse cuál es la real diferencia entre esta forma de vida y la que imponen los regímenes comunistas en otras partes del mundo. Obviamente aquí no hay violaciones a los derechos humanos ni asesinatos, pero todo el sistema de vida está igualmente controlado desde “arriba”, en este caso no es el Estado, pero sí puede ser el mercado y el grupo social. Salirse de ello implica quedar fuera del sistema de subsistencia y validación social, incluso, para muchas personas puede hasta significar el desarraigo familiar.
¿Qué tan libres son los que luchan por la libertad del mercado? ¿Qué libertades son las que temen que les coarten cuando anuncian la llegada del apocalipsis comunista con, por ejemplo, una reforma tributaria?
Critican las políticas estatales como intentos unificadores de los ciudadanos, como el acceso universal a la educación gratuita, pero no sólo no se miran a ellos mismos al momento de hablar de “unificación” sino que además confunden profundamente este concepto con la equidad.
No es lo mismo ser igual que tener las mismas oportunidades. Y nosotros, esclavos del mercado y de nuestro entorno (porque todos en alguna medida vivimos atrapados en algún grado por estas presiones), pocas veces distinguimos que la verdadera libertad radica no sólo en elegir sino también en poder hacerlo.